Lo que costaba comer durante la Primera Guerra Carlista
La semana pasada hablamos de una curiosa guía editada en Bilbao que, con intención de orientar a los soldados británicos voluntarios en la Primera Guerra Carlista, incluía precios de bebidas y otros apuntes prácticos. ‘A luminous guide for the British cooperative forces in Spain’, escrita por el bilbaíno educado en Inglaterra Sotero de Goicoechea, ofrece un sinfín de detalles interesantes sobre el Bilbao del Primer Sitio, entre ellos, lo que se comía en la ciudad hace casi 200 años y cuánto costaba.
Para que se hagan ustedes una idea, en el mercado bilbaíno costaba entonces una carga de carbón compuesta de dos buenos sacos unas 4 o 5 pesetas, lo mismo que una jornada con alojamiento y pensión completa en uno de los mejores hoteles de la villa. Con ese carbón o con madera (a unas 8 pesetas la carga) se podía alimentar durante varios días el fuego de la cocina, en la que pese a las estrecheces de la guerra se asaban entonces carnes frescas como ternera, carnero, cerdo, gallinas (la unidad viva a una y media o dos pesetas), pollos (cada uno al precio de una peseta), patos (de tres cuartos a una peseta) o jamón, a peseta y media la libra. ¡Anda que no estaba caro el jamón! Igual que la docena de huevos, que costaba lo mismo que un pollo entero. Para elaborar las recetas los bilbaínos de 1836 tenían a mano aceite de oliva (otra pesetaza la libra) y vinagre, harina (cuarto de peseta la libra), arroz (un tercio la ídem) o fideos y macarrones al mismo precio.
Si apetecía tomar un cafecito en casa había que apechugar y pagar las dos pesetonas que costaba la libra de café más los tres cuartos del azúcar blanco, siendo el moreno algo más barato. No digo nada si se era aficionado al té, que costaba 16 inasumibles pesetas la libra siendo verde y 12 el negro, un potosí. Goicoechea avisa de que era más barato y práctico tomar estas bebidas en los cafés, que cobraban tan sólo 25 céntimos por la taza con o sin leche, pero vayan ustedes a saber si aquello era café de verdad o aguachirri. Los dulces era mejor comprarlos directamente en las confiterías bilbaínas, «excelentes en preparar finos y delicados pasteles o frutas confitadas, siendo la mejor la de Juan de Uriarte en la calle de La Cruz».
De frutas y verduras no dice nada el autor excusándose en su precio variable dependiendo de la época o el abastecimiento, pero destaca la abundancia de pescados «suministrados principalmente por los puertos de mar de las cercanías y por pequeñas embarcaciones de río». El pescado se vendió diariamente en la plaza de Bilbao incluso en los peores momentos del bloqueo carlista, siendo el bacalao de Escocia o Islandia el más popular por venderse ya seco y salado, a entre 25 y 50 céntimos la libra. Sin embargo el más apreciado era la merluza «justamente llamada la carne del mar por ser un tipo de pez del que, admitiendo cualquier tipo de preparación, uno nunca se cansa».
Para que se queden ustedes picuetos, sepan que en aquel difícil 1836 ostras, langostas, gambas, mejillones o cangrejos no eran caros, mientras que pescados de agua dulce como «truchas, anguilas, salmón, mubles y otros de su especie son generalmente más valorados que el producto de mar». ¡Ay, quien pillara ahora una langosta barata a cambio de un muble!
Tomado de www.elcorreo.com