LECTURA: Guerra de la Convención

La campaña militar, conocida indistintamente como Guerra contra la Convención, Guerra Gran en catalán o Guerra de los Pirineos por desarrollarse únicamente en Guipúzcoa, Navarra, Aragón, Cataluña y el Rosellón, fue desastrosa para España, tras unos inicios esperanzadores. Hoy la conocemos con detalle gracias a los estudios de Jean-René Aymes. La frontera se distribuyó entre tres cuerpos de ejército: el navarro-guipuzcoano, el aragonés y el catalán. Los dos primeros tení­an una función defensiva, de modo que la iniciativa le correspondió al de Cataluña, bajo el mando del general Ricardos. En poco tiempo se ocupó parcialmente el Rosellón, pero las acciones españolas, faltas de objetivos polí­ticos o territoriales, se limitaron a actos simbólicos, como quemar los decretos de la Asamblea, talar el árbol de la libertad o sustituir la bandera tricolor por la blanca de la casa de Borbón. La actitud pusilánime del general Ricardos evitó la ocupación de Perpiñán, y ya a fines de 1793 sus tropas habí­an perdido la iniciativa, frente a un ejército francés reorganizado y dinamizado por los llamados representantes del pueblo, individuos comisionados por la Convención para, con su fogosidad y sus amenazas, animar a la población civil y a los generales, poner fin al desorden y a las deserciones de los primeros meses y lograr una férrea disciplina mediante el uso frecuente de la guillotina.

Los españoles habí­an perdido dos enclaves a poco de declararse la guerra. A fines de marzo, los franceses ocuparon el Valle de Arán, que fue anexionado a su territorio al considerarlo una demarcación española en territorio francés sin justificación geográfica alguna. El otro enclave que fue ocupado por las tropas republicanas fue la Cerdaña, cayendo Puigcerdá en agosto. En la Cerdaña se efectuaron acciones de adoctrinamiento, imprimiéndose en catalán la Declaración de los derechos del hombre y concediéndose a la población la exención del pago del diezmo.

Las fronteras aragonesa y vasco-navarra no conocieron a lo largo de 1793 ninguna acción militar de relieve, reduciéndose todo a escaramuzas ventajosas para España, como la destrucción del fuerte de Hendaya, el control del rí­o Bidasoa o la ocupación de las cimas de las montañas fronterizas.

También en ese mismo año, en colaboración con la flota británica, la armada española intentó apoderarse del importante puerto de Tolón, con la intención de crear allí­ un enclave monárquico. Ingleses y españoles creí­an que el descontento con la República en el mediodí­a francés estallarí­a en insurrección contra Parí­s sí­ se les posibilitaba ocasión. El cónsul José Ocáriz elaboró un plan «para la más fácil extensión del partido realista en Francia desde Tolón». En dicho plan se debí­a financiar al partido contrarrevolucionario, acuñar moneda con la efigie de Luis XVII y, sobre todo, cortar las relaciones entre los banqueros genoveses y la República.

En agosto, el estratégico puerto del Var estaba bajo control de las fuerzas combinadas anglo-españolas bajo el mando del almirante Hood, pero las diferencias entre ingleses y españoles y la derrota de los insurgentes provenzales impidieron la consolidación de esta cabeza de puente contrarrevolucionaria. Mientras que el Comandante General de la escuadra española, Juan de Lángara, aceptó la propuesta realista de que el conde de Provenza acudiera a Tolón para ser proclamado regente de Francia, los ingleses la rechazaron por considerarla inoportuna, y cuando las tropas revolucionarias iniciaron la reconquista de la ciudad los españoles acusaron a los británicos de inactividad. Después de tres meses de asedio, ingleses y españoles decidieron abandonar Tolón a principios de 1794, pero también en el momento de la retirada surgieron entre ellos serias discrepancias. Mientras los ingleses proyectaban la destrucción total de la ciudad, el Comandante General Lángara era partidario de í­ncendiar sólo los arsenales y los buques de guerra franceses surtos en la rada. «Ver a Tolón fue ver a Troya», manifestó Lángara tras dar por cerrada la operación naval más importante de la guerra.
Unos 2.000 realistas franceses acompañaron a los españoles en la retirada de Tolón, siendo distribuidos por algunas ciudades costeras del Mediterráneo español, Cartagena sobre todo. La hostilidad de la población hacia estos emigrados, fruto de la galofobia que se habí­a extendido por España, decidió a muchos de ellos a trasladarse a Italia.
En 1794 y 1795, las campañas fueron totalmente desgraciadas para los intereses españoles. La muerte del general Ricardos y su sustitución en el mando de las operaciones en el frente oriental por el conde de la Unión, que fallecerí­a también poco después, coincidió con ataques franceses en territorio catalán, con la ocupación de la Seo de Urgel y, tras avanzar por el cauce del rí­o Ter, las poblaciones de Camprodón, San Juan de las Abadesas y Ripoll. En el otoño de 1794 el grueso del ejército español se encontraba replegado en torno a Gerona, y a fines de noviembre se produjo el asedio de Rosas por 30.000 franceses y la capitulación del fuerte de San Fernando de Figueras, de gran resonancia por su importancia militar y por lo que se consideró cobardí­a de la tropa y falta de energí­a de la oficialidad. La desmoralización y el descontento causado por el desastre de Figueras fue inmenso. Los grandes sacrificios que se soportaban no tení­an compensación en los resultados obtenidos.
En el frente occidental también los republicanos se lanzaron a la ofensiva una vez llegado el buen tiempo. En julio de 1794 ocuparon el valle del Baztán y el 2 de agosto ocuparon Fuenterrabí­a, quedando abierto el camino hasta San Sebastián, que se rindió dos dí­as después tras haber decidido su Ayuntamiento no ofrecer resistencia, a pesar de que se difundieron noticias de profanaciones en edificios religiosos de Fuenterrabí­a, donde habí­an vestido a un santo de guardia nacional y con un fusil le han puesto de centinela en la muralla o se habí­an limpiado los zapatos con los óleos sagrados. El hundimiento de la lí­nea de contención española no fue aprovechada en todas sus posibilidades por el ejército invasor. Sólo fueron ocupadas Vergara y Azpeitia, pero los franceses detuvieron su avance hacia Pamplona, Vitoria y Bilbao ante la llegada del mal tiempo. Tras el invierno, el avance se efectuó en dos frentes: hacia Bilbao, que se rindió en el verano de 1795, y hacia el sur, alcanzando el alto valle del Ebro tras ocupar Vitoria. El temor de los responsables militares franceses a alejarse excesivamente de sus fuentes de suministros y tener que defender frentes excesivamente amplios, además de la falta de medios de transporte adecuados, detuvo su avance en Miranda de Ebro.

En el frente catalán, en febrero de 1795, tras la capitulación de Rosas y la consiguiente ocupación del Ampurdán, cuya población huyó masivamente, Barcelona quedó al alcance del ejército de la Convención. Sólo la falta de hombres y suministros, y las enfermedades que afectaban a los soldados franceses, les obligaron a estabilizar el frente a lo largo del cauce del rí­o Fluviá, puesto que los soldados del ejército regular español se encontraban, por entonces, cansados, descalzos, fatigados y tí­midos, según señalaba en uno de sus informes José Simón Pedro, comandante del ejército de Navarra.
Tampoco la guerrilla, organizada como somatén y activa sobre todo en la Cataluña ocupada, logró resultados apreciables. Con caracterí­sticas que se reiterarán durante la Guerra de la Independencia, el somatén de 1794-95 pudo contar entre sus miembros a elementos del clero, que actuaron en ocasiones como cabecillas, como el franciscano del convento de Figueras Cosme Bosch, que fue comandante del somatén y que se vestí­a «de corto llevando interiormente la túnica y capilla a fin de que pueda hacer sus correrí­as con más ligereza». Las crueldades del somatén fueron destacadas por la propaganda francesa como prueba de la barbarie fanática de los españoles, y las noticias de sus atrocidades y desmanes son muy similares a las propaladas durante la Guerra de la Independencia, como las que hablan de soldados franceses asados, despellejados, colgados por los pies o atravesados con un hierro desde los genitales al cuello.
La magnitud de la derrota, el lastimoso estado en que comenzaba a encontrarse la Hacienda española y un descontento popular creciente, con la reaparición de sentimientos catalanistas y vasquistas ante la inoperancia de las autoridades madrileñas, hicieron deseable llegar a una rápida paz negociada, en la que también estaba interesada la República francesa, agobiada por tener que sostener la guerra en distintos frentes.

http://www.artehistoria.jcyl.es/histesp/contextos/6845.htm

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