Siete curaciones entre las pruebas del favor divino a la Medalla Milagrosa

La Medalla Milagrosa, revelada por la Virgen María a Santa Catalina Labouré hace casi dos siglos, ha demostrado desde entonces que hace honor a su nombre, como recoge Cada 27 de noviembre se celebra la fiesta de la Virgen de la Medalla Milagrosa, una devoción mariana relativamente reciente pero que se extendió rápidamente por todo el mundo provocando por un lado un mayor amor a María y por otro innumerables gracias a los fieles devotos.

Tal día como hoy hace 189 años se aparecía la Virgen María a una joven monja, Santa Catalina Labouré y le entregó el regalo de la Medalla Milagrosa para que la compartiera con todo el mundo. En esta aparición la Virgen le mostró cómo debería ser esta Medalla Milagrosa.

Con el permiso de la Iglesia, las primeras medallas se hicieron y distribuyeron en París en 1832. Aunque originalmente se conocía como la Medalla de la Inmaculada Concepción, se asoció con tantos milagros y bendiciones, que finalmente se popularizó como la Medalla Milagrosa. Y muchos cristianos que la poseen a día de hoy, todavía experimentan muchas de estas gracias.

Estos son únicamente siete milagros que se han atribuido al increíble poder detrás de las medallas y que recoge Beliefnet:

Milagro en el corredor de la muerte

Uno de los milagros más increíbles de la Medalla Milagrosa se produjo en una cárcel de Mississippi en 1943. El joven de 20 años Claude Newman estaba en el corredor de la muerte por disparar al abusador de su abuela y le preguntó a otro recluso qué llevaba puesto alrededor del cuello. El interno arrojó la medalla al suelo y le dijo a Claude que podía tenerla. Poco después de que el joven se colocara la medalla alrededor del cuello, la Virgen María, a quien Claude describió como la mujer más hermosa que Dios había hecho, se le apareció y le dijo que si quería ser su hijo debería pedir un sacerdote. Lo hizo de inmediato.

Junto con otros cuatro prisioneros a los que Claude les contó su historia se preparó para ser bautizado. Cuando compartió con el sacerdote y los otros hombres la idea del profundo perdón que se encuentra en la Confesión, el sacerdote se sorprendió de que la Virgen hubiera visitado a Claude nuevamente.

Para demostrar que estaba diciendo la verdad le recordó al sacerdote un voto de 1940 que había hecho a María de que construiría una iglesia en su honor si sobrevivía a una situación que amenazaba su vida. Claude fue bautizado cuatro días antes de la fecha prevista de ejecución en 1944. Debido a que el joven estaba tan feliz de ir al cielo, su última solicitud fue celebrar una fiesta. La ejecución se suspendió dos semanas y el preso se entristeció por lo que el sacerdote tuvo que consolarlo. Ya el día de su ejecución este joven dejó sorprendidos a todos los presentes al estar contento mientras era colocado en la silla eléctrica.

El milagro de la viuda

En 1834, tan sólo dos años después de que las primeras copias de la Medalla Milagrosa fueran distribuidas por París, las noticias de la medalla habían viajado por toda Francia. Una de las mujeres que supo de ellas fue una viuda de 70 años que había ingresado en el hogar de ancianos de Saint-Maur después de una terrible caída en agosto de 1833. No solo tenía que arrastrar la pierna izquierda, sino que necesitaba ayuda para caminar, y serías dificultades para sentarse y volver a levantarse. Cuando se enteró de la medalla solicitó una y se llenó de esperanza.

Tan pronto como la recibió fue a confesar. Al día siguiente, que era el primer viernes del mes, recibió la Sagrada Eucaristía y comenzó a rezar una novena a los Sagrados Corazones de Jesús y María. También veneraba la medalla, que llevaba alrededor del cuello, 20 veces al día. El séptimo día de la Novena ya no sentía dolor alguno. Todos en el hogar de ancianos se sorprendieron cuando comenzó a caminar sin ayuda. Después de haber recibido esta gracia incluso pudo subir escaleras y arrodillarse.

Recuperación milagrosa

En 1836 la Medalla Milagrosa ya había sobrepasado las fronteras de Francia y se había extendido por toda Europa. En enero de ese año, un sacerdote en Italia colocó secretamente una medalla bajo la almohada de un hombre de 27 años que se había vuelto indiferente sobre su fe. Aunque se estaba muriendo de neumonía no quería arrepentirse de sus pecados ni volver el rostro a Dios. Como el sacerdote y un capellán no habían logrado convencerlo de que lo hiciera, el sacerdote le dio un tiempo al joven para que reflexionara sobre lo que habían hablado con él.

Antes de que el sacerdote regresara, el joven se reconcilió con su madre y le pidió que llamara al sacerdote, porque quería renunciar a los pecados de su pasado y volver a su fe. Cuando el sacerdote le mostró la medalla y se la dio, el joven comenzó a besarla devotamente. Con remordimiento, confesó sus pecados y recibió la absolución, y también recibió los últimos ritos. Pero para asombro de todos comenzó a sentirse mejor y se recuperó por completo en pocos días. Se quedó con la medalla y con frecuencia la besó con gran devoción y gratitud a Dios y a la Santísima Madre.

Milagro de la vista

También en 1836 se produciría otro hecho extraordinario, en este caso en Bélgica. Rosalie Ducas, una niña sana de apenas cuatro años, perdió repentinamente la vista el 9 de noviembre de 1835. Perder la vista de esta manera fue traumático para la pequeña, y al darse cuenta de que la necesitaba ayuda celestial, el párroco de Jodoigne-la-Soveraine le dio a la madre de la niña una Medalla Milagrosa.

El 11 de junio de 1836, la mujer colocó otra medalla alrededor del cuello de su hija y comenzó a rezar una novena. A las seis horas dejó de quejarse del dolor. En el cuarto o quinto día de la novena, Rosalie abrió los ojos. Los padres se sintieron tan esperanzados que rezaron aún más. Para asombro de Rosalie, sus padres y el sacerdote, la niña recuperó la vista el noveno día de la novena.

Curación de una enferma mental

A finales de 1837 la Medalla Milagrosa ya estaba por todo el mundo, también en China donde se produjo otro hecho extraordinario gracias al mártir San Juan Gabriel Perboyre, canonizado por San Juan  Pablo II, y que estando en misión en Ho-Nan le dio la medalla a una mujer con problemas mentales.

Este santo sería más tarde encarcelado, torturado durante aproximadamente un año y martirizado en 1840 debido a su fe cristiana. En todo ese tiempo fue informado por otros católicos sobre la mujer a la que había dado la Medalla Milagrosa. Le dijeron al sacerdote que ella quería desesperadamente que él escuchara su confesión. Aunque era casi imposible para ella hacer una confesión coherente, él compasivamente aceptó escucharla. Aunque ella no sabía lo qué era, el santo le dio la Medalla Milagrosa para que pudiera estar bajo la protección de la Santísima Madre. Solo cuatro o cinco días después esta mujer estaba totalmente curada.

El milagro del helado

A pesar de las enormes gracias que siempre han acompañado a la Medalla Milagrosa, muchos en la Iglesia no creían realmente en su poder. El jesuita John A. Hardon era una de esas personas. No mucho después de ser ordenado un religioso vicentino le alentó a promover la Medalla Milagrosa asegurando que la Virgen hace numerosos milagros a través de ella. El padre Hardon para ser educado realizó un folleto sobre estas medallas pero nunca quiso uno para él.

Sin embargo, en 1948 cuando el sacerdote de los Estados Unidos se encontró con un niño de diez años que estaba en coma tras un accidente en trineo decidió ver si sería útil. Una hermana que trabajaba en el hospital encontró una así como una cinta que el sacerdote podía usar para colgarla del cuello del pequeño. Aunque el niño tenía un daño cerebral permanente e inoperable, el sacerdote leyó la oración que lo inscribió en la Cofradía de la Medalla Milagrosa. Tan pronto como terminó la oración, el niño abrió los ojos y le pidió helado a su madre. Era la primera vez que hablaba en casi dos semanas. Nuevas radiografías mostraron que el daño cerebral había desaparecido, y fue dado de alta del hospital tras tres días. Al igual que el niño y su familia, la vida del sacerdote y su creencia en la medalla cambiaron para siempre.

Milagro del ascensor

En la década de 1950, en la entonces Checoslovaquia comunista, un adolescente recibió una Medalla Milagrosa de un seminarista clandestino. Pese al riesgo de llevar símbolos religiosos, este joven decidió colocar la medalla en su cuello y utilizarla mientras trabajaba un verano en una construcción. Cuando su supervisor le dijo que se lo quitara, continuó usándolo.

Al día siguiente, cayó en un agujero que contenía el motor con ruedas, engranajes y correas en movimiento de un montacargas poco sofisticado que permitía a los trabajadores de la construcción transportar materiales a los pisos superiores del edificio de apartamentos que se estaba construyendo. Sus compañeros de trabajo lograron sacarlo y atónitos vieron que resultó ileso. Pudo levantarse y seguir trabajando. Y creía fervientemente que era la protección de la Santísima Madre, recibida a través de la medalla, lo que lo mantuvo a salvo.

Tomado de www.religionenlibertad.com

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