El acoso escolar no descansa en verano

El acoso escolar está en el origen de muchos de los problemas de salud mental que afectan a los adolescentes. Por ello, los expertos insisten en que la prevención del bullying, a través de programas de intervención que funcionen, es la clave para garantizar que los entornos escolares sean espacios de convivencia y aprendizaje saludables para la infancia y la juventud. Cuando llega el verano, muchas familias suelen pensar que sus hijos no sufren acoso, dado que dejan de ver a sus acosadores y salen del ambiente que propicia el acoso. Sin embargo, esa idea es errónea.

«En verano el acoso escolar puede ocurrir de dos maneras: o bien, los niños, niñas y adolescentes, lo siguen sufriendo a través de redes sociales, juegos online, aplicaciones de mensajería, entre otros; o bien, coinciden con sus acosadores en otros entornos: campamentos, excursiones, parques, etc. Así que, aunque el contexto cambie, el bullying continúa porque acosador y víctima siguen teniendo algún tipo de relación», explica Tania García, educadora social e investigadora, con más de 24 años de experiencia, y precursora de la filosofía educativa Educación Real®. » Los adolescentes que tienen acceso a redes sociales siguen expuestos tanto a sufrir acoso escolar como a realizarlo porque pueden conectar con esas personas y es cuando se perpetúan los vídeos, los memes y demás», añade.

El adultocentrismo no ayuda

«Hoy en día, el acoso está en todas partes y siempre estamos rodeados de esta violencia. En cuanto al papel de las familias, es importante que sepamos que el acoso escolar es un problema social muy grave y, también, es un problema de salud mental que impacta, directamente, en la salud física. No obstante, tenemos una desinformación tan grande, una idea tan sesgada de lo que es y de lo que debemos hacer que, al final, lo que conseguimos es perpetuar este acoso educando a través del adultocentrismo».

Pero ¿qué es el adultocentrismo? La investigadora lo desarrolla así: «gritamos, comparamos, etiquetamos y chantajeamos a los niños y niñas tanto dentro del hogar y en el entorno familiar, como en instituciones y centros educativos. De hecho, muchos docentes suelen usar estas comparaciones, estos chantajes y estas amenazas, lo que conduce a que los niños, niñas y adolescentes aprendan estas maneras como formas óptimas de relacionarse y, por tanto, las reproduzcan después», destaca. Por ello, la solución está en el seno de las familias, que deben «mirar hacia dentro» para ver cómo están educando y acompañando a la infancia y a la adolescencia. La escucha activa, el respeto real y el acompañamiento emocional óptimo son herramientas que permiten establecer buenos límites y orientaciones, sobre todo, en torno al uso de las tecnologías.

«El objetivo es dar un buen ejemplo de relaciones sociales, emocionales y personales sanas. Las redes sociales nos permiten, como sociedad, conectarnos con otras personas en tiempo real en cualquier parte del mundo, por lo que han supuesto una evolución muy importante en las relaciones. Sin embargo, son también un ‘titán social’, porque dejar que los niños y niñas se entreguen a ellas sin control es como dejarles solos en un mar lleno de tiburones o en un lago repleto de cocodrilos», explica García.

Las redes sociales generan descargas de dopamina constantes que los menores no saben controlar, y que les someten. Por ello, esta experta recomienda que la edad mínima para acceder a ellas sean los 16 años, aunque da algo de margen para que pueda hacerse a los 14 o 15, que es «cuando tenemos más inquietud social». «Nuestro cerebro es adolescente hasta los 21 años, aproximadamente. Hasta ese momento, se experimentan una serie de cambios en el neurocortex –el área responsable de discernir lo bueno de lo malo y de la toma de decisiones– que son cruciales en el desarrollo de una persona».

Tomado de www.larazon.es

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