Ni tímido ni anónimo: el seminarista es ahora joven, guapo y de éxito
Guapo, 35 años, ‘influencer’ de manual. Ídolo de una generación pegada al móvil, con un ‘timeline’ plagado de sonrisas perfectas, looks de vanguardia, escenarios de postal y un sutil toque canallita. En los últimos años Pablo García (@pablogarna)ha hecho del ‘like’ una profesión y del escaparate digital, un púlpito moderno. En definitiva, el estilo de vida al que aspiran muchos jóvenes de su generación. No es de extrañar, en ese contexto, el terremoto que produjo cuando anunciaba en Instagram, a sus más de 758.000 seguidores, que abandonaba esa pasarela digital para entrar en el seminario de Getafe.
Es cierto que, en estos años, Pablo no ha ocultado en su perfil sus inquietudes religiosas, sus pensamientos sobre Dios y la fe ni su relación con Hakuna, pero aun así, el anuncio de un giro tan radical en su vida ha sorprendido incluso a quienes le seguían por esa vertiente espiritual. En el fondo, pesa una vieja pregunta: ¿qué lleva a una persona joven, en la cima del éxito terrenal, a dejarlo todo para entregar el resto de su vida a Dios? Y de ella se deriva también la duda de si nos encontramos ante un nuevo perfil de seminarista, alejado de ese estereotipo de jovencito tímido y sanote, criado con guisos de cuchara, pulcro peinado de raya al lado, camisa recién planchada, pantalón de pinzas y mocasines brillantes; y una mirada tímida, escondida tras el acetato de las gafas, que reparte a partes iguales entre la biblioteca y el sagrario.
Sin embargo, esos giros radicales han sido una constante en la historia de la Iglesia. Francisco de Asís era el hijo de un rico comerciante de telas, conocido en su juventud por su elegancia y gusto por las fiestas, hasta que se despojó de todos sus ricos ropajes para abrazar la pobreza. También Luis Gonzaga, guapo y distinguido hijo de una familia principesca de Mantua, educado en la corte de Felipe II que renunció a todos sus derechos nobiliarios para entrar en los jesuitas. O más cercano en el tiempo, Charles de Foucauld, oficial del ejército francés, aventurero rico y mundano que vivió la elegancia parisina de finales del XIX antes de su conversión que le llevó a acabar sus días como ermitaño en el Sáhara.
El también modelo tiene más de 640.000 seguidores en redes y ha anunciado por sorpresa su retiro
Tampoco faltan ejemplos contemporáneos. En las carteleras de este fin de semana podemos encontrar la película ‘Solo Javier’, un biopic que narra la vida de Javier Sartorius Milans del Bosch. «Provenía de la aristocracia madrileña. Era joven, guapo, carismático y tenía una prometedora carrera como tenista por delante. Sin embargo, viviendo una vida de éxitos en Estados Unidos, empezó a sentir un profundo vacío existencial. Buscando respuestas, lo dejó todo y emprendió un camino sin retorno en busca del sentido de su vida», explica la sinopsis oficial de la película, en una descripción que, con matices, se podría aplicar a los casos anteriores.
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El proceso del pecado
«Yo me tragué aquel proceso, el del pecado, o sea que el santo soy yo», cuenta entre risas a ABC Fernando Sartorius, el hermano de Javier, cuando recuerda aquellos años de éxitos deportivos que compartieron en Los Ángeles a finales de los ochenta. «No fue una caída del caballo, como la de san Pablo, sino un proceso de transformación, un peregrinaje que se acentuó cuando empezó a ayudar a los pobres de Venice Beach», explica.
Aun así, narra el momento más impactante: «Justamente cuando todo el mundo lo estaba idolatrando, guapete, con ese pelo rubio, jugando a lo bestia al pádel, ganó el campeonato de Estados Unidos, y ¡tiró a la basura el trofeo!». Javier ya había decidido, antes de aquel torneo, que se iba como misionero y había comprado un billete a Perú, sólo de ida. «Esto te llena dos o tres días, la resaca, el triunfo, pero mañana es lunes y hay que empezar de nuevo», le dijo a Fernando el día que lanzó el trofeo al contenedor. «Él me decía: ‘El que se alegra en el tiempo no se alegra todo el tiempo», explica. Javier comenzaba entonces un periplo espiritual que le llevaría años más tarde a la vida monástica en el santuario diocesano de Lord, en Lérida, donde trabajó como pastor y aprendió a conducir un tractor, hasta que un infarto, favorecido por la extrema debilidad que le provocaba una grave enfermedad intestinal, acabó con su vida en 2006.
Ingresos con mayor edad
Sin embargo, pese a la repercusión mediática de casos como el de Pablo García o Javier Sartorius, la mayor parte de los jóvenes que entran en el seminario suelen tener un perfil más convencional, aunque sí que se percibe un cambio en los últimos años. «De los 157 nuevos ingresos que hubo el año pasado en la etapa propedéutica (la introductoria a la vida del seminario) 38 superaban los 30 años, incluso 12 de ellos tenían entre 38 y 47, y 4 más de 48 años», explica a ABC Florentino Pérez, responsable del secretariado para los seminarios de la Conferencia Episcopal.
El curso pasado había 1.036 jóvenes en los seminarios españoles, una cifra ligeramente superior a los dos años anteriores, en los que había bajado de la barrera psicológica de los mil. Pérez explica que «es bastante difícil hacer un retrato robot del seminarista actual puesto que hay gran diversidad en cuanto a procedencia, tipo de familia, formación previa…», aunque sí señala que «cada vez aumenta la edad media de los nuevos seminaristas», por lo que es habitual «que tengan titulaciones universitarias o incluso cuenten con una experiencia laboral».
En ese sentido «el perfil de Pablo Garna entra dentro de la dinámica que se viene detectando en los últimos años, aunque lo llamativo de su caso es que se trata de alguien muy conocido y por eso se ha creado tanta expectación», explica desde la Conferencia Episcopal. «Sin embargo, cada año en muchos seminarios se producen situaciones similares, en el sentido de que los jóvenes que entran deciden dar un giro de 180 grados a sus vidas», añade.
Es el caso del seminario de Valencia, que el pasado miércoles recibía 17 nuevos ingresos, una de las cifras más altas de los últimos años. En un día festivo, en el que estuvieron acompañados por familiares y amigos, el arzobispo de Valencia, Enrique Benavent, presidía la celebración de la misa y les invitaba a «fiarse del Señor y de la Iglesia» en esta nueva etapa y «a vivir con confianza y agradecimiento esta aventura que comienzan».
Y es que, entrar en el seminario no es más que el inicio de un largo proceso que no siempre acaba con la ordenación sacerdotal. El curso pasado fueron 86 los jóvenes que abandonaron el seminario. Una realidad que han recordado desde ciertos sectores eclesiales, que critican el triunfalismo con el que se ha presentado la decisión de Pablo García, más como el final de un proceso, que como lo que realmente es, el inicio de un camino de discernimiento.
«Una decisión que aspira a ser definitiva no se toma a la ligera, detrás de cada joven que decide entrar en el seminario hay una historia de acompañamiento y un proceso de discernimiento», explica Florentino Pérez. «En el caso de Pablo me imagino que será así, aunque no obstante, ahora empieza otro proceso que tendrá como meta formarse como cura, que durará de unos 7 a 9 años. Al principio tendrá que verificar que realmente ser sacerdote es su vocación. Los últimos años del seminario se dedicarán a configurarse con el estilo de vida sacerdotal, para poder dar respuesta a los muchos retos que los sacerdotes tenemos que afrontar en nuestra Iglesia y sociedad», añade.
Sobre cómo afrontar ese camino, Pablo García reconocía verse «muy limitado» pero confiado en el «Señor, que es quien lleva el timón». «Dios no elige a los más preparados, ni a los más listos, ni a los más buena gente, ni a los más santos, ni a los que más rezan. Dios prepara a los elegidos», confesaba hace unos días en un post de Instagram en el que rompía su autoimpuesto silencio en las redes.
Gimnasio espiritual
Por su parte, Javier Sartorius vivió esa carrera de dificultades con la misma filosofía que aplicó en el deporte. «Él siempre tuvo mucha disciplina, y empezó a ir al gimnasio espiritual, en vez de mancuernas usó el ayuno, el silencio, la oración…», cuenta su hermano Fernando. Con un añadido: «La única manera de dejar definitivamente a una persona es cuando te enamoras otra vez, y Javier era un hombre profundamente enamorado, de la vida, de Cristo. Todo lo que desprendía al final de su vida era amor, incluso en su sufrimiento. Fue un hombre que vivió sin miedo hasta el final», concluye.
Un camino que, con mayor o menor dificultad, recorrerán este año en España cerca de un millar de jóvenes. Cada uno con su propia historia, quizá menos llamativa que la de Pablo García, pero marcada igualmente por ese instante decisivo en que se atreven a decir sí a la llamada. Y si en otros tiempos la vocación se vivía en silencio y casi en secreto, hoy, en plena era de las redes sociales y de fenómenos multitudinarios como Hakuna o las Jornadas Mundiales de la Juventud, los jóvenes católicos parecen haber perdido el miedo a confesar su fe y proclamarla a plena luz del día.
Tomado de www.abc.com