LECTURA: ¿Ganó el Frente Popular las elecciones de Febrero de 1936?

Elecciones-generales-de-Espana-de-1936Así­, sobre un total de 9.716.705 votos emitidos, 4.430.322 fueron para el Frente popular; 4.511.031 para las derechas y 682.825 para el centro. Otros 91.641 votos fueron emitidos en blanco o resultaron destinados a candidatos sin significación polí­tica. Sobre estas cifras resulta obvio que la mayorí­a de la población española se alineaba en contra del Frente popular y, si a ello añadimos los fraudes electorales encaminados a privar de sus actas a diputados de centro y derecha, difí­cilmente puede decirse que contara con el respaldo de la mayorí­a de la población. A todo ello hay que añadir la existencia de irregularidades en provincias como Cáceres, La Coruña, Lugo, Pontevedra, Granada, Cuenca, Orense, Salamanca, Burgos, Jaén, Almerí­a, Valencia y Albacete, entre otras, contra las candidaturas de derechas. Con todo, finalmente, este cúmulo de irregularidades se traducirí­a en una aplastante mayorí­a de escaños para el Frente popular.

En declaraciones al Journal de Geneve, publicadas ya en 1937, serí­a nada menos que el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, el que reconociera la peligrosa suma de irregularidades electorales: «A pesar de los refuerzos sindicalistas, el «Frente Popular» obtení­a solamente un poco más, muy poco, de 200 actas, en un Parlamento de 473 diputados. Resultó la minorí­a más importante pero la mayorí­a absoluta se le escapaba. Sin embargo, logró conquistarla consumiendo dos etapas a toda velocidad, violando todos los escrúpulos de legalidad y de conciencia.

Primera etapa: Desde el 17 de febrero, incluso desde la noche del 16, el «Frente Popular», sin esperar el fin del recuento del escrutinio y la proclamación de los resultados, lo que deberí­a haber tenido lugar ante las Juntas Provinciales del Censo en el jueves 20, desencadenó en la calle la ofensiva del desorden, reclamó el Poder por medio de la violencia. Crisis: algunos Gobernadores Civiles dimitieron. A instigación de dirigentes irresponsables, la muchedumbre se apoderó de los documentos electorales: en muchas localidades los resultados pudieron ser falsificados.

Segunda etapa: Conquistada la mayorí­a de este modo, fue fácilmente hacerla aplastante. Reforzada con una extraña alianza con los reaccionarios vascos, el «Frente Popular» eligió la Comisión de validez de las actas parlamentarias, la que procedió de una manera arbitraria. Se anularon todas las actas de ciertas provincias donde la oposición resultó victoriosa; se proclamaron diputados a candidatos amigos vencidos. Se expulsaron de las Cortes a varios diputados de las minorí­as. No se trataba solamente de una ciega pasión sectaria; hacer en la Cámara una convención, aplastar a la oposición y sujetar el grupo menos exaltado del «Frente Popular». Desde el momento en que la mayorí­a de izquierdas pudiera prescindir de él, este grupo no era sino el juguete de las peores locuras.

Fue así­ que las Cortes prepararon dos golpes de estado parlamentarios. Con el primero, se declararon a sí­ mismas indisolubles durante la duración del mandato presidencial. Con el segundo, me revocaron. El último obstáculo estaba descartado en el camino de la anarquí­a y de todas las violencias de la guerra civil».

En otras palabras, las izquierdas –que ciertamente habí­an obtenido un importante respaldo en las elecciones– falsearon el resultado electoral para asegurarse una mayorí­a absoluta a la que no se acercaron ni lejanamente. El uso de la violencia, del fraude, de la falsedad documental y del quebrantamiento de la legalidad electoral fueron considerados aceptables para llegar a esa meta. De esa manera, las elecciones de febrero de 1936 se convirtieron ciertamente en la antesala de un proceso revolucionario que habí­a fracasado en 1917 y 1934 a pesar de su éxito notable en 1931. Así­, aunque el gobierno quedó constituido por republicanos de izquierdas bajo la presidencia de Azaña para dar una apariencia de moderación, no tardó en lanzarse a una serie de actos de dudosa legalidad que formarí­an parte esencial de la denominada «primavera trágica de 1936″³.

Mientras Lluis Companys, el golpista de octubre de 1934, regresaba en triunfo a Barcelona para hacerse con el gobierno de la Generalidad, los detenidos por la insurrección de Asturias eran puestos en libertad en cuarenta y ocho horas y se obligaba a las empresas en las que, en no pocas ocasiones, habí­an causado desmanes e incluso homicidios a readmitirlos. En paralelo, las organizaciones sindicales exigí­an en el campo subidas salariales de un cien por cien, con lo que el paro se disparó. Entre el 1 de mayo y el 18 de julio de 1936 el agro sufrió 192 huelgas. Más grave aún fue que el 3 de marzo los socialistas empujaran a los campesinos a ocupar ilegalmente varias fincas en el pueblo de Cenicientos. Fue el pistoletazo de salida para que la Federación –socialista– de Trabajadores de la Tierra quebrara cualquier vestigio de legalidad en el campo. El 25 del mismo mes, sesenta mil campesinos ocuparon tres mil fincas en Extremadura, un acto legalizado a posteriori por un gobierno incapaz de mantener el orden público.

El 5 de marzo, el Mundo Obrero, órgano del PCE, abogaba, pese a lo suscrito en el pacto del Frente popular, por el «reconocimiento de la necesidad del derrocamiento revolucionario de la dominación de la burguesí­a y la instauración de la dictadura del proletariado en la forma de soviets».

En paralelo, el Frente popular desencadenaba una censura de prensa sin precedentes y procedí­a a una destitución masiva de los ayuntamientos que consideraba hostiles o simplemente neutrales. El 2 de abril, el PSOE llamaba a los socialistas, comunistas y anarquistas a «constituir en todas partes, conjuntamente y a cara descubierta, las milicias del pueblo». Ese mismo dí­a, Azaña chocó con el presidente de la República, Alcalá Zamora, y decidió derribarlo con el apoyo del Frente popular. Lo consiguió el 7 de abril, alegando que habí­a disuelto inconstitucionalmente las Cortes dos veces y logrando que las Cortes lo destituyeran con solo cinco votos en contra. Por una paradoja de la Historia, Alcalá Zamora se veí­a expulsado de la vida polí­tica por sus compañeros de conspiración de 1930-1931 y sobre la base del acto suyo que, precisamente, les habí­a abierto el camino hacia el poder en febrero de 1936.

Las lamentaciones posteriores del presidente de la República no cambiarí­an en absoluto el juicio que merece por su responsabilidad en todo lo sucedido durante aquellos años. El 10 de mayo de 1936, Azaña era elegido nuevo presidente de la República. A esas alturas, el mito de la victoria electoral del Frente popular no sólo habí­a quedado establecido sino que además se utilizaba como coartada para acabar con el régimen constitucional y entrar abiertamente por la senda de la revolución.

César Vidal

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