La ‘guardia pretoriana’ del Frente Popular: así ocultó la República las barbaridades de su unidad más letal
La tensión se palpaba antes del verano de 1936. Y no solo en los enclaves africanos donde se barruntaba el golpe de estado; también entre las muchas facciones republicanas peninsulares y, por descontado, en el seno de agrupaciones con tanta solera como el PSOE. El mismo Indalecio Prieto, cabeza visible de la corriente centrista del partido, a punto estuvo de sufrir una agresión el 31 de mayo a manos de los seguidores de su camarada Largo Caballero (mucho más extremista por la izquierda) cuando se disponía a dar un mitin en la plaza de toros de Écija. La cuestión no fue ni mucho menos baladí. De hecho, el enfrentamiento en este enclave sevillano marcó un hito en la lucha política entre facciones.
El teatrillo que se montó a punto estuvo de costarle la cabellera al bueno de Prieto. «En Écija ni a González Peña, que volvía del presidio, ni a Belarmino Tomás ni a mí, que regresábamos de la expatriación, se nos permitió hablar. De Écija fuimos expulsados a tiros, por nuestros propios correligionarios, tres políticos socialistas», recordó el ovetense años después. Se topó con gritos, golpes, pedradas y hasta balas. Solo pudo escapar gracias a Juan Negrín, que le cubrió pistola en mano hasta llegar al coche de la huida, y a unos mozos bien entrenados que mantuvieron a la turba a raya. «Los muchachos de ‘la Motorizada’, respaldados contra los muros de la plaza de toros, protegían mi retirada con el fuego de sus pistolas ametralladoras».
De esos «muchachos» no se ha escrito mucho, pero sí se ha generado un gran mito. La leyenda nos habla de una unidad de jóvenes y violentos milicianos a las órdenes de Indalecio Prieto; una suerte de «guardia pretoriana», como la denominó Santiago Carrillo, ideada para defender a sus líderes de cualquier enemigo, ya fuera de dentro o de fuera del PSOE. Las fotografías que se conservan de algunos de sus presuntos miembros, en las que posan orgullosos a lomos de las populares Harley-Davidson equipadas con el motor Flathead, han ayudado también a extender la fábula de que recibieron su nombre por acudir a la batalla en motocicletas. Pero, como suele suceder, la verdad de ‘la Motorizada’ se encuentra a medio camino.
Raros orígenes
Cuesta rastrear el origen de ‘la Motorizada’. Escasos datos quedan de ello, así como del grupo en su conjunto. Uno de los pocos reporteros que se adentraron en su nacimiento y su historia fue César de la Rosa, quien pasó un día con la unidad durante el verano de 1936 y publicó después, el 8 de agosto, un extenso artículo en la revista ‘Estampa’ narrando sus impresiones. Las primeras palabras del texto eran una declaración de intenciones: «Toda la fama de ‘la Motorizada’ no es producto de la improvisación. Tienen una historia y tienen una solera». Aunque el propio periodista admitía también que aquellos chicos no eran famosos fuera del ejército y que había conocido «la existencia y el arrojo de este grupo de milicianos» gracias a un oficial del Ministerio de la Guerra.
Casi todos los milicianos de la unidad, «un noventa y cinco por cierto» en palabras de De la Rosa, eran obreros del Sindicato de Artes Blancas de la UGT. A saber: jóvenes que habían dedicado sus días a trabajar en oficios relacionados con la alimentación. «Están educados sindicalmente en las sociedades de panaderos, que son las que han mantenido en alto la hegemonía revolucionaria en las luchas sindicales de Madrid durante más de medio siglo». Aquellos miembros de ‘la Motorizada’ a los que entrevistó el reportero le confirmaron que habían participado en la revuelta orquestada allá por octubre de 1934 en Cataluña y Asturias. Cuando el movimiento fue aplastado, algunos de estos combatientes se citaron con el gobierno para decirles lo siguiente: «Hemos perdido… Pero no volveremos al trabajo si hay una represalia».
Parece que se les dejó tranquilos. Al poco, de estos sindicatos de obreros de Artes Blancas nació el Grupo Socialista de Panaderos, que, a su vez, mutó en la Sección Deportiva y de Propaganda primero, y en el Júpiter Sporting Madrileño después. Esta retahíla de nombres carecería de importancia alguna si no fuera porque la última de las transformaciones aglutinó a aquellos jóvenes socialistas que recelaban de la fusión que se produjo en marzo de 1936 entre las Juventudes Socialistas y las Juventudes Comunistas. Una simbiosis que derivó en la creación de las Juventudes Socialistas Unificadas de cara al estrado, pero que, en la práctica, supuso un giro a la extrema izquierda del PSOE que algunas de sus cabezas visibles como el propio Indalecio Prieto se negaron a apoyar.
Defender el centrismo
Y de aquellos polvos estos lodos. Un brevísimo tiempo después del alumbramiento del Júpiter Sporting Madrileño, el pistolerismo que se extendió en la capital y las claras diferencias que existían dentro del PSOE derivaron en el nacimiento de ‘la Motorizada’. Así lo admitió el jefe administrativo de la unidad, Manolo Martínez, ese mismo verano: «Este grupo de acción se creó para defender exclusivamente a los dirigentes del Partido Socialista. En cuanto había algún conato de interrupción –de quien fuese– de un acto nuestro, allí estaba el grupo para evitarlo y acabar con los perturbadores por los medios precisos…». Aunque el miliciano habló de varios líderes, la realidad es que la mayor parte de los historiadores coinciden en que debían defender a Indalecio Prieto. Se convirtieron en su «guardia pretoriana», en palabras de Carrillo.
Así lo corroboró otro antiguo miembro de ‘la Motorizada’, Ernesto Luengo, en un artículo publicado en 1974 en la revista ‘Historia y vida’:
«Recién cumplidos mis diecinueve años, me había incorporado a ‘la Motorizada’ por ser la agrupación miliciana más afín con mis ideales (sabía que era una unidad adepta a la política de don Indalecio Prieto, jefe del ala conservadora del Partido Socialista y, además, por ser quizás el primer grupo de milicianos no comunista organizado con mandos y disciplina militares. Mis ideales de entonces, siendo un chico joven, flaco y con lentes, empleado de oficinas, estaban insuflados de patriotismo por la lectura de los ‘Episodios Nacionales’, de don Benito Pérez Galdós. Si hubo curas ciento veintiocho años atrás luchando contra la invasión francesa, ¿por qué no mecanógrafos, ahora, para mejorar la justicia social?».
Con todo, y como suele pasar, ni en eso se pusieron de acuerdo los miembros. En una entrevista concedida a Ian Gibson para la obra ‘La noche en la que mataron a Calvo Sotelo’, el antiguo miembro de ‘la Motorizada’, Casto de las Heras, insistió en que jamás se consideró un guardaespaldas de nadie:
«Sí, todos éramos incondicionales de Prieto. Pero no éramos guardaespaldas suyos exactamente. Aquella palabra no se utilizaba entonces. Pero sí estábamos dispuestos a protegerle con nuestra vida. […] Antes de la guerra éramos unos treinta o cuarenta, los más allegados a directiva de la Juventud Socialista Madrileña. Nosotros queríamos seguir siendo de la Juventud Socialista, nada más. No podíamos ver a los comunistas, y, desde luego, considerábamos totalmente equivocadas las tesis de Largo Caballero».
A nivel administrativo, ‘la Motorizada’ quedó a las órdenes de Enrique Puente, en otro tiempo presidente de las Juventudes Socialistas y miembro del Comité Revolucionario de Madrid durante la revolución de 1934. «Puente es un muchacho rubio, de cara de niño y voz suave», escribía De la Rosa. Por su parte, la instrucción de los muchachos que formaban la unidad (todos ellos, de considerable juventud sobre el papel, cosa que no corroboran las fotografías, todo sea dicho) quedó a cargo de Fernando Condés. En su obra ‘El terror rojo’, Julius Ruiz confirma que este personaje era también capitán de la Guardia Civil socialista y que se encargó de convertir a aquellos chicos en unos verdaderos guardaespaldas capaces de morir por sus jefes.
Motorizada… o no
El mayor enigma que rodea a esta unidad es el origen de su nombre. ¿Se llamaba ‘la Motorizada’ porque sus miembros arribaban a la batalla a lomos de motocicletas? En el verano de 1936, De la Rosa le hizo esa pregunta a Martínez, pero la respuesta no le sacó de su duda: «Pues concretamente no lo sabe nadie. […] La rapidez con la que acudimos a todos los sitios hizo decir a alguien –no se a quién–: «Parecéis una columna motorizada». Y de ahí que arranca todo». El propio Indalecio Prieto, en sus ‘Cartas a un escultor’, dio a uno de sus amigos esta explicación: «Por su extraordinaria movilidad se dio el nombre de ‘la Motorizada’ a un grupo de muchachos de las Juventudes Socialistas de Madrid […] a muchos de ellos debo haber salido con vida de Écija».
La mayoría de los historiadores se han limitado a replicar esta explicación. Todos suelen hablar de la «extrema movilidad» de ‘la Motorizada’, pero han obviado la controversia de si disponían o no de motos de forma masiva. El único que se atrevió a zambullirse en la polémica fue el popular Hugh Thomas, quien, en ‘La guerra civil española’, sí hizo referencia a que esta «sección armada de las juventudes socialistas» se llamaba «’la Motorizada’ porque disponía de automóviles y motocicletas». La duda sigue abierta, aunque es muy cierto que una buena parte de las unidades republicanas contaban con una sección equipada con estos vehículos para llevar a cabo diferentes labores como la de enlace.
«Por su extraordinaria movilidad se dio el nombre de ‘la Motorizada’ a un grupo de muchachos de las Juventudes Socialistas de Madrid […] a muchos de ellos debo haber salido con vida de Écija».
En el mismo sentido que Martínez, Luengo hizo referencia en su artículo a que desconocía el origen del nombre de la unidad. Aunque llegó más allá y afirmó que tenía clara una cosa: él jamás se había desplazado en motocicleta a la batalla. Al menos, durante la Guerra Civil. «Nunca supe por qué mi brigada se tituló «motorizada», puesto que ni motos ni motores teníamos para trasladarnos, sino solamente los pies», desveló.
La confusión se ha generalizado por culpa de una sola instantánea; una fotografía replicada hasta el extremo en la red donde se puede ver a un grupo de soldados subidos en las míticas Harley-Davidson Flathead bajo la siguiente leyenda: «Miembros de la motorizada». La realidad, no obstante, es que es muy probable que esos combatientes no pertenecieran a la guardia pretoriana de Prieto. «En la fotografía hay miembros de varias unidades. El primer motorista va ataviado como los integrantes del Cuerpo de Vigilantes de Caminos: chaqueta de cuero, botas altas… En su moto se aprecia el escudo de esa unidad, aunque sorprende que lleve una Harley, ya que el concurso para fabricar las motos de esta unidad lo ganó la firma Guillet», explica el escritor e investigador José Luis Hernández Garvi a ABC.
Las fotografías de la revista ‘Estampa’ comenzada la Guerra Civil no muestran ninguna motocicleta en el que fue uno de los principales centros operativos de ‘la Motorizada’ en Madrid: el Palacio de Medinaceli. El reportaje incluye tan solo una instantánea en la que varios miembros de la unidad posan junto a varios coches. La mayoría, con total probabilidad, requisados. «Iniciada la guerra, y como otras tantas unidades, fueron requisando vehículos privados para su propio uso», completa Garvi.
Crueles asesinos
Desde su fundación, ‘la Motorizada’ –que no llegó a superar los dos centenares de miembros– participó en una infinidad de acciones junto a la cúpula del PSOE. Entre las más famosas se destacó la de Écija, donde el mismo Prieto defendió que sus miembros le habían salvado la vida. Con todo, también se desplazaron a otros tantos lugares como Egea de los Caballeros o Cuenca. Fue en esta última región donde causaron más controversia. Hasta allí viajaron en abril de 1936. A nivel oficial, para proteger a su líder durante la repetición de las elecciones generales de febrero, declaradas nulas en algunas provincias.
Resulta casi imposible discernir qué hicieron en realidad en Cuenca. Autores como Julius Ruiz son partidarios de que «’la Motorizada’ dio rienda suelta a una campaña de intimidación violenta para garantizar la victoria del Frente Popular». Para hacer tal afirmación se basa en testigos de la época como el líder de la CEDA, José María Gil-Robles. El político conservador declaró que Enrique Puente y sus chicos recibieron la orden de recoger las actas cuando «el escrutinio se hallaba en pleno desarrollo». Siempre según su testimonio, los jóvenes guardaespaldas de Prieto ordenaron, pistola en mano, a los miembros de las mesas que las firmaran en blanco para poder modificarlas a su antojo.
Como no podía ser de otra forma, la versión de los miembros de la unidad fue totalmente diferente. Casto de las Heras, por ejemplo, insistió en que tan solo se habían dedicado a evitar que las derechas falsearan las elecciones:
«A Cuenca fuimos para proteger a Prieto, que pronunció allí unos de sus discursos más conocidos, y luego vigilar los colegios, para que los caciques no falsearan las elecciones. Estuvimos allí una semana. Aquel ambiente fue tremendo, allí todo dependía de los caciques, lo controlaban todo. Estando nosotros, los caciques no pudieron coaccionar a la gente, y claro, las izquierdas ganaron las elecciones».
Pero la actuación más tristemente conocida de ‘la Motorizada’ se sucedió en julio de 1936. Tras el asesinato del guardia de asalto José Castillo, el 13 de ese mismo mes un grupo de milicianos armados partió en una camioneta policial –la número 17– hacia el barrio de Salamanca para detener a José Calvo Sotelo. La idea, en principio, era capturar al político de Renovación Española y llevarle hasta la Dirección Española de Seguridad. En el grupo, además de varios compañeros del fallecido, se hallaban varios miembros de la guardia personal de Prieto; entre ellos, Luis Cuenca Estevas. A las órdenes de todos se hallaba Fernando Condés, otro viejo conocido. Tras capturar a su presa, y mientras viajaban a su destino, varios disparos dentro del vehículo acabaron con la vida del diputado. El culpable: Cuenca. Aquel fue el preludio directo del inicio de las hostilidades.
Tomado de abc.es