Las socialistas que se opusieron al voto femenino en 1933: «La mujer es histerismo»

Madrid, 21 de noviembre de 1933, hace hoy justo 85 años. En los quioscos de toda España puede verse la portada de ABC con una gran fotografía en la que aparecen cuatro mujeres. Dos de ellas sujetan orgullosas una papeleta junto a una urna y las otras dos posan sonrientes. Fue un momento histórico: la mujer acababa de votar por primera vez en la historia de este país. Sin embargo, pesar de esta imagen, no fue ni mucho menos un camino sencillo. Hasta llegar a este punto, encontró la oposición de no pocos sectores de la sociedad, reticentes a que ellas adquirieran ese derecho.

Entre las que manifestaron reticencias iniciales estaba Margarita Nelken, la famosa política madrileña nacida en 1894, que no era más que una joven treintañera cuando ganó su escaño en las Cortes de la Segunda República. ¿Por qué partido? Por el Partido Socialista. Fue también elegida en las elecciones de 1933 y 1936, siendo la única mujer que consiguió las tres actas parlamentarias en el régimen anterior al estallido de la Guerra Civil, donde además combatió en los frentes de Extremadura y Toledo y donde se incorporó al Partido Comunista de España (PCE).

A pesar de este currículo, fue una de las voces más activas contra el sufragio universal, pero no la única socialista abiertamente contraria. En las discusiones parlamentarias sobre la concesión a las mujeres del derecho a votar en las Cortes Constituyentes de 1931, el diputado Hilario Ayuso del Partido Republicano Federal –el mismo que formaría después el Frente Popular junto al PSOE–, propuso una enmienda por la que los varones pudieran hacerlo desde los 23 años, pero las mujeres desde los 45.

Fue este un momento clave en la historia de España en el que Partido Republicano Radical (PRR), de fuerte tendencia anticlerical, quiso ir un poco más allá en su oposición y propuso retrasar la votación, por el peligro que creía que suponían para la República que las mujeres ejercieran su derecho al voto.

No votar «hasta la menopausia»

A partir de este momento, las perlas que se escucharon en el Congreso por parte de algunos diputados de izquierda y otros de las diferentes tendencias socialistas resultarían impensables hoy en día. Desde que «la mujer es histerismo y se deja llevar por la emoción y no por la reflexión crítica» (Roberto Novoa, de la Federación Republicana Gallega), hasta que «el histerismo impide votar a la mujer hasta la menopausia» (Hilario Ayuso, del Partido Republicano Federal). O la propuesta del diputado Eduardo Barriobero, del Partido Republicano Democrático Federal, que pedía excluir de dicho derecho a las 33.000 monjas que existían en España.

Lo llamativo de esto es que dos de las tres diputadas que había en el Congreso en 1931, ambas de tendencia socialista, se mostraron en contra de conceder el sufragio a la mujer. Por un lado la mencionada Nelken, que había ingresado en el PSOE poco antes, y por otro Victoria Kent, diputada del Partido Radical Socialista.

«Es necesario que las mujeres que sentimos el fervor democrático, liberal y republicano pidamos que se aplace el voto de la mujer», aseguró Kent en el Congreso el 1 de octubre de 1931. Una declaración que para nada ayudaba al empoderamiento de la mujer en un momento tan importante y que arrancó los aplausos de todos sus compañeros de partido. Tanto ella como Nelken sostenían que la mujer española carecía en aquel momento de la suficiente preparación social y política como para votar responsablemente, debido a que estaba muy influenciada por la Iglesia.

La consecuencia última de esta reflexión era que su voto, de ser así, podía ir a parar a los partidos conservadores. Es decir, que las dos famosas diputadas socialistas no querían que las mujeres votaran, porque creían que sus votos no serían para los partidos de izquierdas. Puro oportunismo político que basaban en que un grupo de católicas acababa de entrega un millón y medio de firmas al presidente de las Cortes, pidiendo que «se respetaran los derechos de la Iglesia» en la Constitución. Pero donde además se quería dar a entender que los hombres sí estaban preparados política y socialmente para votar por el hecho de haber nacido hombres.

Clara Campoamor

Frente a ellas, y frente a un buen grupo de otros diputados republicanos y socialistas, incluidos los de su propio partido, se encontraba una figura clave de la historia contemporánea de España: Clara Campoamor. «¿De qué se acusa a la mujer? ¿De ignorancia? Si se trata de analfabetismo, las estadísticas afirman que, desde 1886 a 1910, el número de analfabetos entre las mujeres ha disminuido en 48.000, mientras que en los hombres en menos proporción. La curva ha seguido así hasta hoy, un momento en que la mujer es menos analfabeta que el hombre», contestaba esta a Victoria Kent, sentenciando que «la mujer fue eliminada de los derechos políticos porque las leyes habían sido detentadas por el hombre». «No olvidéis –añadía– que no sois hijos solo de un varón».

Fueron unas sesiones tensas en un congreso que acabó dividido ante esta cuestión. Hubo muchos diputados que defendieron el voto femenino con argumentos como que «la única manera de arrancar a la mujer de las garras del confesionario es concederle el voto». Otros opinaron que «esta sabrá separar sus sentimientos religiosos del ejercicio de sus deberes ciudadanos» y «que el voto de la mujer no solo no perjudicará, sino que representará un extraordinario refuerzo para la República». Así como que, «para que la mujer se vea comprometida con este nuevo régimen, es preciso concederle este derecho».

Por suerte, el 1 de octubre de 1931, el derecho al sufragio femenino no solo no fue aplazado, sino que la propuesta de que los hombres votaran al cumplir los 23 años y las mujeres a los 45 no salió adelante. Ambos sexos ejercerían su derecho al sufragio a los 23 años tras una votación que acabó con 161 votos a favor y 121 en contra.

«¡Eso es impropio de una mujer!»

Durante esta se produjo un curioso incidente que ABC destacaba en sus páginas. Cuando Clara Campoamor iba a votar, una espectadora del Congreso le gritó desde la tribuna: «¡Eso es impropio de una mujer!». Tras llamarle la atención, le preguntaron a la alborotadora las razones de su crítica a la diputada defensora del voto femenino. La respuesta de esta, de nuevo a gritos y provocando las risas de los presentes, fue: «Creía que era la Victoria Kent la que iba a votar».

Kent, por su parte, aún hizo un último intento para conseguir que se aplazara el sufragio femenino, presentando dos meses después una disposición transitoria que pedía que las mujeres no depositar su papeleta en unas elecciones generales hasta haberlo hecho dos veces en unas municipales. La propuesta de Kent fue rechazada, esta vez con un margen mucho más estrecho: 131 votos en contra por 127 a favor. Entre estos últimos se encontraban, entre otros, gran parte de los diputados del Partido Radical Socialista, todos los parlamentarios de la Agrupación al Servicio de la República –como Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala–, muchos miembros de la izquierda republicana más radical y la diputada del PSOE Margarita Nelken.

Tras esta votación, el derecho al sufragio femenino fue aprobado finalmente por las Cortes Constituyentes el 9 de diciembre de 1931. Como dijo Wenceslao Fernández Flórez en las crónicas parlamentarias de ABC que le hicieron famoso, «para orgullo de la superioridad masculina, estamos seguros de que ellas nunca podrán superar nuestros absurdos».

Tomado de www.abc.es

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