Leovigildo, el unificador de Hispania a sangre y fuego
Cuando el rey visigodo Leovigildo accedió al trono, en el año 568, la península ibérica se hallaba dividida en numerosos Estados independientes. La meseta central, el sur de Portugal, el valle del Ebro y la Septimania (mitad oriental de Occitania) constituían el territorio controlado por el reino visigodo de Toledo. Ahora bien, por el norte, los cántabros, astures, vascones y runcones (estos últimos en el occidente de Asturias) formaban comunidades independientes gobernadas por aristocracias locales descendientes posiblemente de la nobleza del extinto Imperio romano de occidente. Lo que hoy es Galicia y toda la mitad norte de Portugal formaban un Estado autónomo, el reino suevo, gobernado por una aristocracia mixta de origen germánico –los suevos– y galaicorromana. Entre suevos y godos hallaríamos dos comunidades asimismo independientes: la de los «sappos», que formaban el señorío de Sabaria (posiblemente en la actual provincia de Zamora) y la de los aregenses, habitantes de los llamados montes Aregenses (acaso en la mitad oriental de la moderna Ourense).
En el sur la situación era similar: la ciudad de Córdoba y su territorio formaban un Estado independiente, de gran pujanza económica y, por lo general, hostil a Toledo. En este caso la herencia romana era palpable, y constituía un motivo de orgullo para sus habitantes. De ello se derivaba una diferencia fundamental, y es que mientras que los godos abrazaban el arrianismo, los hispanorromanos –que gobernaban en Córdoba– eran seguidores del credo niceno. Más al este se extendía la llamada Oróspeda, región autónoma que correspondería «grosso modo» a la moderna provincia de Jaén, y que las fuentes describen como agreste y montañosa.
Al sur hallamos una enorme franja de territorio ocupada por los que se llamaban a sí mismos romanos, y que nosotros conocemos con el término convencional de bizantinos. Y es que algunos años atrás, con ocasión de la lucha entre dos candidatos al trono visigodo, el emperador de Constantinopla mandó tropas en auxilio de uno de ellos y, una vez finalizada la contienda, se cobró su recompensa apropiándose de este territorio. Los especialistas no se ponen de acuerdo en cuál fue su extensión total, pero de lo que no cabe duda es de que se ocupaba toda la línea de costa desde Baesippo (Barbate) hasta la desembocadura del Júcar, en Alicante.
Esta era por tanto la situación que Leovigildo se encontró a su llegada al trono. Sin embargo, las acciones militares que dirigió fueron tantas, tan incesantes y tan exitosas que, a su muerte, en el año 586, gran parte de la Península rendía pleitesía a Toledo. La lucha contra los vascones condujo a la fundación de la ciudad de Victoriacum (de localización incierta, acaso Iruña-Veleia o Vitoria). También emprendió campañas contra cántabros y astures, haciéndose con la importante ciudad de Amaya (Peña Amaya, en Burgos). Conquistó los territorios de la Sabaria y los montes Aregenses y, a continuación, invadió hasta en dos ocasiones el reino suevo, conduciéndolo a su extinción, al destronamiento de su último monarca, el rey Miro, y la integración político-administrativa del territorio. La revuelta del hijo de Leovigildo, Hermenegildo, proporcionó un pretexto para que aquel atacase Córdoba, pues esta fue la ciudad elegida por el hijo rebelde como refugio. Leovigildo tomó la ciudad y ocupó su territorio, integrándola en el reino visigodo. Sometió asimismo la vecina Oróspeda, donde se produjo un episodio curioso: una rebelión de los campesinos de la región, que fue violentamente sofocada.
Por último, Leovigildo trató de medir sus fuerzas con los bizantinos, pero en este caso la suerte le fue más esquiva. Lanzó varias incursiones, saqueando la campiña de Baza, en Granada, y tomando la ciudad de Assidonia (Medina Sidonia). Ahora bien, con ocasión de la revuelta de Hermenegildo, los bizantinos apoyaron a este último, enviando un ejército en su auxilio. Y cuando el enfrentamiento en batalla campal parecía inminente, los bizantinos se retiraron, dejando a Hermenegildo a merced de su padre. ¿Qué había sucedido? Según todos los indicios, Leovigildo había negociado en secreto. A cambio de la traición a la causa de su hijo, el rey godo les devolvería la estratégica ciudad de Assidonia.
De este modo, exceptuando a los bizantinos, Leovigildo logró expandir las fronteras de su reino a costa de la mayoría de sus vecinos, dejando tras de sí un reino que abarcaba la práctica totalidad de la Península. De resultas, muchos cronistas posteriores vieron en él al gran unificador de Hispania, sentando las bases de una noción de unidad de retomarían más tarde los reinos cristianos en el Pleno y Bajo Medievo a modo de justificación para su expansión por territorios del al-Ándalus, y que, de un modo u otro, ha llegado incluso hasta nuestros días.
Tomado de www.larazon.es