BIOGRAFíA: Abderramán III: Un califa en Occidente
Vino al mundo en un piélago de sangre. Su abuelo el emir Abdallah mandó a su hijo Motarrif que matase a Mohammed, su hermano y padre de nuestro Abderramán. Así las gastaban los Omeya en aquellos amenes del siglo IX, cuando el culto a la masacre igualaba a cristianos y musulmanes, árabes y berberiscos, yemeníes y eslavos. Estos eslavos eran más bien hijos de Babel: cristianos del norte de España, gallegos y leoneses, francos de muy diversa cuna, germanos y normandos, daneses y chipriotas, tal cual siciliano y cierto número de esclavos y libertos de la Iliria o la Panonia romanas, los propiamente eslavos. Pero así se separaba a los profesionales de las armas que luchaban en todos los frentes y ejércitos. Tras el asesinato de Mohammed, Abdallah se arrepintió, adoptó y educó al huérfano Abderramán, dejándole el trono en 912. El trono y el caos.
Tenía sólo 22 años Abderramán pero estaban ya tan debilitados los nobles árabes y berberiscos, tan aburridos de aventuras los eslavos y tan agotados los cristianos rebeldes de Omar al Hafsún que, desde que en 913 montó a caballo al frente de su ejército para atacar a los castellanos de Elvira y Jaén, se vio que la estrella de Abderramán iba a brillar sobre cualquier otra. En 917 murió Omar ben-Hafsún y 11 años después su hijo Hafz se rendía en su inaccesible capital, Bobastro.
Para entonces Abderramán dominaba ya el Algarve hasta Santarén, todas las grandes capitales de la Andalucía Oriental y la Occidental, había tomado Mérida y nada se interponía en su camino a Toledo. Quizá por eso en 929 tomó el título de Califa, Defensor de los Creyentes y Defensor de la Fe, pero ya había demostrado desde la toma de Elvira, que el respeto a los cristianos y la promoción de judíos, eslavos y berberiscos iban a ser norma de su política. Entre su destreza militar, su habilidad política y el cansancio popular de tantos años de sangre, el califato fue recibido como un régimen de paz. Dentro de lo que cabe, lo fue. Pero después de pacificar hasta la última frontera del norte y hasta la última playa del sur. En 932, después de dos años de sitio consiguió la rendición de Toledo. Dentro de la rabiosa independencia que siempre hizo de ella casi una república aparte, los toledanos aceptaron a este nuevo monarca que desde ese año gobernó sin hadjib o primer ministro. Nadie lo echó en falta.
De inmediato sintieron el peligro los cristianos leoneses de Ramiro II y los Tuchibíes musulmanes de Zaragoza, que aunque encargados de vigilar la frontera del Norte de Al Andalus actuaban como señores independientes. A ellos se unió García de Navarra, dirigido por su madre la reina Toda, quizá la única figura de la época capaz de compararse con Abderramán, aunque no tuviera medios para vencerle. La alianza de 934 fue la más formidable que forjaron sus enemigos, pero al tercer año de campaña los había derrotado.
Pero el califato estaba aún poco cuajado y el eclipse del peligro cristiano alentó las ambiciones de los nobles árabes, que se veían preteridos por eslavos y hasta judíos en la creación de una nueva clase dirigente. Decidieron darle un escarmiento al Califo y hacer fracasar la campaña del 939 . El general eslavo Nadja perdió la batalla de Simancas -y la vida- pero los cristianos no se limitaron al símbolo de la victoria. Persiguieron a los musulmanes y los masacraron en Alhandega. Fue el único gran desastre militar de Abderramán y le sirvió para aplastar aún más los conatos de tribalismo militar o nobiliar. Se dedicó a sanear el Tesoro, reformar la Administración, fomentar el comercio y convertir Córdoba en el lugar donde todos los que eran algo querían vivir. No otro ha sido siempre el proceso de creación de monarquías absolutas pero pocas veces se ha conseguido tan rápida y espectacularmente como en la década de los 40 del siglo X. No descuidó la antigua Mauritania, donde los fatimíes amenazaban el poderío cordobés, y forjó una política de alianzas basada en una flota formidable, fondeada en Sevilla, Málaga y Almería, además del puesto adelantado de Ceuta. En el Sur, la paz también se hizo costumbre.
Y en el Norte, las continuas discordias en el reino de León, con el naciente poder castellano de Fernán González y la incombustible Toda de Navarra haciendo y deshaciendo reyes, terminaron por convertir a Abderramán en árbitro de los destinos cristianos. La guerra de Sancho el Craso, apoyado por Toda, y Ordoño el malo, apoyado por Fernán González terminó en un episodio sainetesco: el viaje de Toda, su hijo García de Navarra y su sobrino Sancho de León a la corte cordobesa en el 959 para agradecer a Abderramán el adelgazamiento de Sancho. Repuesto Sancho en el trono y apresado Fernán González por los navarros, puedo descansar Abderramán y entregar el califato cordobés a Al Hakem en 961.
Vivió 70 años y reinó 49. Para complacer a su favorita Zahra fundó una ciudad de fastuosa belleza al lado de Córdoba, Medinat al-Zahra. Pero el lado salvaje de Abderramán III también es inolvidable. A una esclava que lo rechazó le quemó la cara. Cuando murió, Córdoba tenía casi medio millón de habitantes, cifra sólo superada por Bagdad. Y no vivían hacinados: había 113.000 casas, con 300 baños y 3.000 mezquitas. Además la Universidad cordobesa, muchas de cuyas clases se daban en la Mezquita, era un verdadero centro del saber universal. Allí los viejos textos griegos se traducían al árabe o llegaban las coplas de Bagdad y Damasco para que los estudiosos se asomaran a Platón y Aristóteles. De allí salieron los grandes maestros de las siguientes generaciones: el gramático Ibn Alcutia, el genealogista Abú Alí Jalib o el experto coránico Abu Bakr ibn-Moawia. La gran biblioteca que el príncipe Al Hakem tomó como cosa propia pudo crecer y desarrollarse gracias a los generosos subsidios de Abderraman III. Todas las artes hallaron acogida y todos los artistas, aun los más peligrosos, los del pensamiento o filósofos, fueron protegidos. La monja germana Hroswita, que viajó a Córdoba atraída por su fama, la llamó «Ornamento del Mundo». No lo era sólo espiritual. Puede decirse que el oro de toda Europa se acuñaba en Córdoba. Fue el califato fundado por Abderramán III un régimen militar, pero con un ejército de nuevo cuño, plural de origen, único de mando. Lo mismo la burocracia, que atendió más al mérito que a la cuna. Y el conocimiento, merced a la apertura de escuelas gratuitas, llegó casi a abolir el analfabetismo. Nunca el Islam ha prometido tanto. Claro que nunca había habido un califa tan al Occidente.