LECTURA: La Romanización de la Pení­nsula Ibérica

1.- Concepto

Es el nombre con que se conoce, después de la conquista de Iberia por Roma, al proceso de asimilación de la civilización, ideas, y costumbres de Roma.

2.- Precedentes: ¿Qué pueblos estaban entonces en la pení­nsula?

Durante la época de las primeras civilizaciones, la pení­nsula ibérica fue el lugar de actuación de muchos y variados pueblos:

Los Iberos: sus orí­genes eran indí­genas, eran los descendientes de los pobladores del neolí­tico. Los habitantes de Grecia denominaban así­ a las gentes que habitaban en el sur de levante peninsular, que no formaban un grupo racial, pero sí­ cultural que los diferenciaba de los pueblos interiores, que poseí­an distinta cultura.

Los Tartesios: se localizaban en la zona comprendida entre Huelva y Cartagena, es decir, los enclaves mineros de Andalucí­a y Sierra Morena. Este pueblo tuvo su máximo desarrollo en el perí­odo entre los años 750- 500 a. C. Su desmembramiento se debió a las presiones de los fenicios y cartagineses.

Los Celtas: vení­an de Europa y penetraron en la pení­nsula en distintas oleadas por los Pirineos, en la primera mitad del primer milenio a. C. Fueron rechazados por los Iberos y los Tartesios, se expandieron por la Meseta, Galicia, Portugal, Extremadura, Asturias, parte de Andalucí­a y Aragón. En varias zonas entraron en contacto con los pueblos ibéricos, con lo que se produjo una fusión. Introdujeron el hierro y fueron ganaderos y agricultores.

Debe sistematizarse la división inicial, Iberos y Celtas, según la organización y la forma de vida de cada uno de estos dos grupos. Pueden distinguirse tres áreas:

írea mediterránea y el sur de la Pení­nsula: correspondí­a al territorio ocupado por los Iberos. Estaba abierta a las colonizaciones mediterráneas, que dio lugar a una cultura y organización mayor que la del resto de los pueblos. Fue la parte más rica y la más poblada. Tení­a una economí­a basada en los cultivos mediterráneos, en la ganaderí­a, lanar, la explotación minera (fundamentalmente oro y plata) e industrias de salazón del pescado. Debido a los contactos con los pueblos del Mediterráneo oriental pudieron mantener un comercio activo, en el cual intercambiaban sus materias primas por productos fabricados. En cuanto a la polí­tica destacaba la importancia de las ciudades (Cádiz, Sevilla…), gobernada por reyes que se apoyaban en magistraturas y asambleas populares. Oretanos, turdeyanos y bastetanos, ocupaban el sur y estaban influidos por los fenicios. En el este con influencias griegas habitaban adetanos, ilergetes, lacetanos, contestanos, sosetanos y cayetanos.

írea Central: predominaban los elementos Celtas. Tení­an una forma de vida más primitiva: al principio practicaban el nomadismo o seminomadismo, y más tarde se asentaron en núcleos fortificados, muy pocos de estos tuvieron importancia como ciudad (Numancia). Viví­an del pastoreo y del cultivo de cereales. El comercio no era muy frecuente y no habí­a más que un simple trueque. Se organizaron en clanes y tribus, formado por grupos herméticamente cerrados. El pacto de hospitalidad serví­a para relacionarse con elementos extraños al grupo. Otra caracterí­stica de estos pueblos, es que la clientela representaba la sumisión del cliente hacia su jefe, al que se legaba por un juramento y al que se debí­a obedecer a partir del momento en que se juraba fidelidad. Los órganos de gobierno eran el senado aristocrático y las asambleas populares que elegí­an a los jefes. Los pueblos más destacados eran: Carpetanos, Vetanos, Vacceos, Pelendones, Arévacos, Celtí­beros y Lusitanos.

írea del norte: era la más atrasada. Estaba ocupada por los Astures, Galaicos Cántabros y Vascones, todos ellos eran pueblos indomables y rudos. Tení­an una economí­a precaria que consistí­a en una ganaderí­a basada en el pastoreo de cerdos y cabras, y una pobre agricultura, muchas veces recolectora.

3.- Desarrollo de la romanización.

La Romanización de España por Roma empezó en el 218 a. C. Aní­bal (cartaginés) destruyó la ciudad de Sagunto, aliada de Roma, y al frente de un poderoso ejército cruzó el rí­o Ebro y los Pirineos y emprendió la marcha hacia Italia. Entonces los romanos planearon hacer una guerra contra los cartagineses en España. Los romanos, con una extraordinaria visión de la estrategia militar, mandaron a España un ejército bajo el mando de Cornelio Escipión. í‰ste desembarcó en Emporion y empezó la conquista de las tribus de Cataluña, conquista que se consiguió rápidamente después de la llegada de su hermano P. Escipión, que asentó su base militar en Tarraco, destinada a ser una de las capitales romanas de Hispania. Cuando ya estaban ocupadas las zonas ibéricas del levante y divididas las fuerzas de los dos hermanos, en el año 212 a. C., tomó por sorpresa Cartago Nova. Después de dos victorias en Baecula e Ilipa, logró expulsar a todas las tropas cartaginesas de la Pení­nsula, e hizo un pacto con la cuidad de Gades en el año 206 a. C.. Después de someter algunas tribus rebeldes (ilergetas), fieles a los pactos con los cartagineses, dominó toda la zona propiamente ibérica, que ya habí­a pasado del dominio cartaginés al de los romanos a causa de la Guerra Púnica.

Roma aplicó a los pueblos ibéricos y al territorio ocupado el derecho de conquista, comenzando una vergonzosa etapa de sistemática expoliación que causarí­a, en 197 a. C., una rebelión general de todos los pueblos ibéricos, exceptuando los ilergetas, que a causa de las anteriores represiones habí­an perdido su espí­ritu de resistencia. Roma mandó a Hispania al cónsul Marco Pocio Catón, quien, tras una durí­sima represión, en el transcurso de la cual fueron destruidos todos los núcleos semiurbanos y urbanos de Levante y Cataluña, dominó firmemente el territorio, que quedarí­a dividido en dos provincias: la Citerior y la Uterior.

4.- Factores que influyeron y facilitaron la romanización.

La conquista de los cartagineses primero y la acción romana después destruyeron totalmente la civilización ibérica, que de este modo desapareció en su momento más brillante, sin haber iniciado antes su decadencia.

La carencia de unidad entre las tribus ibéricas y de una verdadera tradición polí­tica, que pudiera ser alegada como estí­mulo, facilitaron la tarea igualitaria romana y aceleraron el proceso de romanización.

La ocupación romana de la Citerior y la Uterior necesitó la conquista de los territorios situados en interior, habitados por pueblos de muy distinto carácter, los Celtí­beros, que opusieron una tenaz resistencia y durante casi un siglo no dejaron completar el dominio romano de los territorios del interior. También en la zona occidental, la tribu de los lusitanos, a cuyo frente aparece Viriato, sostuvo una larga guerra (154- 138 a. C.) antes de someterse.

Las guerras celtí­beras del 153- 151 a. C., que fueron dos, y la gran resistencia de Numancia (142- 133 a. C.) están entre las guerras más difí­ciles que tuvieron que superar las legiones romanas para la conquista de un territorio.

A lo largo de todo el siglo I a. C., hubo en Hispania muchas luchas polí­ticas romanas, que varias veces intentaron explotar y resucitar el espí­ritu nacionalista indí­gena, pero que en realidad ayudaron directamente a fomentar un sentido de unidad territorial muy favorable al proceso de romanización.

Las guerras de Sertorio (78- 72 a. C.) y la posterior contienda entre César y Pompeyo, que acabó en la célebre batalla de Munda (45 a. C.), siguieron un proceso que no se completó hasta la guerra cántabra. Las tribus peninsulares vivieron de una forma pací­fica, romanizándose poco a poco, estimuladas por la aparición de colonias de ciudadanos romanos, veteranos de las guerras, esta polí­tica fue desarrollada por César y Augusto la continuó.

En la época de Augusto, el dominio de toda Hispania exigió una nueva división del territorio y se hicieron tres provincias. Durante el reinado del emperador Claudio, las tres provincias de dividieron en conventos jurí­dicos.

En 214 d. C., el emperador Caracalla creó otra provincia, la Gallaecia. Y con Diocleciano se creó la Cartaginensis, a la que al principio se agregó la provincia insular Baleárica. Durante la época del Bajo Imperio todas las provincias se organizaron como una diócesis perteneciente a la prefectura de las Galias.

Los romanos hicieron en España numerosos monumentos y obras públicas muy importantes, como las calzadas y puentes, entre los que destacan el de Alcántara, sobre el rí­o Tajo, en Cáceres. También hay restos de templos en Vich y Mérida y el puente de Alcántara.

Entre los edificios para espectáculos figuran el teatro, el anfiteatro, el circo de Mérida y el anfiteatro de Itálica.

También son importantes las murallas de Lugo, el acueducto de Segovia, la mecrópolis de Carmona y la Torre de Hércules en la Coruña.

5.- Fin de la romanización.

En los dos primeros siglos imperiales, la romanización se completó. Los pueblos hispanos perdieron sus lenguas para adoptar el latí­n, y aceptaron los cultos romanos, de modo que, con el desarrollo del culto imperial, Hispania no se diferenció de las otras provincias romanas.

Destacó la vida urbana, incluso en aquellas zonas, como el norte o la Meseta, en que nunca habí­a existido tradición.

Se racionalizó la explotación agrí­cola, con una fuerte extensión de los cultivos del olivo y de la vid, lo que dio lugar a una poderosa industria agrí­cola que, principalmente en la Tarraconense y en la Bética, alimentó un amplio comercio de exportaciones a Roma. Al mismo tiempo, las industrias pesqueras de las ciudades de Andalucí­a acumularon riqueza. En sus pactos se señaló por primera vez cierta especialización y la producción de calidades locales en competencia con los productos de otras provincias romanas.

En los siglos imperiales, por el contrario, decayeron las explotaciones mineras, que habí­an sido durante muchos siglos la principal riqueza del extremo occidente.

La aportación económica al erario romano fue muy grande.

A lo largo de los siglos republicanos y las guerras de conquista, grandes cantidades de metales preciosos fueron sacadas como botines como consecuencia de las expoliaciones sin tasa, de la administración de Roma.

También produjo notables rendimientos la regular explotación de las antiguas minas de plata y oro, a las que deben añadirse las de cinabrio.

España se convirtió en un paí­s principalmente agrí­cola con la romanización. También fue importante la aportación humana: tropas hispanas combatieron en todas las empresas imperiales, y tres hispanos llegaron a ser emperadores (Trajano, Adriano y Teodosio). Igualmente importante fue la contribución a la literatura latina, con personajes como Séneca, Marcial, Columela, Pomponio Mela, Prudencio, Quintiliano, lo que indica hasta qué punto fue asimilada la cultura romana en Hispania.

6.- Herencia romana en las costumbres e instituciones actuales.

Los romanos extendieron su lengua, sus leyes y sus costumbres a todas las regiones del Imperio.

Su lengua, el latí­n, siguió hablándose durante muchos siglos tras la caí­da del Imperio Romano. Del latí­n que hablaba el pueblo nacieron las lenguas romances, como por ejemplo el castellano, el gallego, …

Después de formadas las lenguas romances, el latí­n siguió siendo la lengua culta y en la que se escribieron grandes obras durante la Edad Media y Moderna.

Aún hoy, las inscripciones de los monumentos se hacen, a menudo, en latí­n y se sigue usando el sistema de numeración romano.

Los romanos siempre tuvieron leyes escritas y la más antigua fue la Ley de las Doce Tablas, en el siglo V a. C.. Las decisiones del Senado y los adictos de los emperadores y de los pretores se recopiló y formaron un conjunto de leyes que aceptaron todos los pueblos y que todaví­a inspiran muchas leyes actuales.

Las costumbres del pueblo romano fueron también asimiladas por los pueblos romanizados:

La manera de cultivar la tierra: durante muchos siglos, esto es algo que se siguió haciendo de la misma forma que hací­an los romanos. Hasta hace poco tiempo, se usó el arado romano, el yugo y otros aparatos que también usaban ellos.

Las comidas: los romanos, al igual que hacemos nosotros, comí­an tres o cuatro veces al dí­a: desayuno, almuerzo, merienda (a veces) y cena.

Diversiones: los romanos, en su tiempo de ocio, hací­an lanzamiento de peso o de jabalina, jugaban a la pelota, iban a pescar o a cazar y muchas más cosas que nosotros practicamos en la actualidad.

El calendario: nuestro calendario es muy parecido al romano, cambia la duración de algunos meses y en el romano el año empezaba en marzo.

Los edificios: tanto urbaní­sticos como destinados a la diversión, por ejemplo el alcantarillado, los monasterios, el teatro, los puentes, el circo, baños públicos, etc.

Juegos: muchos juegos han sido copiados, como el juegos de la pelota, las muñecas, etc.

Las formas de gobierno: los romanos también tuvieron una monarquí­a y un sistema de gobierno similar al nuestro, división de cargos que se organizan en torno al parlamento, lo que entonces era el Senado.

IES Moncho Valcarce.  As Pontes de Garcí­a Rodrí­guez (A Coruña)

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