BIOGRAFíA: Simón Bolí­var

El nacimiento de Simón Bolí­var, a finales del siglo XVIII coincide con el final del Antiguo Régimen en España, cuando la Ilustración y sus intelectuales intentan con el incierto apoyo de un rey «extranjero», Carlos III, modernizar el paí­s y su imperio. Citando al historiador F. Garcí­a de Cortázar … «todos los esfuerzos por taponar la brecha del caos eran insuficientes y solo conseguí­an avivar la crisis. Ajeno a la realidad, Carlos IV viví­a embobado en el irreal universo de la corte, hasta que su mundo invadió los sueños imperiales de Napoleón. Entonces despertó sobresaltado; habí­a comenzado la pesadilla.»

En ese escenario nace Simón Bolí­var en Caracas el 24 de julio de 1783, por entonces capital de la Capitaní­a General de Venezuela. Fue Bolí­var el cuarto hijo del coronel Juan Vicente Bolí­var Ponte y doña Marí­a de la Concepción Palacios Blanco, criollos arraigados de varias generaciones en suelo americano y educados en el viejo y rancio estilo eclesiástico de aquella iglesia católica que mantení­a todo su poder, y a ambos lados del océano. Bolí­var se educa también en esa fe, y también en ese entorno social familiar, perteneciente a la clase social de los mantuanos, ricos terratenientes y hacendados. Esa unión adquiere carácter en Bolí­var desde su bautizo en la propia Catedral, y con los nombres de Simón José Antonio de la Santí­sima Trinidad, y de alguna forma encarrila su vida, le permite a su mente despierta forjarse, con las posibilidades económicas propias de las que le dota un pariente suyo, por lo demás clérigo, el padre Juan Félix Jerez-Aristiguieta y Bolí­var, al instituir en su favor un rico patrimonio, llamado «Ví­nculo de la Concepción».

En la educación de Bolí­var se enlazan también las primeras ideas ilustradas, y una vida personal atravesada por golpes muy duros. Apenas con dos años habí­a quedado huérfano de padre, y a los 9 fallece su madre, siendo su abuelo don Feliciano, quien se hace cargo del muchacho, una situación aún complicada si cabe con el fallecimiento del abuelo. Bolí­var pasa por una etapa juvenil sin duda difí­cil en lo personal, teniendo por tutor a su educador, llegando a fugarse a casa de una hermana, y siendo obligado a retornar contra su voluntad. El carácter duro, contestatario con lo establecido, también inseguro a veces, encuentra su razón de ser en esa época difí­cil para el muchacho.

En 1799 viajó por primera vez a España, pasando por Colombia, México y Cuba. En Madrid, Bolí­var penetra de lleno en el mundo ilustrado, a través de familiares como sus tí­os Esteban y Pedro Palacios y de un amigo de la familia, el Marqués de Ustáriz, su mentor intelectual. Simón perfeccionó sus conocimientos literarios y cientí­ficos (el francés, la historia, las matemáticas, etc.) y su educación de hombre de mundo con la esgrima y el baile. La frecuentación de tertulias y salones en la corte pulió su espí­ritu, enriqueció su idioma y le dio mayor aplomo. Y allí­ conoció también a la que serí­a su breve esposa, Marí­a Teresa Rodrí­guez del Toro y Alaiza, joven española con antepasados venezolanos, con la que se casarí­a en Madrid en 1802 y que fallecerí­a en Venezuela sin cumplir un año de matrimonio, un nuevo golpe que acaso nunca llegó a asimilar.

Pero antes, Bolí­var está documentado que visita Bilbao donde permanece varios meses, y es de suponer que visitara el solar de sus antepasados, el caserí­o Errementarikua, sede actual del Museo de su nombre; no hay datos que avalen tal visita, pero si es cierto que Bolí­var conocí­a de sus orí­genes, seis generaciones atrás, en concreto a través de Simón de Bolí­var «el Viejo», quien emigró a América mediado el siglo XVI , obligado por no ser el hijo mayor, y por las costumbres del mayorazgo que dejaban siempre la herencia al primogénito de la familia; tras pasar por Santo Domingo, Simón «el Viejo» recala en Caracas dando así­ origen al árbol genealógico familiar en Venezuela.

Tras el fallecimiento de su esposa, Bolí­var regresará a Europa, pasando por Cádiz y Madrid, de camino al centro de una nueva Europa que se está forjando, el Parí­s de la era Napoleónica, donde llegará en la primavera de 1804. Allí­ Bolí­var tiene intensa relación con polí­ticos, militares, diplomáticos, cientí­ficos, negociantes, se relacionó directamente y a través de sus obras escritas, con los intelectuales de la época, y sobre todo conoció de primera mano los acontecimientos polí­ticos y militares que iban a dar origen a la modernidad, concluyendo con el Antiguo Régimen en toda Europa, y por ende en América. Y también Bolí­var pudo experimentar la vida lejos de los corsés de una religión inquisitorial, y tuvo diversas relaciones con el otro sexo, en particular con una dama, Fanny Du Villars, cuyo salón frecuentaba, y que le abrió las puertas a la ciudad y a su sociedad.

El mundo de la Ilustración, el militarismo y la ruptura con el pasado que representaba Napoleón, el romanticismo como espí­ritu poético, y la racionalidad en su trato directo con intelectuales y cientí­ficos como Von Humbolt y Bonpland . Cierto o leyenda, tiene sentido que de alguna forma todo ello se resuma en el supuesto compromiso asumido por Bolí­var cuando poco después viaje hasta Roma con su preceptor venezolano, con el que coincide en Paris, Simón Rodrí­guez, En Roma, un dí­a de agosto de 1805, se dice que en lo alto del Monte Sacro, Bolí­var juró dedicar su vida para que Hispanoamérica fuese libre del dominio español.

La vuelta a Venezuela será la última de las etapas formativas, cuando tras pasar también por Prusia se embarca en Hamburgo rumbo a los Estados Unidos, donde conoce también la experiencia de la Independencia y el uso por un pueblo de lo que él llamó la «libertad racional» y regresa a Venezuela a mediados del 1807.

Durante algún tiempo Bolí­var atiende a sus asuntos y espera acontecimientos que poco a poco se van fraguando, y en los que participa o confabula. El momento llega con la caí­da de Fernando VII y la entrada de Napoleón en España, El 19 de abril de 1810 se proclama en Caracas la revolución por la independencia y Bolí­var es enviado por la Junta de Caracas, junto con Luis López Méndez y Andrés Bello, a Londres, para tratar de obtener el apoyo inglés a esos fines, lo que no obstante no consiguen. De regreso, las fuerzas fieles a España combaten a los revolucionarios y Bolí­var se pone a las órdenes del general Miranda para someter a los realistas que sin embargo acabarán derrotando a la primera República de Venezuela.

Todo ello, mientras en la Metrópoli se suceden hechos vertiginosos, la citada invasión napoleónica y la Guerra de la Independencia, que concluye con la expulsión de los franceses y el retorno de Fernando VII que, una vez pacificada España, se lanza a una represión militar ilimitada en América. Sin embargo, el continente es demasiado grande, y los apoyos dispares. Argentina es el primer gran territorio que consigue la independencia, mientras en la zona centro-americana el panorama es mas equilibrado.

Bolí­var consigue huir a Cartagena de Indias, donde el 15 de diciembre de 1812 publicó un manifiesto en el cual expuso ya las ideas principales que guiarí­an su acción en los años próximos: la unidad de mando para luchar hasta conseguir la victoria, y la unión de todos los paí­ses hispanoamericanos para lograr y consolidar la independencia y la libertad.

De inmediato, reorganiza un pequeño ejercito e inicia en mayo de 1813 la liberación de Venezuela, entrando en Caracas el 6 de agosto de ese año, siendo nombrado en octubre Libertador por la Municipalidad de la ciudad. Pero entrar en la ciudad, no significa la paz, al contrario, la sociedad está dividida, una parte del ejercito y el clero defensor de sus derechos y prerrogativas son fieles a la metrópoli, y la guerra desgarra la región. Por segunda vez la República termina derrotada en junio de 1814.

Los patriotas tienen que abandonar Caracas y Bolí­var ha de huir a Nueva Granada, a la británica Jamaica, a Haití­, independiente ya y donde obtiene el apoyo del Presidente Alejandro Petión. Durante varios años guerreará contra los realistas, con un objetivo unitario de independencia para lo que llama la Gran Colombia, y en el que incluye como objetivo también la emancipación de los esclavos, objetivo que resulta aún demasiado atrevido y le aparta de importantes apoyos. En medio de la guerra, Bolí­var trata de organizar un cuerpo de derecho, y convoca a un Congreso, que reúne en Angostura el 15 de febrero de 1819, un intento a medias, en el que encuentra el rechazo a muchas de sus posturas, en exceso utópicas, pero donde se condensa lo esencial de su pensamiento social y polí­tico-constitucional.

A mediados de 1819 el ejército republicano, con Bolí­var a la cabeza, atraviesa los Andes, derrota el ejército realista, y entra triunfante en la ciudad de Bogotá. En diciembre de 1819, Bolí­var consigue hacer realidad su sueño, cuando el Congreso de Angostura crea la República de Colombia, que comprendí­a a las actuales naciones de Venezuela, Colombia, Panamá y Ecuador.

En 1820, España atraviesa nuevas dificultades, el ejército de Riego se subleva en la pení­nsula y es el momento oportuno para negociar y conseguir, un armisticio y un tratado firmados en Trujillo por Bolí­var y el General Morillo, en el pueblo de Santa Ana el 27 de noviembre. Estos tratados significan el reconocimiento tácito de la Gran Colombia por el Gobierno de Fernando VII.

Bolí­var inicia una nueva etapa de su proyecto emancipador, ahora hacia Ecuador, que conseguirá también la independencia tras dos años de nuevas guerras, el 24 de mayo del 1824, en que queda incorporada también a la República de la Gran Colombia. En Quito conocerá Bolí­var a Manuela Saénz, su amor de madurez y llamada «la libertadora del Libertador» porque le salvó la vida años más tarde. En Guayaquil conocerá también al general San Martí­n, el otro héroe de la emancipación sudamericana, acudiendo en su ayuda para asegurar la independencia del Perú, que se logrará en dos fases, la primera para las «tierras altas», que en su honor se denominará República de Bolivia y después el propio Perú.

En 1926 se reunirá el Congreso de Panamá , para que las naciones hispanoamericanas se unieran y fijasen una posición común frente a las grandes potencias del mundo y ante España, que querí­a continuar la lucha. Pero Bolí­var es un hombre formado con retales de culturas que son extrañas entre quienes detentan poderes «reales», económicos y religiosos y que no ven con buenos ojos su defensa del indí­gena, fomentar y extender la educación, abrir caminos, desarrollar la agricultura y el comercio: en una palabra llevar a América las ideas y la visión del mundo que él habí­a conocido en sus viajes, algo que se demostrarí­a irreal, y que tardarí­a aún mucho tiempo en fraguar en la América latina.

Antiguos amigos, colaboradores, compañeros de batalla, se revelan. En abril de 1826, una revolución acaudillada por el general Paéz, obliga a Bolí­var a regresar a Venezuela y restablecer la paz. Paz que solo se restablece plenamente convirtiéndose el propio Bolí­var en lo que siempre despreció, un dictador. La Gran Colombia hereda una estructura colonial de virreinatos, capitaní­as, no solo polí­ticas sino económicas, y las tendencias a la separación crecen. La oposición se fortalece y Bolí­var, enfermo y agotado, renuncia a la Presidencia y decide viajar, a sus fuentes, a Europa. Por último, el asesinato del General Sucre, quien hubiese podido ser el continuador de su obra, y el rechazo de quienes entonces gobiernan en Venezuela, le afectan profundamente.

Solo, abandonado casi por todos, muere en San Pedro Alejandrino, una hacienda cercana a Santa Marta, el 17 de diciembre de 1830.

 

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