Favila: la absurda muerte del rey español hijo de Don Pelayo a manos de un oso furioso

Tres líneas de un texto medieval de más de dos centenares de páginas bastaron al monarca Alfonso III para narrar la vida de un personaje tan desconocido como olvidado por la historia. En las dos versiones de la crónica que, se cree, elaboró el rey astur con sus propias manos (la Rotense y la Ovetense), apenas se especifica que Favila, hijo del mitificado Don Pelayo, «ocupó el puesto de su padre» después de que este falleciera. Poco más añade además de que «vivió breve tiempo» y que «fue muerto» en extrañas circunstancias en el 739 «por un oso en el segundo año de su reinado». A partir de esta escueta reseña, y de algún que otro dato más, se ha forjado el mito de Favila (o Fafila) y del animal que le dio muerte.

Leyenda que se extendió a lo largo y ancho de España durante décadas y que se grabó en la mente de la sociedad hasta tal punto que, en el siglo XIX, diferentes medios de comunicación se hicieron eco de la aparición de los restos de «un oso muy grande en estado fósil». «Con doctórica seguridad afirman los aldeanos de la comarca […] que perseguido muy de cerca desapareció, cayendo en una cueva que cuidaron de tapiar para que el animal muriera sitiado por el hambre».

Cambio de rey

Entender esta curiosa historia requiere retroceder en el tiempo hasta la aparición de Don Pelayo en una península tomada, en gran medida, por las tropas musulmanas. Narra la crónica de Alfonso III que, en el año 714, «un cierto Pelayo, que había sido espatario de los reyes Vitiza y Rodrigo, agobiado por la dominación de los ismaelitas, se metió en Asturias». Munnuza, gobernador entonces del norte de Hispania, debió ver en él a un enemigo, pues mandó a un ejército en su busca y le obligó a marcharse, a todo galopar, hacia las montañas. Allí se proclamó príncipe de los cristianos que resistían, algo que, según se recoge en el texto, generó una «ira vesánica» al árabe.

Lo que sigue es más que conocido. Munnuza envió una hueste al norte para enfrentarse a los revoltosos y sufrió una derrota tan escalofriante como mitificada en Covadonga. Según la crónica, en la batalla «fueron muertos 124.000 musulmanes» primero, y 63.000 más después, en una colina cercana. Cifras que hoy se han confirmado exageradas, pero que denotan la importancia que tuvo en la época aquella contienda. Para Alfonso III, aquel fue el evento clave de la vida de Pelayo, pues después apenas le dedica unas líneas más en las que explica que casó a su hija con «Alfonso, hijo de Pedro, duque de los cántabros» y que falleció «de muerte natural».

La mayor parte de los textos de época coinciden en fechar la muerte de Don Pelayo durante el año 737 en Cangas de Onís. Poco más se sabe más allá de que dejó este mundo como monarca tras casi dos décadas (diecinueve años) de reinado. Y hete aquí la llegada de Favila al trono, según desvela tanto la citada Crónica de Alfonso III (en sus dos versiones) como la Crónica Albeldense (la más antigua de las asturianas, terminada en el 881 y predecesora de la elaborada por el rey). Ambas coinciden en que pasó de perfil por la historia.

Extraña vida y rara muerte

De las dos versiones de la Crónica de Alfonso III, la más escueta es la Ovetense. Esta, al igual que la Albeldense, determina que «tras él [Pelayo], su hijo Fafila ocupó el puesto de su padre». A su vez, desvela que «vivió breve tiempo» y que «a causa de una ligereza fue muerto por un oso en el segundo año de su reinado, en la era 777 [año 739]». La Rotense, no obstante, ofrece un dato más: «Edificó, en una obra admirable, una basílica en honor de la Santa Cruz». El hecho es clave para el fallecido medievalista Juan Ignacio Ruiz de la Peña Solar.

En un dossier sobre el personaje elaborado para la Real Academia de la Historia, el versado experto incide en que este primitivo templo, reformado en el siglo XVII y destruido en la Guerra Civil, «inauguró en el naciente reino de Asturias un culto a la Santa Cruz que enlaza directamente con la tradición visigoda y que, muy pronto, se manifestaría pródigo en dedicaciones piadosas y manifestaciones artísticas tan extraordinarias como la Cruz de los Ángeles (808) y la Cruz de la Victoria (908)».

Ruiz de la Peña explica también que, a pesar de que el epígrafe original de consagración del templo (una suerte de leyenda en la que se incluían datos como el rey que había ordenado su construcción) se perdió, existen transcripciones que nos aportan más datos de la vida de Favila y sus antepasados.

El primero es el año en el que murió Don Pelayo, 737, el mismo en el que fue levantada la iglesia; el segundo, «la existencia de la esposa de Favila, de nombre Froiliuba, y de sus hijos, a los que hay que suponer de corta edad a la muerte de su padre, lo que explicaría su exclusión de la sucesión a favor de Alfonso, yerno de Pelayo». Todos ellos, según explican los historiadores, habrían sido enterrados en el mencionado templo.

A partir de aquí solo podemos suponer los pormenores de su muerte. En «Historias de Idacio obispo, que escribió poco antes de que España se perdiese» (alumbrado por Prudencio de Sandoval en el siglo XVII), se especifica que «el rey Favila» quiso ir de montería «sin quitarse el saco de malla que traía, con el pavés en la mano y la espada en la cinta». Narra también (en un texto recogido de forma magistral por Javier Iglesia Aparicio en «Condado de Castilla») que su mujer intentó disuadirle porque le sabía cansado de pelear, pero que no lo consiguió. Aquella locura le costó la vida.

«El rey subió por un monte que está cerca de la vega […] metióse en un vallecillo […] y yendo sólo se topó con un oso; osada y atrevidamente, soltando el pájaro que llevaba echó mano de su espada y embrazó el pavés, cerró con el oso dándole una estocada por los pechos o hijadas, más no bastó en quitar al oso que no se abrazase con el rey, y le hiriese hasta matarle sin tener quien le ayudase. En el lugar donde los suyos le hallaron muerto está hoy una cruz».

«Oso regicida»

Lo que tenemos por seguro es que la historia de Favila y el oso ha pasado de generación en generación a lo largo de los siglos. El ejemplo más claro de ello lo ha expuesto el profesor y estudioso de las tradiciones orales José Luis Garrosa Gude en el dossier «La muerte del rey Favila: huellas de su osadía en la prensa decimonónica», elaborado para el Centro Cervantes Virtual. En el mismo estudio rescata dos artículos publicados en la prensa decimonónica que hacen referencia al descubrimiento de los supuestos restos del «oso regicida» cerca de una iglesia.

El primer texto se pudo leer el 5 de abril de 1880 en el periódico carlista «El siglo futuro»:

«De Asturias nos escriben que en Covadonga, en una cueva, y en el lugar donde se hacen los cimientos del magnífico templo que el señor obispo construye, apareció no ha muchos días un oso, muy grande, parte de él ya en estado de fósil. Cuenta la tradición, y con doctórica seguridad lo afirman los aldeanos de la comarca, que perseguido el oso regicida […] muy de cerca desapareció, cayendo en una cueva que cuidaron de tapiar para que el animal muriera sitiado por hambre. Si no señalaban el lugar donde acaeció el suceso, contaban aquello al menos, añadiendo que era el regicida un oso mayor que los que acostumbraban a ver por aquellos lugares. Así cuando apareció este, cuyas señas convienen con las de aquella voz pública, vio en él al mismo que mató a Favila. Y no admiten en ello duda los aldeanos de la comarca».

El segundo periódico en el que apareció la noticia fue «La lucha». En un artículo publicado el 9 de abril de 1880, el diario especificaba que «según noticias de persona verídica, en una de las muchas grietas y pequeñas cavernas que se han descubierto en las fundaciones del nuevo templo de Covadonga» había sido hallado el cadáver de un «oso de grandes dimensiones, perfectamente petrificado». Y sentenciaba: «La magnitud de la bestia, el sitio donde ha aparecido y la remota antigüedad que revela su estado fósil ha dado margen a que varias personas aficionadas a reconstrucciones históricas traten de ver en dichos restos al oso que, según la tradición, mató a D. Favila».

Tomado de www.abc.es

También te podría gustar...

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *