Rafael de Riego, la infame tragedia del primer militar golpista en la Historia de España

Rafael de Riego y Flórez, nacido en Tuña (Asturias) en 1784, procedía de una familia hidalga y culta que se preocupó porque el hijo recibiera una buena formación en Leyes en la Universidad de Oviedo antes de entrar en la Guardia Real, donde no ingresaba cualquier fulano. En esta unidad palaciega sufrió la turbación que, a finales de ese siglo, trajo la lucha entre Carlos IV y su hijo. Tras el Motín de Aranjuez su unidad fue disuelta y Riego perdió su destino.

Riego no tuvo tampoco suerte en su afán por ganar gloria militar durante la Guerra de Independencia. La unidad asturiana en la que servía como capitán ayudante del general Acevedo fue arrollada por completo por el mariscal Víctor en Espinosa de los Monteros. En su intento por defender a su general, fallecido allí, el asturiano acabó preso y deportado a Francia durante cuatro largos años.

Conexión con los masones

Como señala José María Ortiz de Orruño, historiador de la Universidad del País Vasco, en la entrada que le dedica al asturiano en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de Historia, fue durante su reclusión en Francia donde «conoció a fondo la ideología revolucionaria leyendo libros de historia, filosofía y derecho», y «a través de los militares presos de otros países, entró en contacto con las logias masónicas y se convirtió al liberalismo más radical». Logró escapar de su campo de prisioneros, pero no llegó a tiempo para continuar la lucha con Napoleón ni para salvar el sistema constitucional, al que Fernando VII se negó a jurar fidelidad a su regreso del cautiverio francés. Al contrario, el Rey inició una represión contra afrancesados, liberales y elementos masones. Si Riego se salvó de ser encarcelado fue porque hasta entonces no había ejercido altos cargos y no había sacado a la luz la ideología exaltada que se gestaba en su interior.

Con motivo de las sucesivas rebeliones en los territorios de ultramar, el Rey preparó un cuerpo expedicionario de veinte mil hombres que, a falta de barcos, esperaron en vano en la bahía de Cádiz mal alimentados, peor equipados y sin recibir las pagas a tiempo. En esas penosas condiciones, Riego se incorporó al Ejército Expedicionario en febrero de 1817 como teniente coronel del batallón Asturias, acuartelado en Cabezas de San Juan (Sevilla). Lo mandaba Evaristo San Miguel, amigo, paisano y, como él, afín a las ideas liberales.

Junto a un grupo de oficiales planearon la décima conspiración en pocos años contra el Rey o, al menos, contra su Absolutismo extremo y la camarilla corrupta que le rodeaba. Sin embargo, un chivatazo de última hora condujo al arresto de los principales responsables. Contra todo pronóstico, Riego asumió el mando de la conspiración y, al frente de su batallón, pronunció su famoso discurso en Cabezas de San Juan el 1 de enero de 1820:

«Soldados, mi amor hacia vosotros es grande. Por lo mismo yo no podía consentir, como jefe vuestro, que se os alejase de vuestra patria, en unos barcos podridos, para llevaros a hacer una guerra injusta al nuevo mundo; ni que se os compiliese a abandonar vuestros padres y hermanos, denjándolos sumidos en la miseria y opresión. Vosotros debéis a aquellos la vida, y , por tanto, es de vuestra obligación y agradecimiento el prolongársela, sosteniéndolos en la ancianidad; y aún también, si fuese necesario, el sacrificar las vuestras, para romperles las cadenas que los tienen oprimidos desde el año 1814.

«Un rey absoluto, a su antojo y albedrío, les impone contribuciones y gabelas que no pueden soportar; los veja, los oprime, y por último, como colmo de sus desgracias, os arrebata a vosotros, sus caros hijos, para sacrificaros a su orgullo y ambición. Sí, a vosotros os arrebatan del paterno seno, para que en lejanos y opuestos climas vayáis a sostener una guerra inútil, que podría fácilmente terminarse con sólo reintegrar en sus derechos a la Nación Española. La Constitución, sí, la Constitución, basta para apaciguar a nuestros hermanos de América.

«El Rey, que debe su trono a cuántos lucharon en la Guerra de la Independencia, no ha jurado, sin embargo, la Constitución»

España está viviendo a merced de un poder arbitrario y absoluto, ejercido sin el menor respeto a las leyes fundamentales de la Nación. El Rey, que debe su trono a cuántos lucharon en la Guerra de la Independencia, no ha jurado, sin embargo, la Constitución; la Constitución, pacto entre el Monarca y el pueblo, cimiento y encarnación de toda Nación moderna.

La Constitución española, justa y liberal, ha sido elaborada en Cádiz entre sangre y sufrimiento. Más el Rey no la ha jurado y es necesario, para que España se salve, que el Rey jure y respete esa Constitución de 1812, afirmación legítima y civil de los derechos y deberes de los españoles, de todos los españoles, desde el Rey al último labrador…

Sí, sí, soldados, la Constitución.

¡Viva la Constitución!».

Un exaltado liberal

Solo una pequeña parte de las tropas acuarteladas, entre 3.000 y 5.000 de los 20.000 hombres, se unió al pronunciamiento de Riego, del que se dijo que había sido regado con oro de emisarios argentinos, pero entretodos se bastaron para detener al general en jefe del cuerpo expedicionario. No estaba aún claro si el golpe había tenido éxito o fracaso… Ni los rebeldes consiguieron tomar la ciudad Cádiz, ni los fieles al Rey lograron aplastar el levantamiento.

En los primeros días de marzo, Riego estaba a punto de refugiarse en Portugal convencido de su fracaso, cuando de manera inesperada la rebelión se extendió por el país y sumió al gobierno absolutista en el desconcierto. El Rey se asustó ante la noticia de que también la Guardia Real apoyaba el golpe y, para evitar que la ola le arrollara, juró la Constitución de Cádiz con sus famosas palabras: «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional». Lo increíble es que, sin disparar un solo tiro, se había quebrado el Absolutismo, tan rocoso y poderoso en apariencia.

Jura de la Constitución de 1812 por Fernando VII en la sesión inaugural de las Cortes del Trienio liberal el 9 de julio de 1820

Mientras el sistema liberal se levantaba en la creencia, al menos de los moderados, de que el Rey tarde o temprano comprendería sus bondades, Rafael de Riego, voz e imagen de los más exaltados, se convirtió en una figura mediática, recibida en todas partes como un libertador, al que las masas coreaban el himno republicano que aún lleva su nombre. Un himno saltarín y alegre que habían cantado sus soldados durante el pronunciamiento y cuya letra fue compuesta por su amigo Evaristo San Miguel, aunque la versión hoy conocida, llena de palabras malsonantes, procede de la Segunda República. No en pocas ocasiones los exaltados emplearon esta popularidad de Riego, hombre impetuoso y vanidoso, para presionar al Gobierno y a las Cortes, que se desangraban en guerras internas entre los más radicales y los moderados, y entre los comuneros y los masones.

A finales de agosto de 1820, Riego acudió a Madrid a ser nombrado capitán general de Galicia, pero un incidente en el Teatro del Príncipe, donde se cantó la coplilla «Trágala», de carácter antimonárquico, le enfrentó a la autoridad política de Madrid malogrando su ascenso. «¡Trágala, trágala, trágala, trágala, trágala, perro!», rezaba el estribillo de la canción.

El Gobierno desposeyó de todos sus cargos a Riego por desacato, si bien el pueblo llano aplaudió el pulso del «héroe de Cabezas de San Juan» y le agasajó hasta el delirio. Sus enemigos se conformaron, al final, con enviarle lejos como capitán general de Aragón.

«¡Trágala, trágala, trágala, trágala, trágala, perro!»

Que la intriga perseguía al asturiano allí por donde pisaba quedó claro cuando, en septiembre de 1821, fue arrestado por participar en una conspiración republicana. Del olvido y del destierro en un pueblo pirenaico le sacaron los votantes asturianos, que en las elecciones generales de 1822 le eligieron como diputado en el Congreso. A raíz de un golpe absolutista en julio de ese año, Riego y los exaltados asumieron la primera línea política en detrimento de los moderados. El asturiano asumió la presidencia de las Cortes cuando el sistema liberal estaba ya amenazado de muerte por la Santa Alianza, una unión de reinos del Antiguo Régimen que envió a España a los llamados Cien Mil Hijos de San Luis para restaurar el poder absoluto de Fernando VII.

La muerte de un símbolo

Con las autoridades liberales refugiadas en Cádiz, Rafael de Riego, que nunca había sido un militar muy competente, renunció a la presidencia del Congreso y volvió a ponerse el uniforme. No obstante, ni siquiera la carismática figura del héroe liberal bastó para levantar los ánimos caídos del ejército, que no dejó de acumular derrotas frente a las tropas absolutistas mandadas por Francia.

Sin entrar en combate, la columna de Riego se deshizo a base de deserciones dejando al militar abandonado frente a todos. El 15 de septiembre de 1823, fue herido y apresado por voluntarios realistas en Arquillos, Jaén. El golpe moral fue tremendo para el bando constitucional. En Cádiz aún resistieron los líderes liberales dos semanas más, hasta que, ya sin salida honrosa, entregaron al Rey, que arrastraban en contra de su voluntad desde Sevilla, a las fuerzas absolutistas. A la menor ocasión, Fernando incumplió su promesa de perdonar los errores del pasado con una amnistía sin excepciones.

Rafael de Riego, sin posibilidad de huir a Gibraltar como hicieron muchos liberales, fue uno de los primeros en sufrir la venganza del Rey. Fue condenado a morir en la horca y a que su cuerpo fuera descuartizado, como estaba determinado para el delito de alta traición, en cuatro partes, de modo que la cabeza fuera enviada a la localidad gaditana de Las Cabezas de San Juan. De nada le sirvió pedir perdón y clemencia al Rey y a todos aquellos a los que hubiera ofendido por sus posibles crímenes liberales, en una carta publicada por la «Gaceta de Madrid».

El 7 de noviembre de 1823, este mal político y mediocre militar, como le retrató Benito Pérez Galdós en los Episodios Nacionales, fue arrastrado en un serón hacia el patíbulo de la Plaza de la Cebada, de Madrid, entre las burlas e insultos de la multitud. Fue ahorcado y decapitado pero, eso sí, su cuerpo no fue descuartizado. Su rehabilitación legal tuvo que esperar hasta el Gobierno progresista de Mendizábal, que logró declararlo víctima inocente del fanatismo por Real Decreto de 21 de octubre de 1835. Primer paso para cimentar su imagen como icono de la izquierda española.

Tomado de www.abc.es

 

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