Quién inventó el cambio de hora

ASDHay cosas que se inventan, como los coches o los palillos, y otras que se descubren, como el dinero negro o la diabetes. La diferencia es que se inventan cosas que no existí­an y se descubren cosas que ya existí­an.

Con el cambio de hora la cosa está bastante clara. Basta ver qué ocurre con los tres elementos que conforman la génesis de dicho evento:

El tiempo: lo inventó un dios griego varios siglos antes de Cristo.

Los relojes: todo el mundo sabe que hace mucho que existen relojes de muy distinto material (de sol, de arena, de cuco…)

Los alemanes: ya los habí­a en tiempos de Carlos V de Alemania.

Es decir, es un descubrimiento, un gran descubrimiento. Su autorí­a se la disputan ingleses y norteamericanos. Los primeros dicen que fue un inglés, William Willet, constructor, que en 1905, mientras daba un paseo a caballo antes de desayunar, se percató de lo que se perdí­an los ingleses que todaví­a estaban durmiendo. No sabemos bien a qué se referí­a, pero dados los cabreos que se pillaba por tener que acortar el recorrido en los partidos vespertinos de golf, tení­a razones de sobra que justificasen su petición del cambio de hora en verano.

Los americanos, en cambio, sostienen que fue Benjamin Franklin (el de la bombilla) quien en 1784 calculó, mientras ejercí­a de embajador en Parí­s, el ahorro de aceite que se producirí­a si se llevara a cabo el cambio de horario.

Pero no fueron ni ingleses ni americanos los primeros en adoptar el cambio de hora, sino los alemanes. Durante la Primera Guerra Mundial andaban escasos de carbón y, de buenas a primeras y sin tanta poesí­a, cambiaron la hora para no consumir tanto y poder enviarlo al frente, que era donde realmente se necesitaba.

Podrí­amos pensar que esto era algo que se veí­a venir, ya que los alemanes no son como los españoles, que nos gusta estar en la calle y aprovechar el mayor tiempo posible la luz solar. Pero, en realidad, a ellos también les gusta hacer cosas fuera de casa. Vean si no la portada de ABC publicada el 23 de septiembre de 1914 en la que vemos, como su pie de foto indica, una escena pintoresca en Berlí­n: una familia berlinesa preparando una comida en la calle a los hijos de los reservistas que se han ido al frente de batalla.

En esta escena, una de las poquí­simas imágenes publicadas por ABC en la que observamos una imagen de la normalidad alemana en su propio territorio, vemos cómo, pese al drama de la guerra, los alemanes también disfrutan de un buen guiso de olla en plena calle. Y, como les sucede también a los españoles, dos trabajan y cuatro miran.

Tras los alemanes, entonces sí­, los ingleses y luego los americanos impusieron un cambio de hora con la llegada del verano.

Acabada la Primera Guerra Mundial, a los ingleses les pareció bien seguir con la idea de aprovechar bien las mañanas y continuaron cambiando los relojes de hora. Los americanos fueron un poco más indecisos: hubo varias revocaciones pero finalmente también se sumaron a dicho cambio. Muchas otras naciones, una vez acabado el conflicto, no veí­an mayor ventaja en el cambio de hora y, para alegrí­a de los agricultores, decidieron dejar de imponerlo. Hoy en dí­a «sólo» se aplica en Europa, América del Norte (incluido México), Turquí­a, Marruecos, y algunas regiones de Australia y América del Sur. Resulta intrigante que Japón sea el único paí­s industrializado que no lo aplique.

Mucho se discute, cuando se acerca la hora del cambio de hora, sobre sus bondades o inconvenientes. Quizás hubiera sido más sencillo permitir que la gente motu propio se levantara antes de la cama con la salida del sol. Si no lo habí­an hecho antes, por algo será. A las personas nos gusta más, por lo general, trasnochar que madrugar y esa costumbre sólo puede cambiarla un polí­tico a golpe de decreto. Así­ que habrá que trasnochar y madrugar a la vez, algo que, dicho así­, no parece muy sano, aunque muchos lo practiquen habitualmente.

Pues bien, ahora que hemos cambiado el tiempo, le toca el turno al clima.

Si es que la vanidad del ser humano no conoce lí­mites

juan manuel barceló Sánchez

Tomado de www.abc.es

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