El aljibe del siglo XII en el subsuelo de Cáceres es uno de los más importantes de Europa
En el casco histórico de Cáceres, una vez que el turista pasa por la plaza Mayor, la torre de Bujaco y el Arco de la Estrella, cualquier edificio o callejuela provoca una mirada embelesada. En un santiamén se abandona el siglo XXI, a menudo traicionero e insolente, y comienza un apasionante viaje por Medievo, por ciudad redescubierta por muchos en ‘Juego de tronos’ o en alguna de las decenas de series y películas rodadas en estas calles. «Hay quien me ha llegado a preguntar en qué piedra ha pisado tal o cual actor», afirma la guía de un ‘free tour’.
En Cáceres hay muchas piedras para elegir, la mayoría con una larga historia. No en vano es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Para empezar, la muralla, que tiene un pequeño tramo visitable desde la torre de Bujaco. Y luego, infinidad de escudos, palacios (en el de los Golfines de Abajo durmieron los Reyes Católicos), casonas, plazas o la Concatedral de Santa María, vigilada por la estatua de San Pedro de Alcántara, que dicen que da buena suerte a quien acaricia los dedos de los pies.
En la Casa o Palacio de las Veletas (que ahora no ondean en su tejado) aguarda una pequeña joya quizá menos popular pero imprescindible: el aljibe o cisterna. El palacio data del siglo XVI, pero se levanta sobre los restos de un aljibe del XII, lo que queda de un antiguo alcázar almohade. Ahora, es la sede del Museo de Cáceres, que está en proceso de restauración, una reforma integral que durará tres años. Sin embargo, el aljibe permanece abierto al público y la entrada, además, es gratis.
Dicen los guías de Cáceres que es el segundo aljibe más importante de Europa, después del muy popular de Estambul. Uno de los más grandes y mejor conservados. Se trata de una construcción rectangular (15 metros de largo por 10 de ancho) en el subsuelo del desaparecido alcázar donde se almacenaba agua (así sigue ocurriendo) procedente de la lluvia, un recurso esencial para sobrevivir en los asedios militares.
Según explica José Antonio Ramos Rubio, cronista oficial de Trujillo, este edificio «fue destruido en las luchas de banderías durante el reinado de Enrique IV, y sobre sus ruinas se elevó en el año 1477 (licencia otorgada por los Reyes Católicos) un palacio por orden de Diego Gómez de Torres, hermano del mariscal de Castilla, don Alfonso de Torres. Enrique IV le había concedido los solares y aljibes del alcázar viejo, y lo confirmaron los Reyes Católicos en Tordesillas en 1476.
El visto bueno real tenía una condición: que se respetara el derecho del vecindario a acceder al agua del aljibe. Y así fue, lo que hoy nos permite hacer un viaje fascinante hacia el pasado.
El espacio (el pasadizo estrecho por el que se entra, la relativa oscuridad, el silencio que inconscientemente guardan muchos turistas) ayuda a olvidarnos del exterior por unos minutos y concentrarnos en la cisterna, de una altura de 5,30 metros, en los arcos de herradura que se sustentan sobre doce columnas romanas y visigodas reaprovechadas, en las bóvedas (que podrían no haber estado o ser diferentes en la construcción original, según un estudio hecho años atrás por Arqveocheck), en la lámina de agua (que actualmente tiene un desagüe), en los muros, de más de un metro de espesor, y en la poderosa historia que rodea el conjunto.
Tomado de www.abc.es