LECTURA: La Ciudad industrial

La revolución industrial, que se inició en Inglaterra a fines del siglo XVIII y en el resto de Europa en el siglo XIX, produjo un rápido crecimiento de las ciudades. Estas tuvieron que acoger a la creciente mano de obra que acudí­a desde el campo a trabajar en las nuevas fábricas.

1.- Crecimiento urbano incontrolado

La revolución industrial supuso el paso de una economí­a fundamentalmente agrí­cola a otra industrial. Los campesinos fueron abandonando el campo y marcharon a las grandes ciudades a trabajar en las fábricas que iban surgiendo, lo que produjo un importante crecimiento de la población urbana.

Las nuevas ciudades se situaron junto a las minas, que proporcionaban materias primas y energí­a a las fábricas, y en lugares óptimos para el transporte de mercancí­as, como puertos y cruces de rutas y lí­neas férreas. La función industrial pasó a ser la fundamental actividad urbana.

Como consecuencia, la ciudad creció rápidamente y generó en seguida serios desajustes, como la especulación, debido a la fuerte competencia por el control de un suelo limitado, y el hacinamiento de la población procedente del campo. En general, estas personas viví­an en unas condiciones lamentables, en barrios sin pavimentar, sin servicios y en viviendas que no reuní­an las mí­nimas condiciones de higiene y salubridad. Asimismo, la multiplicación de las fábricas dentro de la ciudad empezó a ocasionar graves problemas de contaminación.

Sin embargo, los adelantos de la revolución industrial influyeron positivamente en el desarrollo de los servicios urbanos, como la canalización del agua, la construcción de cloacas, distribución de la electricidad, introducción de los medios de transporte, etc.

 

2.- La planificación de la ciudad

El rápido desarrollo de la ciudad que se produjo con la industrialización llevó a una falta de planificación urbana.

Las ciudades estaban todaví­a rodeadas de murallas, por lo que en una primera etapa se produjo una gran masificación, al apiñarse los nuevos habitantes en un espacio limitado y reducido.

En el siglo XIX, las murallas fueron derribadas y la ciudad se pudo extender. Se edificaron nuevos barrios:

Por un lado, los barrios obreros que se situaron junto a las industrias, en los lugares más contaminados. Eran barrios muy degradados donde se hacinaban las viviendas, que eran de pequeño tamaño, las calles no estaban empedradas y carecí­an de servicios públicos (distribución de agua, cloacas y medios de transporte).

Por otro lado, los barrios burgueses, destacando los ensanches que tení­an un trazado ortogonal, amplias avenidas y los mejores servicios. En los ensanches se daba una división social en alturas: las familias más pudientes habitaban las mejores viviendas, exteriores y situadas en los pisos primero y segundo (no existí­an ascensores), mientras que los más pobres viví­an en las buhardillas y pisos altos o en las numerosas viviendas interiores.

El deseo de mejorar las condiciones de vida llevó a planificar proyectos de ciudad-jardí­n y de ciudad-lineal (Arturo Soria en Madrid), con viviendas unifamiliares rodeadas de amplias zonas verdes y ajardinadas.

3.- Los cambios en el siglo XX

En el siglo XX se crearon nuevas ciudades, localizadas cerca de una aglomeración urbana importante con el fin de descongestionarla. Las nuevas urbes se han convertido en auténticas ciudades-dormitorio. Sus habitantes trabajan en la aglomeración principal y disfrutan de sus servicios, por lo que se genera un intenso tráfico entre ellas y están comunicadas por trenes, autobuses e incluso metro.

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