La última entrevista de Primo de Rivera en la cárcel antes de ser ejecutado: «No soy como Mussolini»
«Ha terminado la vista de la causa contra José Antonio Primo de Rivera. Ha sido condenado a la pena de muerte. Su hermano Miguel, a treinta años, y la mujer de este, a seis años», informaba la edición madrileña y republicana de ABC, el 18 de noviembre de 1936, justo cuando se cumplían cuatro meses del inicio de la Guerra Civil. El fundador de Falange Española (FE) y primogénito de Miguel, el dictador que gobernó España entre 1923 y 1930, fue acusado de apoyar la rebelión de Franco y fusilado dos días después en la cárcel de Alicante.
El origen del juicio hay que buscarlo el 14 de marzo, durante la Segunda República contra la que tan crítico se mostró desde su posición como diputado de la coalición conservadora monárquica.
Ese día, Primo de Rivera fue detenido junto a otros seguidores de Falange por haber obviado la prohibición de hacer uso de un centro en el que, según explicó la prensa, había sido cerrado dos semanas antes después de que la Policía descubriera en su interior «algún olvidado pistolón, algún cargador y alguna porra». Es decir, por posesión ilícita de armas.
De la calle pasó a las dependencias de la Dirección General de Seguridad para ser interrogado y, poco después, ya ocupaba una celda de la cárcel Modelo de Madrid. Desde allí fue trasladado a la prisión de Alicante por miedo a que se fugara, en la madrugada del 5 al 6 de junio. En su nuevo destino se produjo el golpe de Estado, razón por la cual fue juzgado por segunda y última vez por conspiración y rebelión militar, y condenado a la mencionada pena capital.
Una relación cercana
Una de la últimas personas que estuvo con él antes de su traslado a Alicante y su ejecución fue el redactor de ABC Julián Cortés-Cabanillas que, en 1977, contaba en un amplio reportaje de cuatro páginas su relación con el fundador de Falange desde que, en 1929, publicó una biografía sobre su padre titulada ‘El dictador y la dictadura’. «En aquella época, con un país en trance prerevolucionario, con agitaciones callejeras durísimas ofensivas obreras y estudiantiles del PSOE, UGT y CNT, yo veía con bastante frecuencia a José Antonio en su despacho de abogado en la calle Los Madrazo de Madrid. Algunas veces el ya marqués de Estella me convidaba a almorzar en su chalé de Chamartín. Hasta allí íbamos en su Chevrolet. Otros lugares de encuentro eran el bar Bakanik y el Bar Club», contaba el periodista.
Primo de Rivera había vivido el primer tercio del siglo XX en la placidez de una vida cómoda, siempre soltero. Había perdido a su madre cuando tenía cinco años y tuvo una relación intermitente y distante con su padre, debido a los destinos militares de este fuera de Madrid. Su padre murió en París en marzo de 1930, cuando Cortés-Cabanillas comenzó a estrechar su relación con el futuro falangista, que entró en política para defender la memoria del dictador. Se presentó sin éxito a diputado en la primera legislatura de la Segunda República, pero no lo consiguió hasta la segunda. Obtuvo un acta por Cádiz en las listas de la derecha en noviembre de 1933.
La Falange la había fundado dos meses antes, el 29 de octubre, para oponerse al régimen republicano e instaurar un Estado totalitario inspirado en el fascismo italiano. Sin embargo, durante años tuvo dudas ideológicas. Había momentos en los que se declaraba fascista, otros hacía hincapié en una revolución nacional, no marxista, basada en los principios cristianos, y hasta mantuvo conversaciones con personalidades del socialismo moderado como Indalecio Prieto y Manuel Azaña, que en aquellos momentos le apreciaban como persona, aunque discreparan en la política.
El diputado detenido
De esta forma explicaba Julián Cortés-Cabanillas algunas de las confesiones que le hizo Primo de Rivera en sus encuentros: «Antes de proclamarse la República me contó, una tarde que estábamos solos en el Bar Club, sus pretendidos agravios con el Rey Don Alfonso XIII. Para él, la caída de su padre como jefe del Gobierno de la dictadura no tenía más autor efectivo que el Soberano. En justicia y en realidad no era así, pero el apasionamiento del joven marqués de Estella no tenía freno para razonar y ver hechos tan claros como fue la dimisión presentada por el general al monarca, que este último aceptó sin titubeos, porque Don Alfonso consideraba ya la necesidad imperiosa de cerrar el largo régimen de excepción, hostilizado terriblemente por el propio Ejército y que, a la postre, arrastraría a la Monarquía».
Cuando se proclamó la República, el periodista le preguntó en una ocasión si pensaba marcharse de España, aunque fuera como «una elemental medida de prudencia en aquellos momentos desconcertantes». La respuesta fue clara: no. «Aseguró que su puesto estaba en Madrid y que estaba decidido a afrontar todas las consecuencias a que le obligaba su apellido y a defender, sin una claudicación, la memoria de su padre», añadió. Centrado ya en la política tras la fundación de Falange y su elección como diputado, siguieron conservando una buena relación y manteniendo largas conversaciones en su despacho de Madrid, aunque esta se enfriara un poco por la respuesta crítica que Cortés-Cabanillas le dedicó en ABC a un artículo publicado por el falangista, en el que cargaba contra Alfonso XIII, en ‘La Nación’.
La última conversación entre ambos, «todavía en plena amistad», se produjo en una visita que le hizo en la Cárcel Modelo de Madrid y la relataba así:
«A través de los barrotes de su celda de preso ‘político’ vi un gran número de libros y le pregunté a qué se referían. Su respuesta fue que se los habían mandado desde Italia y abordaban temas sobre el fascismo, su doctrina y su obra. Por añadidura me dijo que los había leído con bastante interés, pero que había llegado a la conclusión, una vez más, de su incapacidad para ser fascista. ‘Mis ideas son otras y mis caminos también, y no quisiera pudieran confundirse con las que encarna Benito Mussolini’, dijo. Me acordé, entonces, de lo que me había dicho dos meses antes el conde Ciano, yerno del ‘Duce’, en una visita que le hice en Roma: ‘Mire usted, el falangismo no tiene nada que ver con el fascismo, porque este no es exportable, y su jefe tiene una ascendencia proletaria. En cambio, Primo de Rivera es un aristócrata y un Grande de España’. Frente a frente, este fue mi último encuentro con José Antonio».
Así fue fusilado
Destacaron algunos testigos y biógrafos que José Antonio afrontó aquel momento, en la madrugada del 20 de noviembre de 1936, con dignidad y serenidad. Aunque resulta difícil de creer, cuentan que dejó caer el abrigo en los primeros pasos mientras caminaba hacia el paredón al lado de dos falangistas y dos requetés alicantinos que también iban a recibir su dosis de tiros. Unos dicen que animó a los autores de los disparos con un «¡Venga!» y otros con un «Arriba España», según las dos versiones más fiables.
En ‘Las últimas horas de José Antonio’ (Espasa, 2015), el periodista e investigador José María Zavala aportó una serie de documentos inéditos que revelaban que la ejecución de Primo de Rivera no había sido un simple acto de cumplimiento de la pena capital, entonces en vigor en España en el ámbito castrense. Según esta declaración, su ejecución no estuvo precedida por la reglamentaria orden de «fuego», sino que «los disparos se efectuaron a capricho» y de forma reiterada en varias descargas, «a apenas 3 metros de distancia», contó a EFE, calificando su muerte de «carnicería».
Sin embargo, sorprende que un hecho como ese, de tanta trascendencia incluso para la propaganda franquista, quedara oculto tantos años; incluso durante toda la dictadura de Franco (1936-1975) y hasta hace unos años. En opinión de Zavala, que recalca que «Franco sabía perfectamente la carnicería perpetrada» con José Antonio, este silencio se pudo deber a que el modo en que se llevó a cabo la ejecución «fue un hecho tan desagradable, tan luctuoso, que no se le quiso dar pábulo», ni siquiera por un interés propagandístico.
Tomado de www.abc.es