LECTURA: Batalla de Cavite

El resultado final de la guerra hispanoamericana de 1898 estuvo, inevitablemente, marcado por dos combates navales decisivos, que tuvieron lugar en Santiago de Cuba y Cavite. En ambos enfrentamientos, los americanos aniquilaron a las fuerzas españolas, recibiendo éstas la peor y más completa derrota naval de toda su historia contemporánea.

Algunos antecedentes

España poseí­a, hasta 1898, dos grandes territorios ultramarinos, la isla de Cuba y el archipiélago de Filipinas. Convendrí­a recordar, antes de entrar en profundidad en los detalles del combate, lo difí­cil, en el caso de este último, que se hací­a para los españoles controlar un conjunto de islas que en total superaban en número las 3.000. El principal problema con el que se encontraban era la dificultad que entrañaba el erradicar la piraterí­a de aquellas aguas. De hecho la práctica totalidad de las fuerzas del apostadero se dedicaba principalmente a este cometido, estando compuesta en su mayorí­a por pequeños cañoneros y unos pocos cruceros ligeros. El movimiento independentista y la guerra con los EE.UU. sorprendieron a una fuerza que no estaba preparada para un combate naval de entidad, o lo que es lo mismo, en igualdad de condiciones contra los buques americanos.

Curiosamente, es preciso señalar que ambos contendientes se conocí­an perfectamente. Ambas escuadras frecuentaban puertos como el de Hong Kong, estando las dos perfectamente al tanto de los últimos movimientos de la enemiga.

Tras el luctuoso hundimiento del Maine, y antes de declarar la guerra contra España, el asistente del subsecretario de marina americana, Teodoro Roosevelt, ordena al comodoro George Dewey preparar su escuadra asiática basada en el citado puerto con el fin de destruir a la española de Filipinas.

Las fuerzas enfrentadas

Los americanos contaban con seis buques, los Olympia, Baltimore, Raleigh, Petrel, Condord y Boston. Los cuatro primeros eran cruceros protegidos y, los dos últimos, grandes cañoneros. En total sumaban 19.000 toneladas de desplazamiento. El insignia del almirante Dewey, al mando de las fuerzas atacantes, era el Olympia. Su poder ofensivo combinado era el siguiente: diez cañones de 203 mm., veintitrés de 152, veinte de 127 y un total de cincuenta piezas ligeras que iban de los 57 mm a 37 mm. Completaban su armamento 10 tubos lanzatorpedos. Eran de construcción moderna. Por parte española se contaba con 7 buques, entre los que se encontraban los Reina Cristina (insignia de Montojo), Isla de Cuba, Isla de Luzón, Castilla, Don Antonio Ulloa, Don Juan de Austria, y el Velasco, sumando un total de 14.000 toneladas. Estaban armados con treinta y siete cañones de entre 160 mm y 120 mm. nueve de entre 90 mm a 70 mm y treinta y cinco piezas ligeras de 57 a 37 mm. Se completaba el mismo con un número indeterminado de ametralladoras de entre 25 y 11 mm y trece tubos lanzatorpedos.

Aunque eran buques un poco más viejos que los de los americanos, se podrí­a afirmar que la mayorí­a se encontraban en la mitad de su ciclo de vida. Esto es un hecho que nos gustarí­a recalcar, y que reiteradamente ha apuntado con acierto por el Doctor de Historia Contemporánea D. Agustí­n Ramón Rodrí­guez González, desterrando por completo la teorí­a de que la escuadra española, compuesta por buques de madera se enfrentó con una todopoderosa flota de acorazados, teorí­a alentada y divulgada para eximir de culpa a los responsables de tan magno desastre naval.

En Cavite pues, se iban a encontrar dos escuadras «a priori» casi equilibradas en fuerzas, con ligera ventaja de los americanos al ser sus buques en general, más grandes, rápidos, y potentes (por la mejor calidad y calibre de sus piezas) que los españoles.

A pesar de los datos anteriormente apuntados, hay que reiterar el mal estado de mantenimiento en el que se encontraban los buques españoles, y es que el arsenal de Cavite habí­a quedado del todo punto obsoleto para las necesidades de éstos. En el momento de estallar la guerra, tres de los principales buques estaban siendo sometidos a grandes reparaciones y el resto se encontraba en deficiente estado. Dirí­ase que aquella parecí­a más una escuadra que acabara de salir de un combate que una que se preparara para empezarlo. A esta deplorable situación del material a flote se uní­a la escasez y la falta de preparación del personal que componí­a en aquellos momentos la Armada Española.

Los preparativos

Don Patricio Montojo y Pasarón, jefe del apostadero de Filipinas, pidió refuerzos que nunca llegaron, por lo que en el combate su misión serí­a estar a la defensiva apoyado por las baterí­as de costa. El 15 de marzo, los principales mandos militares del archipiélago se reunieron en el palacio de Malacañang para definir la estrategia defensiva de los españoles.

Pronto se constató cierto desacuerdo entre el Ejercito y la Armada; así­, mientras para los primeros el objetivo principal era defender Manila, Montojo señaló que la escuadra sólo podrí­a defender adecuadamente Subic que, si bien se encontraba lejos de la capital, estaba más cercano a la entrada de la extensa Bahí­a.

Lo ideal hubiera sido que la escuadra española se hubiera situado frente a Manila, combatiendo para su defensa con el apoyo de las baterí­as de la ciudad, pero los mandos españoles no querí­an que la hermosa ciudad fuera escenario del combate, lo que hubiera supuesto con total seguridad un gran número de bajas entre la población civil.

Se decidió finalmente un despliegue de artillerí­a de costa que no fue ni idóneo ni suficiente, y en el que no entraremos para no extendernos en demasiados prolegómenos.

Entretanto los americanos que, como ya dijimos al principio, estaban basados en Hong-Kong, procedieron a cambiar la pintura blanca de sus buques por la gris, mientras esperaban al crucero Baltimore que habí­a zarpado desde los EE.UU. cargado de municiones. Una vez reunida toda la flota salieron el 24 de abril de aquel puerto con el objetivo de ir hasta la isla de Luzón, donde esperaban encontrarse con la flota española, llegando el dí­a 30 del mismo mes. Dewey habí­a tomando la decisión, consensuada con sus comandantes, de forzar esa misma noche la entrada en Manila para, al dí­a siguiente, atacar a la flota española.

A las 23:30 horas la escuadra americana pasaba sin ser vista frente la isla del Corregidor. Los buques yanquis iban totalmente a oscuras y sólo una pequeña luz en popa indicaba al buque siguiente la derrota a seguir. El único peligro al que estaban expuestos los buques de Dewey eran las minas, que no hicieron acto de presencia.

El combate

Al amanecer del siguiente dí­a, el 1 de mayo de 1898 la flota americana se encontraba frente a Manila. Inmediatamente las baterí­as de costa comenzaron a disparar, pero la distancia a la que se encontraban los buques impedí­an que los alcanzasen estas. La escuadra de Montojo se encontraba fondeada frente a Cavite, y era de todas las posibles ubicaciones de la flota la que menos garantí­as ofrecí­a para su defensa.

A las cinco y cuarto de la mañana comenzó el combate. A una distancia quizás excesiva de 5.000 metros los buques españoles abrieron fuego, contestando 25 minutos después los Olympia, Baltimore y Boston que, con su artillerí­a de 203″²2 mm, concentraban su fuego sobre los Castilla y Cristina, recibiendo estos últimos numerosos impactos que causaron grandes daños. La flota de Dewey inició entonces una serie de pasadas a una velocidad de 6 nudos, reduciéndose poco a poco la distancia del combate con los inmóviles buques españoles, que llegó a ser de 2.000 metros.

La táctica española era la de acercarse con su buque insignia el Cristina, apoyado por la artillerí­a del Austria, lo más posible al enemigo, con el fin de torpedearlo, cosa que no se pudo conseguir al ser rechazados los intentos por el fuego enemigo. La superioridad americana se basó principalmente en sus cañones de gran calibre, de los que carecí­a la escuadra española y por la mejor calidad de las denominadas piezas de tiro rápido.

Dos horas y media de combate después, la situación de la escuadra española no era tan mala como cabrí­a imaginar. Sólo en dos cruceros españoles (el Castilla y el Cristina) la situación era casi insostenible, ya que ambos tení­an graves daños y numerosas bajas, pero aún así­ continuaban a flote y seguí­an disparando (no obstante un temeroso Montojo cambió su insignia al Isla de Cuba); el resto apenas habí­an recibido algunos impactos y estaban en condiciones de soportar sin problemas el castigo americano durante bastante tiempo.

Dewey ordenó la retirada al ver los escasos resultados de su ataque, aprovechando esta pequeña tregua para dar de comer a sus cansadas dotaciones. La situación se tornaba preocupante para el almirante americano, haciéndole reflexionar sobre el hecho de que a pesar de haber consumido la mitad de sus municiones, no habí­a conseguido sin embargo hundir ningún buque enemigo.

Si Montojo hubiera adivinado la preocupación del almirante yanqui no habrí­a hecho lo que hizo: dar el combate por perdido y ordenar el abandono de sus buques, quitando el cierre de las piezas y abriendo los grifos.

Mención especial se merece el comandante del Cristina, D. Luis Cadarso y Rey, por el valor de que hizo gala mientras duró el combate; además, fue alcanzado por una granada cuando dirigí­a la evacuación de su buque, siendo a la postre el muerto de mayor graduación.

Dewey, gratamente sorprendido por lo que estaba presenciando, decidió reanudar el ataque, ensañándose con lo poco que quedaba a flote de la escuadra española.

Conclusiones

Pese a la superioridad artillerí­a de los americanos, el porcentaje de acierto de sus cañones fue ridí­culo. Los cañones de 152 mm sólo consiguieron un 1% de impactos, los de 127 alcanzaron el 3″²5% y sólo los de 203 tuvieron un aceptable 9%, siendo los que más daño hicieron a los buques españoles.

En total los americanos hicieron 5.859 disparos de los que sólo unos 145 lograron alcanzar su objetivo: 81 impactos recibieron entre los cruceros Cristina y Castilla, 33 el Ulloa, 13 el Austria, 10 el Duero, 5 el Isla de Cuba y 3 el Isla de Luzón.

Las bajas de ambos bandos fueron las siguientes: los españoles perdieron 60 hombres, resultando heridos 193; los americanos oficialmente tuvieron 1 muerto y 15 heridos, aunque otras informaciones más veraces de paí­ses terceros, elevan esta cifra a los 50 ó 70 entre muertos y heridos.

Parece claro que la decisión de Montojo de hundir sus buques fue algo precipitada, habiéndose puesto en duda por prestigiosos entendidos en la materia. Sobre este punto, desde hace ya algunos años, existe una pugna entre la versión «oficialista», que exime a Montojo de toda responsabilidad, y una versión «revisionista», más crí­tica con la actitud del Almirante. Es obvio que la crí­tica debe ser siempre constructiva; pero, en todo caso, es también importante no olvidar que, en el fragor del combate, se pueden tomar decisiones equivocadas y que, en honor a la verdad, tampoco parece razonable el pretender ocultar estos hechos. De todas formas si, visto el estado de su escuadra, poco cabí­a exigir a Montojo, tampoco parecerí­a lógico el calificar su actitud de nelsoniana… En cualquiera de los casos, la batalla de Cavite no fue sólo una derrota total, sino también el triste aperitivo de lo que luego ocurrirí­a en Santiago de Cuba.

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