Sor Begoña Aguirrezabal (Hija de la Caridad de san Vicente de Paúl) Fundadora de la Asociación Luisa de Marillac Bilbao

Este jueves, sor Begoña Aguirrezabal recibió uno de los Premios a la Solidaridad 2024 concedidos por la Fundación Antonio Menchaca. Con este galardón se le quiere reconocer su labor de décadas al frente de la Asociación Luisa de Marillac ubicada en Arangoiti, donde esta hija de la caridad desembarcó en 1988. Desde entonces, Sor Begoña ha impulsado una ingente tarea de apoyo a colectivos con muy diversas problemáticas: personas con discapacidad intelectual, ancianos que viven solos, población en peligro de exclusión, toxicómanos, menores con necesidad de refuerzo escolar… En el taller ocupacional de la asociación se confeccionan en estos días bolsas solidarias, hechas con la tela de viejos paraguas donados, en una iniciativa para suministrar leche a familias sin recursos. A sus 81 años, sor Begoña sigue al pie del cañón, ya que, por desgracia, aún hay mucho que hacer.

¿Qué supone este Premio a la Solidaridad que ha recibido?

Supone que se han dado cuenta de todo lo que está funcionando aquí, porque es mucho lo que se está trabajando con la gente.

¿Cómo y por qué aparece usted en Arangoiti en 1988?

Era una época muy dura, eran los tiempos de la droga… Yo estaba trabajando en la Cruz Roja, destinada de enfermera e hicieron un llamamiento para cuidar a gente con problemas de todo tipo. Me ofrecí para otro destino, para un centro que se iba a abrir cerca del Ayuntamiento. Me dijeron que para allí tenían gente, pero que necesitaban alguien para trabajar en Arangoiti. Yo, aunque soy de Bilbao, no sabía qué barrio era ese. Y me mandaron aquí. Vi lo que había, me sentí un poco agobiada y empecé a buscar gente para que me ayudara. Recurrí a personas jóvenes, universitarias, para hacerse cago de los niños y a más mayores para atender a adultos y personas de la tercera edad. Y así empezamos a funcionar.

Sí, entonces no había ayuda a domicilio, como la que presta ahora el Ayuntamiento. Mucha gente no salía a la calle porque no podía bajar las escaleras. Entre los jóvenes voluntarios que encontré y los objetores de conciencia a los que llamaba para sacar a alguna persona de casa, empezamos a funcionar.

¿Qué ha cambiado del Arangoiti de 1988, cuando usted llegó al barrio y empezó a trabajar en el ámbito social?

No tiene nada que ver. Ha mejorado muchísimo en todos los sentidos. Había falta de iluminación, no había más que un ascensor horrible, no teníamos autobuses ni ambulatorio, los taxistas no querían subir… Ahora Arangoiti es una joya. Antes también lo era, pero de modo diferente.

«Ahora mismo hay 220 familias que vienen a buscar alimentos. Eso comprende un total de 585 personas, de las que 204 son menores de edad»

Ahora es un barrio con una fuerte implantación de la comunidad migrante, sobre todo latinoamericana. ¿Han variado las prioridades en la labor de su asociación?

Sí. Ahora mismo hay 220 familias que vienen a buscar alimentos. Eso comprende un total de 585 personas, de las que 204 son menores de edad. También, cuando se produjo el apogeo de la inmigración, cedimos un par de pisos que había comprado la comunidad aquí en el barrio, uno de ellos en el que vivía yo antes, para dar cobijo a familias que no tenían donde asentarse. Y, por otro lado, tenemos diez personas con discapacidad funcional en el taller ocupacional. De las personas que han pasado por este taller en estos años, muchas han encontrado un trabajo, otras se nos han ido al cielo y el resto aquí sigue.

El programa de apoyo a personas con capacidades diversas está en el origen de la asociación.

Sí. Cuando llegué me impresionó la cantidad de gente que había con discapacidades intelectuales en el barrio. En algunos casos, de la misma familia tres hijos estaban afectados y el cuarto… Todos han pasado por aquí. Aquellos chavales salían del colegio y ahí se quedaban. Había que darles alguna salida.

Trabajan en tres programas de ámbitos muy diferentes: personas con capacidades diversas, refuerzo escolar para menores y atención a personas en riesgo de exclusión social. ¿Son los tres programas igual de gratificantes?

Sí. Con los críos gozas lo que no está escrito. Respecto a las familias que vienen como usuarias del banco de alimentos, este miércoles hubo reparto y era increíble el movimiento que hubo en el local. Son gente fantástica.

«Tiramos de muchas mangas pidiendo ayuda y la verdad es que responden. No obstante, se ha notado bajón últimamente. Antes los donativos eran más grandes»

¿Resulta complejo encontrar los apoyos que necesitan para desarrollar esta labor?

Tiramos de muchas mangas pidiendo ayuda y la verdad es que responden. No obstante, se ha notado bajón últimamente. Antes los donativos eran más grandes.

A sus 81 años, sigue colaborando activamente con la asociación.

Sí. Yo llevo el control de las necesidades de asistencia que tenemos. Por ejemplo, ahora mismo tenemos pendiente el ingreso en residencia de una madre y una hija y queremos que estén juntas, ahora están separadas… Gracias a Dios tengo bastantes contactos en las instituciones e intento tirar de ellos para solventar diferentes situaciones. Por otro lado, suelo acompañar en los campamentos y salidas para, si es necesario, actuar como sanitaria.

Parece evidente que es necesaria la existencia de asociaciones como Luisa de Marillac. ¿Es esto una buena o una mala noticia?

Me parece una mala noticia, no deberíamos ser tan necesarias. Deberíamos acompañar, pero en las mínimas necesidades. Pero hay veces que los casos son muy serios.

En cualquier caso, el esfuerzo de todos estos años ha merecido la pena, ¿no es así?

Sí, da alegría ver cómo funciona ahora la asociación. Y les tengo a todos los que han pasado por aquí tan metidos en el corazón…

Tomado de www.deia.eus

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