BIOGRAFíA: José Calvo Sotelo

(Tuy, Pontevedra, 1893-Madrid, 1936) Economista y jurista. Era secretario de la Academia de Ciencias Morales y Polí­ticas, del Ateneo Mercantil de Madrid, Catedrático de la Universidad Central y afiliado al Partido Conservador de Maura. Comenzó como oficial administrativo en el Ministerio de Gracia y Justicia.  En 1919 fue elegido diputado a Cortes por el distrito de Carballino (Orense). En 1922, a los 28 años, fue Gobernador Civil de Valencia. Con Miguel Primo de Rivera fue director general de Administración Local, cargo desde el que redactó el Estatuto Municipal de 1924.  En 1925 hasta 1930 fue nombrado Ministro de Hacienda con Primo de Rivera. Como ministro logró pasar el presupuesto de Instrucción Pública de 134 millones de 1922 a 213 en 1929, con la creación de 6.000 escuelas nuevas. Cuando entró de ministro el déficit general anterior era de 1.101 millones de pesetas, y él lo dejó con un superávit de 232 millones. Desde 1926 introdujo una polí­tica de presupuesto doble (uno ordinario para la financiación ordinaria de la administración y otro extraordinario para las estructuras y el desarrollo público).  Creó la Compañí­a Arrendataria del Monopolio de Petróleo (CAMPSA) para garantizar la independencia energética de España, llegando a un acuerdo con la misma Unión Soviética, lo que supuso la persecución de la multinacional Standard Oil.  Con la República hubo de huir por una persecución (en 1931 fue elegido diputado pero el parlamento republicano anuló su elección). Pudo regresar por una amnistí­a (mayo de 1934) como diputado con Renovación Española y después del Bloque Nacional, y así­, desde 1933 se opuso rotundamente a lo que acabó siendo el Frente Popular, que llevó a que miembros de la policí­a republicana junto con militantes de las Juventudes Socialistas del PSOE lo asesinasen en Madrid el 13/7/36, lo que aceleró el levantamiento contra el gobierno del Frente Popular.  Escribió Mis servicios al Estado.

En la intervención parlamentaria del 16 de junio de 1936 Casares Quiroga, presidente del gobierno, y el Ministro de la gobernación diputado socialista Angel Galarza manifiesta que «la violencia contra el jefe del partido monárquico -Calvo Sotelo- no serí­a un delito», incluso hablando de un atentado contra su vida, por lo que ante esta amenaza de muerte del propio gobierno republicano contestó que «Yo tengo, señor Casares Quirogas, anchas espaldas. Su señorí­a es hombre fácil y pronto para el gesto de reto y para las palabras de amenaza. Le he oí­do 3 o 4 discursos en mi vida, los 3 o 4 desde ese banco azul, y en todos ha habido siempre la nota amenazadora. Bien, señor Casares Quiroga. Me doy por notificado de la amenaza de su señorí­a. Me ha convertido S.S. en sujeto, y por tanto no sólo activo, sino pasivo, de las responsabilidades que puedan nacer de no sé qué hechos. Bien, señor Casares Quiroga. Lo repito, mis espaldas son anchas; yo acepto con gusto y no desdeño ninguna de las responsabilidades que se puedan derivar de los actos que yo realice, y las responsabilidades ajenas, si son para bien de mi Patria y para gloria de España, las acepto también. ¡Pues no faltaba más! Yo digo lo que Santo Domingo de Silos respondió a un rey castellano: «Señor, la vida podéis quitarme, pero más no podéis» y es preferible morir con gloria a vivir con vilipendio (ver diario de Sesiones).» El presidente de las cortes indicó que las palabras de Galarza no figuraran en el Diario de Sesiones ante lo que Galarza reiteró que: «Esas palabras, que en el Diario de Sesiones no figurarán, el paí­s las conocerá, y nos dirá a todos si es legí­tima o no la violencia». El 11 de julio pronunció una intervención hablando del caos ciudadano, tras lo que recibió la amenaza de muerte de la Pasionaria. El ministro republicano Salvador de Madariaga lo describe así­: «Calvo Sotelo pronunció también un discurso (…..). Cuando volvió a sentares, entre aclamaciones y protestas de unos y otros, Dolores Ibarruri, la Pasionaria, del partido comunista de las Cortes, le gritó: «Este es tu último discurso.» Y así­ fue». Efectivamente, como es bien sabido, Calvo Sotelo fue asesinado el 13 de julio de 1936 por policias de la república de un tiro en una furgoneta policial (ya en la sesión del 15/4/36 cuando el comunista Dí­az amenazó a Calvo Sotelo de que no iba a morir con los zapatos puestos, ella siguiendo la macabra amenaza afirmó que «si os molesta le quitaremos los zapatos y le pondremos las botas»).

Fue asesinado por miembros de la policí­a, concretamente de la Guardia de Asalto y un Guardia Civil, y miembros de las Juventudes Socialistas, que salieron del Cuartel de Pontejos, asesinato que se cometió en la propia camioneta de la policí­a del gobierno (la plataforma número 17). Otra expedición habí­a ido a buscar a Lerroux, pero no estaba. Ese dí­a era domingo y Calvo Sotelo habí­a ido a misa con su esposa (Enriqueta Grandona) e hijos en la Iglesia de la Concepción, viendo a la salida al coronel Joaquí­n Ortiz de Zárate, al que conocí­a por veranear también en Comillas Luego fueron a visitar a su abuelo, Pedro Calvo, que estaba enfermo, tras lo que marcharon a su casa en la calle Velázquez, 89 (el edificio del entonces numero 89 no es el mismo). Entonces la calle era de doble sentido con un bulevar en el centro. El numero 89 hací­a esquina con la calle Diego de León, y entonces eran casi las afueras. Previamente el gobierno, el dí­a 3 de julio le habí­a quitado los dos escoltas que eran de su confianza (policí­as Antonio ílvarez y Luis Gamo), que por ello serí­an asesinados por los milicianos republicanos al comenzar la guerra. En su lugar puso a otros dos policí­as afectos al Frente Popular para vigilar a Calvo Sotelo y facilitar lo que al final pasó, su secuestro y asesinato. Uno de los escoltas nuevos, por problemas de conciencia, ya que era republicano pero también católico, por lo que no querí­a hacer lo que le habí­an mandado, le informó el dí­a 7 de julio, en la cafeterí­a «Chócala», de la calle de Alcalá, que tení­an orden de vigilarle y abstenerse si habí­a un atentado contra él, y que incluso auxiliaran a los atacantes. Ese agente se llamaba Rodolfo Serrano de la Parte, gallego. Dichas ordenes, le informó, le vení­an del propio jefe de Personal de la Dirección General de Seguridad. Ese agente pidió el traslado a Galicia, que le fue concedido.. Dicha propuesta se la hicieron junto al agente José Garriga Pato. Serrano de la Parte, era paisano y amigo de Casares Quiroga, por lo se habí­a confiado en él. La reunión se hizo por mediación del diputado Joaquí­n Bau Nolla, con el que habló Serrano de la Parte en los pasillos del Congreso en el que entró este por ser ya escolta de Calvo Sotelo. Por sus protestas le sustituyeron a los escoltas y le colocaron dos nuevos que en palabras de Calvo Sotelo «parecí­an mucho peor que los otros». Los escoltas eran Lorenzo Aguirre y José Garriga. Aguirre serí­a ascendido a jefe superior de Policí­a de Madrid en los primeros meses de la guerra. Firmarí­a muchas ordenes de detención de personas que sufrieron la ejecución por el método del «paseo», especialmente por sus órdenes a la Brigada del Amanecer, de hecho su compañero, el policí­a y abogado José Escalona afirmó en la vista oral contra el: «A su presencia, las milicias se llevaron a funcionarios a asesinar sin que Aguirre hiciera nada, antes al contrario, visto con complacencia el asesinato de sus compañeros y justificándolo diciendo que «por algo serí­a»; y cuando llegaban las viudas a pedir noticias, Aguirre no les daba facilidad alguna para encontrar los cadáveres, de cuyo sitio tení­a conocimiento».

Su cadáver fue abandonado en el cementerio por la policí­a republicana.  Autor de La contribución territorial en España (1926) y Mis servicios al estado (1931) entre otras.

Sus últimos momentos los recuerda así­ su hija Enriqueta (que tení­a 13 años y estaba enferma en cama): «Al poco rato de la visita [se refiere a la del padre Pérez, misionero del Corazón de Marí­a para advertirle del rumor de que lo iban a asesinar] vino mi padre a la habitación que compartí­amos mi hermana y yo. Vení­a ya en batí­n un poco despeinado (él llevaba el pelo totalmente hacia atrás, muy planchado y liso). Pero por la noche y cuando ya se iba a dormir, se poní­a cómodo y se revolví­a un poco el pelo, cayéndole algún mechón sobre la frente (tení­a ya muchas canas en las sienes, a sus 43 años). Así­ le recuerdo yo aquella noche, cuando entró en mi cuarto. Se tumbó atravesado a los pies de mi cama (yo me encogí­, para dejarle sitio) y empezó a hacerme mimos (solí­a hacerlo cuando estábamos enfermos); me pasaba su dedo í­ndice por los labios, me pellizcaba un poco la cara… Al cabo de un ratito, se levantó y volvió a sentarse en una butaca y conectó la radio para escuchar el concierto que trasmití­a entonces la radio todos los domingos por la noche. Mientras, mi hermana se habí­a acostado también y mi madre se habí­a sentado en la otra butaca. Permanecí­amos los cuatro a obscuras, sin más luz que la que penetraba de la calle, por el balcón abierto de par en par, en aquella calurosa noche de julio. La claridad era suficiente como para distinguirnos y yo vi a mi padre levantar las manos varias veces, en actitud de dirigir la invisible orquesta de la radio. Cuando terminó el concierto, mi padre se levantó, vino hacia mi cama, me tocó la frente: «Parece que apenas tienes fiebre ya»; me dio un beso, que yo le devolví­, otro a mi hermana y se fue a acostar. Detrás de él, mi madre. Es la última vez que yo vi a mi padre». Ella no vio salir a su padre secuestrado por socialistas porque por la fiebre no se despertó. Todos sus conocidos manifestaron que Calvo Sotelo sabí­a que iba a ser asesinado y lo habí­a aceptado cristianamente (el resto de lideres de la derecha cambiaban constantemente de lugar para pasar la noche, por seguridad).

Las últimas palabras que escribió quedaron en el carro de la máquina de escribir, de un escrito inconcluso, que decí­a: «España está destrozada, vamos a reconstruirla«.

Quienes obligaron a abrir la puerta y registraron ilegalmente el domicilio fueron el Guardia Civil Condés, los militantes de las Juventudes Socialistas Luis Cuenca y José del Rey y dos policí­as de uniforme. En el registro el agente socialista Condés rompió una bandera de España (bicolor, vamos, la actual). Luego le obligaron a salir, pese a que alegó su inmunidad parlamentaria. Arrancaron los cables del teléfono para que no pudiera llamar a nadie. Condés se identificó como Guardia Civil y se burló de la mujer de Calvo Sotelo, el cual para evitar humillaciones a su esposa se vistió (estaba en pijama) y marchó con el comité socialista. Condés mintió: «le doy mi palabra de caballero de que dentro de cinco minutos estará usted delante del director general de Seguridad». Se despidió con una premonición: «Dentro de cinco minutos te llamaré desde la Dirección General de Seguridad… Si es que estos señores no me llevan a pegarme cuatro tiros». Efectivamente lo mataron con dos tiros en la nuca. En la misma calle Velázquez, a la atura de la calle de Ayala el miembro de las JJ.SS. Luis Cuenca le disparó en la nuca. El director General de Seguridad, Alonso Mallol protegió a los asesinos boicoteando las investigaciones del comisario Antonio Lino Pérez-González que las llevaba y las del juez instructor Ursicino Gómez Carbajo (por ejemplo, el juez ordenó una rueda de reconocimiento de guardias de asalto y Mallol llevó a 170 guardias (de los que solo uno, el conductor, tení­a que ver) para retrasar las investigaciones y provocar el error de los testigos. Al final de julio una patrulla de milicianos socialistas se presentó en el Juzgado, se llevó el sumario y nunca más se supo de las investigaciones (otra muestra de los famosos 100 años de honradez socialista).

El gobierno de la República Española prohibió que el cadáver de Calvo Sotelo fuera velado en la Academia de Jurisprudencia, de la que era presidente, por lo que el entierro (al que asistieron unas treinta mil personas) partió directamente del depósito de cadáveres a la tumba. Ante su féretro (cubierto por la bandera bicolor) Antonio Goicoechea dijo:

«No te ofrecemos que rogaremos a Dios por ti; te pedimos a ti que ruegues a Dios por nosotros. Ante esta bandera colocada como una reliquia sobre tu pecho, ante Dios que nos oye y nos ve, empeñamos juramento solemne de consagrar nuestra vida a esta triple labor: imitar tu ejemplo, vengar tu muerte y salvar a España. Que todo es uno y lo mismo; porque salvar a España será vengar tu muerte e imitar tu ejemplo será el camino más seguro para salvar a España». En el entierro la Guardia de Asalto se empleó y murieron cinco personas y treinta resultaron heridos (todos de bala). Hubo unos oficiales de Asalto que protestaron por la brutalidad (señores Gallego, España y Artal) por lo que encima fueron detenidos.

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