Emilio Mola

Mola nació el 9 de julio de 1887 en Cuba, todaví­a colonia española, donde su padre, capitán de la Guardia Civil destinado allí­, estaba destacado y donde se habí­a casado con una cubana.

Tras el desastre español de 1898, la familia regresa a España. El 28 de agosto de 1904, Mola ingresa en la Academia de Infanterí­a de Toledo. Tras su formación y su graduación como teniente en 1907, época en la que dirigí­a dicha Academia el coronel Jose Villalba Riquelme, fue destinado al Regimiento de Infanterí­a Bailén, y después sirvió en la guerra colonial española de Marruecos, en el Regimiento de Infanterí­a de Melilla, donde recibió la Medalla Militar Individual por la campaña de 1909 y donde se convirtió en una autoridad en asuntos militares. El 1 de agosto de 1911 entró de oficial en las Fuerzas Regulares Indí­genas, con las que participó en las operaciones de la llanura del Zaio. En mayo de 1912 fue herido de gravedad en el muslo derecho, lo que le supuso su primer ascenso por méritos de guerra a capitán.

Al reponerse, fue enviado al Regimiento de Infanterí­a Ceriñola, con el que volverí­a a Izhafen, Imarufen y Talusit, y lucharí­a también en la zona de Tetuán, en la que conseguirí­a su segundo ascenso, ahora a comandante, por méritos de guerra. En 1915 fue destinado al Batallón de Cazadores Alba de Tormes en Barcelona, y dos años y medio después pasarí­a por Madrid y luego a Ceuta como Juez de Causas de su Comandancia General. Al mando del Grupo de Regulares de Ceuta nº 3 participarí­a en diversas batallas en octubre de 1919 y en 1920: Malalien, Wad Ras, Alcázar Seguer, Kudia Tahar, Wad Lau, Kobba d’Arsa, etc. En junio de 1921 fue ascendido a teniente coronel y destinado al Regimiento de Infanterí­a Andalucí­a en Santander. Tres meses después, fue llamado a cubrir la vacante al frente de los Regulares de Melilla, volviendo a participar en importantes operaciones militares, como la de [[Dar Accoba], gracias a la evacuación de la zona de Larache. Mola fue ascendido por méritos de guerra a coronel y alcanzó el mando del Regimiento de Infanterí­a de Melilla, con el que participarí­a en el Desembarco de Alhucemas. En 1927, con cuarenta años, fue ascendido a general de brigada y se hizo cargo de la Comandancia General de Larache.

Mola fue también Director General de Seguridad en 1930, un puesto polí­tico donde sus ideas conservadoras le hicieron muy impopular entre la oposición socialista y liberal Una de sus labores más relevantes en el cargo fue la reorganización del Cuerpo de Policí­a, entre las que se incluí­a la creación de la denominada Guardia de Asalto.

Durante la República, Mola fue encarcelado y separado del servicio activo tras asociársele a la sublevación del general Sanjurjo en 1932, pasando a la segunda reserva. Los problemas económicos que se derivaron de la suspensión de sueldo lo llevaron a hacer juguetes y a escribir en distintos medios para conseguir algo de dinero.

En 1933, Mola fue amnistiado y regresó al ejército, colaborando en el Estado Mayor Central con Franco y otros. En 1935 accedió al mando de la Comandancia Militar de Melilla y luego fue nombrado Jefe Superior de las Fuerzas de Marruecos.

Tras su llegada al poder, en febrero de 1936, el gobierno del Frente Popular trasladó a varios mandos militares para tratar de desmontar la conspiración militar en ciernes. Mola fue nombrado gobernador militar en Pamplona, por considerarse éste un lugar alejado donde permanecerí­a al margen de los asuntos polí­ticos.

Mola pronto se unirí­a al grupo de oficiales que planeaban un golpe para derrocar el régimen republicano. Así­, el cambio de destino hizo que varios militares de alta graduación coincidieran en Madrid a primeros de marzo y allí­ designaran al Emilio Mola como cabeza para preparar la insurrección militar, cuando éste se dirigí­a al nuevo destino en Pamplona. El general Mola llegó a Navarra el 14 de marzo de 1936. Por mediación de Raimundo Garcí­a Garcí­a «Garcilaso», director del Diario de Navarra, los carlistas se pusieron en contacto con Mola en mayo, con los que mantuvo unas duras y tensas negociaciones. Los principales escollos fueron el régimen que surgirí­a después del golpe militar y la bandera que portarí­an los sublevados, ya que Mola tení­a previsto portar la tricolor republicana, mientras que los carlistas exigí­an portar la bicolor monárquica.

Sobre el primer punto, los carlistas se negaban en redondo a aceptar una dictadura militar republicana propuesta por Mola en su circular del 5 de junio y pedí­an que el nuevo régimen se implicara con la doctrina tradicionalista y católica del carlismo, es decir, la supresión de todos los partidos polí­ticos y el establecimiento de un gobierno no democrático, con Sanjurjo como presidente. A pesar de que el propio Mola sabí­a que la participación de los requetés navarros y vascos era imprescindible para que el alzamiento en Navarra triunfara, calificó de inadmisibles las peticiones de los carlistas en el informe reservado que enví­a el 1 de julio. En el mencionado documento el propio Mola decí­a que «El entusiasmo por la causa no ha llegado todaví­a al grado de exaltación necesario» y apuntaba que «está por ultimar el acuerdo con una muy importante fuerza nacional indispensable para la acción en ciertas provincias», lo que era una clara alusión los carlistas.

El propio general Sanjurjo, navarro y de origen carlista, desde su exilio portugués intentó mediar en la negociación entre Mola y los carlistas incluso enviándole una carta al general, el cual la rechazó, al considerarla falsa. La ruptura definitiva entre Mola y los carlistas se llevó a cabo el 9 de julio, después de un infructuoso intercambio de misivas entre el general y Manuel Fal Conde, lí­der de los carlistas. Este hecho conllevarí­a la cancelación del plan para el alzamiento que se tení­a previsto el dí­a 12 en Pamplona. Mola enví­a una nota a Fal Conde en la que le decí­a:»Recurrimos a ustedes porque contamos únicamente con hombres uniformados que no pueden llamarse soldados. De haberlos tenido, nos habrí­amos desenvuelto sólos». Cuando la situación estaba en un punto de no retorno, el anterior lí­der de los carlistas, pero jefe del carlismo navarro, el conde de Rodezno contactó con Mola y le recomendó negociar directamente con los requetés navarros, prescindiendo de la dirección nacional, los cuales estaban dispuestos a sublevarse ignorando las órdenes de Fal Conde, y así­ se lo hicieron saber el dí­a 12 de Julio. El asesinato de Calvo Sotelo el dí­a 14 precipita los acontecimientos y los carlistas aceptaron aplazar la discusión sobre el estatus del nuevo régimen, dejándolo en manos del general Sanjurjo.

El 16 de julio en el monasterio de Irache, se entrevistó con su superior el general Domingo Batet que le preguntó directamente si tení­a algo que ver con la inminente sublevación e incluso llegó a pedirle su palabra de honor de que no participarí­a en la sublevación, que Mola efectivamente le dio diciéndole: «yo lo que le aseguro es que no me lanzo a ninguna aventura…» Batet, convencido de que Mola no se sublevarí­a, informó al Gobierno.

Fue Mola quien, bajo el pseudónimo de «Director», envió las instrucciones secretas a las unidades militares comprometidas en el levantamiento. Después de varios retrasos, se eligió el 18 de julio de 1936 como fecha para comenzar el golpe. A pesar del éxito de la rebelión en el protectorado de Marruecos, Mola esperó hasta el 19 de julio para levantarse en Navarra, donde contarí­a con el decisivo apoyo de los carlistas.

Su planteamiento para iniciar el golpe de Estado, y una vez iniciado, queda reflejado en sus instrucciones reservadas. Así­ consta en la instrucción reservada nº 1, firmada por Mola en Madrid el 25 de mayo de 1936 que decí­a:

Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado. Desde luego, serán encarcelados todos los directivos de los partidos polí­ticos, sociedades o sindicatos no afectos al movimiento, aplicándoles castigos ejemplares a dichos individuos para estrangular los movimientos de rebeldí­a o huelgas.

El 19 de julio de 1936, iniciado el golpe, decí­a también Mola: «Hay que sembrar el terror…hay que dejar la sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros».

En la noche del 18 al 19 de julio mantuvo una conversación telefónica con Diego Martí­nez Barrio (Presidente del Gobierno por unas horas), en la que éste le pidió que se atuviera a la más estricta disciplina para evitar los horrores de una guerra que estaba comenzando a desencadenarse, incluso ofreciéndole el ministerio de Guerra en un gobierno de concentración militar. Mola no accedió argumentando que era demasiado tarde y no podí­a volverse atrás con la siguiente frase: «Ni pactos de Zanjón, ni abrazos de Vergara, ni pensar en otra cosa que no sea una victoria aplastante y definitiva».

El golpe fracasó en su objetivo de controlar la mayor parte de España, pero buena parte del ejército lo apoyó y la situación evolucionó rápidamente hacia una guerra civil. Tras la muerte de Sanjurjo en Portugal, en accidente aéreo, el 20 de julio, Francisco Franco fue elegido comandante del ejército sublevado, así­ como jefe del Estado en la zona controlada por éste. Mola fue nombrado jefe del Ejército del Norte.

Mola murió el 3 de junio de 1937 cuando su avión se estrelló (en la actual localidad de Alcocero de Mola), durante un temporal regresando a Vitoria. Las muertes de Sanjurjo y Mola dejaron a Franco como el único lí­der indiscutible del bando nacionalista. Esto levantó rumores que apuntaban a Franco como instigador de las muertes de sus dos rivales, pero no se ha descubierto evidencia alguna al respecto.

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