Pues claro que es mucho más difícil criar un niño que tener un perro (y, por eso mismo, es mejor)

Conversación entre cuatro parejas de amigos. Todos con hijos menores de 10-12 años. Eso sí, los niños no estaban: unos con los abuelos, otro con la canguro, otro con un hermano mayor que ya se puede quedar al cargo… El plan consiste en cena en un restaurante pijo y un par de copas post-postre. Como (casi) siempre que unos cuantos cuarentones se reúnen sin sus hijos, la conversación gira en torno a la tranquilidad que da que no estén por allí; a lo que se disfruta al no tener que estar pendiente de si uno se lo come todo o aquellos otros se pelean; de la tranquilidad de poder tomarse un cóctel sin mirar la hora. ¿La mejor noche del año? De las mejores.

Y en ese punto, una de las reunidas dijo una de esas cosas que no siempre nos atrevemos a decir en público, pero sabemos que es cierto: «Yo adoro a mi hija, pero muchas veces pienso que mi vida habría sido mucho más fácil si no hubiera sido madre«. Los demás coinciden en el diagnóstico y confirman que nunca les habían contado lo complicada que es la paternidad.

Pensaba en todo esto cuando me encontré en Twitter la siguiente noticia: «Los ‘perrhijos’, el nuevo modelo familiar que se afianza en España: ‘Es más fácil conciliar con una mascota que con un hijo'».

Los entrecomillados de los dos párrafos anteriores reflejan una realidad objetiva. Y al mismo tiempo, en el mensaje que transmiten, se equivocan. ¿La culpa es de los economistas? En cierto sentido, sí, aunque no sólo es nuestra. Digamos que la modernidad y la prosperidad material han hecho que vayamos poco a poco aceptando como evidente lo que es un error: pensar que más sencillo es mejor.

¿Sencillez?

La obsesión por facilitarnos nuestro día a día, que es una de las claves que explican la mejora de productividad y el progreso de las últimas décadas, nos ha llevado a pensar que es la propia vida la que tiene que ser fácil. Y no lo es, afortunadamente.

Lo que tiene que ser fácil es cerrar la bolsa de la basura. Por eso, el que inventó las asas que usamos ahora mismo se merece nuestra más profunda admiración y gratitud. Tiras de una pequeña cinta amarilla y la bolsa se cierra sola; ¿recuerdan cómo era hacer un nudo a las bolsas de hace 15-20 años y las posibilidades de que se rompieran o no cerraran bien?

Pero sería un error pensar que llegar hasta ese punto fue sencillo. Seguro que si el tipo está vivo y recuerda su invento está muy orgulloso del mismo (debe estarlo, yo se lo agradezco cada día); pero también es seguro que no fue algo que se sacase de la chistera en cinco minutos: hizo pruebas, utilizó diferentes materiales, planteó diversas formas de producirlo que fueran baratas, fue perfeccionando poco a poco el mecanismo… Y consiguió que nuestras vidas fueran más fáciles, a cambio de su esfuerzo y su tiempo.

Tomado de www.libremercado.com

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