La falcata excepcional del príncipe íbero de Alarcos recupera su esplendor

Fue un personaje muy destacado de la élite del oppidum oretano de Alarcos, el gran asentamiento íbero de Ciudad Real; un varón que falleció en torno al siglo II a.C. a una edad joven, entre los veinte y treinta años, pero que recibió una sepultura acorde a su estatus. Sus restos fueron incinerados, se colocaron en una vasija y se inhumaron en un túmulo con un rico ajuar funerario formado por una manilla de hierro de un escudo, puntas de lanza, una fíbula de bronce, un broche cinturón o un conjunto de 453 astrágalos de oveja y cordero, el más numeroso documentado en toda la Península Ibérica.

Pero este poderoso individuo era también un guerrero, y en su tumba, la de mayor riqueza de una necrópolis en la que se ha identificado una veintena de enterramientos de aristócratas íberos, se depositó una espectacular falcata, la más popular de las armas prerromanas. «Es una pieza excepcional por la riqueza decorativa, por la representación iconográfica, con una empuñadura que remata en una cabeza de felino con las fauces abiertas, y por la importancia del personaje», explica José Ignacio de la Torre Echávarri, director del Museo de Ciudad Real. La espada, que vuelve a exponerse tras una restauración que ha frenado los procesos de oxidación y deterioro que la amenazaban, es una de las joyas de la colección de esta institución.

El hallazgo se registró a finales de 2012, durante unas obras con motivo de la construcción de la depuradora de Ciudad Real. El Parque Arqueológico, muy cerquita de la capital provincial y en donde además del poblado íbero se encuentran las ruinas del castillo medieval de Alarcos, donde en 1195 un ejército musulmán derrotó a Alfonso VIII, está protegido como Bien de Interés Cultural y cualquier intervención ha de ser acompañada de un seguimiento arqueológico. Al abrirse una zanja en la zona —la necrópolis de los siglos III-II a.C. se encuentra a los pies del cerro, a orillas del Guadiana— se halló la tumba y el ajuar. Al año siguiente, la Universidad de Castilla-La Mancha inició las excavaciones sistemáticas en el yacimiento.

La falcata, que se descubrió fracturada y no doblada, entró entonces en el museo ocupando una vitrina destacada con otros materiales procedentes de Alarcos. Sin embargo, en los últimos meses se identificó una serie de afecciones —ampollas de corrosión y levantamiento de los estratos— que estaban poniendo en riesgo su integridad. «La técnica de forja consiste en una superposición de láminas, que cuando pasa el tiempo y se oxidan, tienden a separarse. Es como si la espada fuese un hojaldre y se estuviese deslaminando porque entre ellas había productos de corrosión. Presentaba un estado muy frágil», aclara Isabel Angulo, la especialista que ha realizado la restauración.

Tras recoger muestras y enviarlas al laboratorio, se decidió que la intervención debía consistir en la eliminación de los cloruros mediante una limpieza mecánica en seco con microtorno. «Las afecciones no se encontraban de manera generalizada, sino en focos concretos, en zonas donde se conserva algo de núcleo metálico. Casi toda la falcata está ya muy mineralizada», añade la restauradora. Luego se acometió un tratamiento de inhibición, que consiste en pasivizar la superficie de hierro de la pieza por medio de una reacción química con la que se busca estabilizarla para que en un futuro no reaccione —no vuelva a iniciarse el proceso de oxidación— ante cambios de humedad o temperatura.

Las joyas de Alarcos

Isabel Angulo señala que durante la limpieza de la espada se ha identificado algún fragmento más de la decoración en nielado de plata, una técnica similar al damasquinado que estriba en hacer una serie de incisiones en la hoja y el mango y luego insertar en ellas los hilos de plata, en este caso de alta pureza y mayor maleabilidad, según los análisis científicos. Esta falcata exhibe motivos en zigzag, un animal con forma de caballo y elementos vegetales que se asemejan a una hoja, casi todo representado en diseños geométricos.

El arma perteneció a un personaje socialmente importante del oppidum de Alarcos. ¿Fue un miembro más de la élite local, un príncipe, un caudillo o incluso un régulo? «No se puede saber con exactitud», zanja José Ignacio de la Torre Echávarri, el director del museo, citando los trabajos de María del Rosario García Huerta, Francisco Javier Morales Hervás, David Rodríguez González, los arqueólogos de la Universidad de Castilla-La Mancha que investigan el yacimiento. «Ellos resaltan la condición elitista que debió tener el personaje, pero no le ponen una etiqueta».

La cronología del yacimiento abarca desde la Edad del Bronce hasta finales de la Edad Media. Además de la necrópolis de las tumbas aristocráticas íberas, que coincide ya con la presencia de ejércitos romanos y cartagineses en la Península Ibérica, se conocen otras tres más: una debajo de las casas del poblado ibérico, fechada en los siglos VII-VI a.C., otra de la que se desconoce su ubicación (V-IV a.C.) y una más tardía, de los siglos II-I a.C.

En el Museo de Ciudad Real se exponen, además, otras piezas procedentes de Alarcos: un casco de bronce de tipo Montefortino (siglo III a.C.), varias falcatas más sencillas —estas armas no solo han aparecido en tumbas de hombres, sino también de mujeres—, una espada de frontón, algún puñal de antenas y una esfinge zoomorfa. Quedan todavía muchos «materiales novedosos» por mostrarse, según el director, como una espada recta de latén, una punta de pilum o un soliferrum, una lanza de hierro, que se dobló para poder ser introducida en el túmulo funerario. «Queremos que se vean las diferencias entre el armamento del Ibérico pleno y la época ibérica ya con presencia romana e incluso con el material de clara inspiración romana», cierra De la Torre Echávarri.

Tomado de www.elespanol.com

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