LECTURA: Almoravides
Dentro del extensísimo Mahgreb, los almorávides venían de la tribu Lamtuna que, a mediados del siglo XI predominaba dentro de la confederación Sinhaya (la otra gran confederación era la Zánata). Eran ganaderos del Sahara occidental y se venían agrupando ante los continuos ataques de los negros del Sur y también de los Zánatas del Norte.
Un asceta llamado Abd Allah ibn Yasin, austero hulema malikí que había estudiado durante siete años en Al-índalus, quiso reformar el islamismo de los Sinhaya con más rigorismo. Estos no lo soportaron y terminaron expulsándolo. Este intento del asceta comenzó en 1.036. Tras su expulsión no tuvo otra alternativa que refugiarse en un Convento-Fortaleza («ribat») de una isla del Atlántico frente a la costa Sinhaya. Allí empezó a tener discípulos a los que iba adoctrinando. Del hecho de vivir allí empezaron a recibir el nombre de Al-Murabitum («hombres del ribat»). Formaban una confraternidad religiosa con actividades monacales y militares (monjes guerreros). Eran fanáticos que interpretaban rigurosamente la letra del Corán. Resucitaron la intolerancia contra el desvío moral o teológico. Sobretodo resucitaron la Guerra Santa contra el infiel. En Al-índalus se les conocía como los «velados» porque sólo mostraban sus ojos.
Ibn Yasin pretendió convertirlos en dueños del Mahgreb. Para ello buscó una persona más preparada, con dotes militares y puso por jefe a Abu Bakr quien, en principio, se apoderó en 1.058 de Sigilmasa (que, recordemos, era la llave del control aurífero). Las obsesiones religiosas, pues, no le impiden tener las cosas muy claras en cuanto a la economía.
El sobrino de Abu Bakr; Yusuf ben Tasufin, completó definitivamente la conquista de Marruecos y fundó Marrakech en 1.070, completando, posteriormente, las conquistas por el Norte con el sometimiento en 1.077 de Tanger y en 1.084 de Ceuta. En este momento de esplendor es cuando Yusuf ben Tasufin se encuentra con la embajada andalusí.
El periodo almorávide de Al-índalus abarca desde 1086 hasta 1.146. En esos sesenta años de dominación africana existen dos fases:
1. Desde 1.086 hasta 1.118. Caracterizada por la supresión de las taifas, la unificación de Al-índalus, el freno a la expansión territorial cristiana y la recuperación de muchos territorios perdidos. También conlleva la desaparición de las parias, el restablecimiento del dinar de oro de 4,20 grs., la recuperación económica y la intensificación de la vida religiosa y la moralidad pública.
2. Desde 1.118 hasta 1.146. Es la decadencia del imperio en la Península Ibérica manifestado en los reveses militares y en grandes pérdidas territoriales como la caída de Zaragoza y con ella todo el fértil Valle del Ebro hasta Tortosa. Aparecen las conjuras internas. También se incrementó el gasto del tesoro público en fortificar las ciudades ante el peligro de que cayesen en manos de los cristianos. Se recurrió también a los impuestos ilegales y se devaluó el dinar hacia 1.126 rebajando el peso hasta 3,84 grs. de oro. A ello hay que añadir la pérdida de población por las fugas masivas de mozárabes y un elevado índice de corrupción y descontento social.
En cuanto a la primera fase, una vez invitado Yusuf ben Tasufin, éste preparó en Ceuta un centenar de naves, cosa fácil para la marina marroquí debido a la zona boscosa de los alrededores. En la flota transportó su caballería y ocupó Algeciras. Camino de Sevilla se le unieron los régulos de Granada, Almería, Málaga, Badajoz, etc. para el gran enfrentamiento contra Alfonso VI. Tras convocar a todo Al-índalus a la «yihad», se enfrentó al rey cristiano en Coria de Cáceres el 23 de octubre de 1.086, derrotándolo totalmente en la Batalla de Sagrajas. En ella utilizó una estrategia envolvente por la que exterminó un buen número de cristianos. Estos, con su caballería pesada, tratarían de coger velocidad en la llanura para destrozar al enemigo. Pero ben Tasufin, que no posee este tipo de caballería, tiene más capacidad de maniobra y se abrió dejando entrar el ejército cristiano que calló en la trampa siendo envuelto y masacrado. Sin embargo, ben Tasufin no pudo explotar su victoria porque la muerte de su hijo mayor en Ceuta le obligó a regresa a ífrica. El no quedar tan mermados le permitió a los cristianos recomponerse y reanudar sus ataques sobretodo en la zona levantina desde Aledo y desde Valencia por el Cid. Estos ataques posteriores lograron volver a imponer las parias a esas taifas lo que obligó a éstas a solicitar la vuelta de los almorávides que desembarcaron de nuevo en 1.088 convocando a los musulmanes andalusíes en Aledo (Murcia).
La desunión que se produjo entre las taifas irritó a ben Tasufin y le hizo concebir la idea de anexionar Al-índalus a su Imperio. Así, ben Tasufin, de regreso a ífrica, consultó a los jurisconsultos sobre la legalidad del proyecto y, apoyado por estos así como por casi todos los malikíes andalusíes, regresó por tercera vez en 1.090 para someterlos a todos. En septiembre depuso a los Ziríes de Granada y Málaga que murieron deportados en ífrica. Esto alarmó a muchos taifas de los que algunos se aliaron con Alfonso VI, pero fueron sometidos entre 1.090 y 1.094 por los almorávides. Sólo los régulos de Albarracín (muy inaccesible) y Zaragoza lograron resistir hasta 1.103 y 1.110 respectivamente. No hubo piedad para estos régulos siendo desterrados todos a la zona desértica del Sur de Marrakech.
Ben Tasufin volvió a cruzar el estrecho un par de veces para guerrear con los cristianos pero no pudo reconquistar Toledo aunque sí obtuvo una gran victoria en Consuegra en 1.097. Más suerte tuvo con Valencia que, aunque no recuperada en vida del Cid, sí se recuperó en 1.102.
Con su hijo, el emir Alí ben Yusuf, la expansión almorávide llegó a su punto más álgido. Lanzó su primera expedición en 1.107 contra el castillo de Velés. Alfonso VI, para defender este enclave, envió a su único hijo Sancho junto con los mejores de Castilla; Alvar Fáñez y García Ordóñez, pero fueron derrotados y murió el infante lo que desmoralizó a los castellanos porque supuso el fin de la dinastía navarra (vascones).
Tras el desastre de los castellanos, Alí lanzó en 1.109 otra expedición contra Talavera pretendiendo desmilitarizar el valle del Tajo. En 1.110 sometió la última taifa independiente de Zaragoza. De este modo Al-índalus se unificó bajo un poder africano.
Saneada la moneda, reanudado el comercio internacional, suprimidos los impuestos ilegales y eliminadas las parias, Al-índalus volvió a prosperar aunque dentro de una atmósfera integrista. El celo de los nuevos gobernantes llegó a prohibir la lectura del místico Al-Gazali. Este fanatismo llevó a los almorávides a mostrarse muy intolerantes con las minorías mozárabes y judías, provocando el deterioro de las relaciones. Se pretendió convertirlos a todos al Islam pero sabemos que los judíos (al menos en Lucena) lo evitaron pagándolo en dinero. Los mozárabes de Granada, más pobres, tuvieron que soportar la destrucción de sus iglesias. También el malestar se extendió al sector intelectual que añoraba la libertad de la época de las taifas (poetas, literatos, …). Pero lo que verdaderamente alarmó a la población fue la incapacidad militar de los almorávides en 1.118 para evitar la caída de Zaragoza. Ello les hizo desconfiar de los conquistadores africanos. Zaragoza fue tomada por Alfonso el Batallador (1.104-1.134) con ayuda de caballeros franceses, bretones, borgoñones, etc. Inmediatamente cayeron en manos cristianos las tierras aragonesas y las de Soria.
La segunda fase abarca de 1.118 a 1.126. Con la caída de Zaragoza empieza la rebelión contra los almorávides. Así en Córdoba se rebelaron en 1.120 sus habitantes. La oposición mayor vino de los mozárabes de la zona granadina quienes se conjuraron para invitar a Alfonso I el Batallador a tomar Granada donde aquéllos eran muy numerosos y estaban dispuestos a rebelarse y abrirles las puertas.
A tal fin, en 1.125, partió el Batallador con un gran ejército para, desde Murcia, internarse hasta Granada por Guadix. Cuando estaban ante Granada sus puertas no se abrieron. Con todo hizo varias incursiones hasta la misma costa (Motril, Salobreña, Vélez…). Se le fueron uniendo unos diez mil mozárabes que, con posterioridad, condujo hasta Aragón para repoblar, con ellos, las tierras conquistadas del Ebro.
Tras esta expedición quedó patente ante todo Al-índalus la impotencia de los almorávides. La reacción de estos ante los demás mozárabes de Al-índalus fue desposeerlos de todo y desterrarlos al Norte de ífrica (Fez) lo que disminuyó la demografía y recursos fiscales de Al-índalus.
Igualmente, tras estas incursiones, se decidió fortificar las ciudades y también construir algunos ribats lo que obligó a los almorávides a recurrir a los impuestos ilegales, hecho que les enfrentó a la población. También devaluaron el dinar hasta los 3,85 grs de oro.
Como ya había surgido en ífrica otro movimiento más fanático y radical, los almohades, muy virulentos desde 1.139, los almorávides no pudieron prestar mucha atención a Al-índalus, trasladando el grueso del ejército a ífrica lo que causó sensación de abandono entre los andalusíes, cundiendo el descontento y existiendo muchas sublevaciones en 1.144-1.145, justo cuando los almohades se apropian de Sigilmasa y la ruta del oro.
Las guarniciones almorávides de Al-índalus fueron asaltadas y expulsados sus gobernantes por nativos que proclamarán reinos independientes (época de las segundas taifas) aunque de muy breve duración. La primera fue la de Mértola (El Algarve) en 1.144, pero su régulo que era un místico; Ibn Qasi, al perderla al año siguiente solicitará la intervención del nuevo Imperio almohade. Estos, al año siguiente, cruzarán el estrecho eliminando el resto de poder almorávide de Al-índalus y sometiendo la taifa al nuevo califa africano que sentará su capital en Sevilla tras tomarla en 1.148.
Aprovechándose de ello Alfonso VII, el emperador, rey de Castilla y León, tomará por expedición la ciudad de Almería en 1.147 quedando ésta bajo su dominio por un periodo de diez años.