LECTURA: Los Almogávares
El término almogávar provendría de la palabra árabe al-mugawar, esto es, el que realiza una razzia o incursión. Aunque podría aplicarse a los muchos grupos irregulares de guerreros que en la frontera cristiano-musulmana de la Península Ibérica, realizaban este tipo de actividades, almogávar se va a identificar especialmente con los grupos provenientes del Pirineo aragonés y catalán.
El Mediterráneo central: Contexto
El pasmoso proceso expansivo musulmán llevaría a estos a invadir y ocupar Sicilia en el año 827, a fundar el emirato de Bari y a realizar una devastadora incursión sobre la propia, Roma dos siglos antes de que los cristianos tomaran Jerusalén en le contexto de la Primera Cruzada convocada para frenar el amenazador avance de los turcos seljuquíes. Instalados en estratégicos enclaves costeros del Mediterráneo, los musulmanes hicieron del Mediterráneo un lugar inseguro para los estados cristianos, en un tiempo en el que los límites entre el comercio marítimo y la piratería eran más bien difusos. Sin embargo, la compleja situación política italiana – musulmanes, bizantinos, lombardos, etc. – resultaba una oportunidad excepcional para los agitados y belicosos guerreros de Normandía.
Sirviendo como mercenarios, llegarían al sur de Italia para ayudar en una revuelta anti-bizantina. De entre todos los líderes mercenarios normandos, destacaría uno, Roberto el Guiscardo, es decir, el astuto, que tuvo, efectivamente, la suficiente clarividencia para legitimar y consolidar su posición, no en base exclusivamente a la victoria militar, sino al respaldo de un poder fáctico más poderoso: El Papado. Efectivamente, el que no era mucho más que un líder de banda, será titulado duque de Apulia y de Calabria, por la Gracia de Dios, pero también por la Gracia de San Pedro, es decir, del Papa de Roma, haciendo estos territorios feudatarios del Pontífice. Seguro de su fuerza militar y respaldado jurídica y moralmente por el Papa, Roberto Guiscardo procederá a conquistar Sicilia, empresa que se inicia en 1061 y que culminará en 1091. Sicilia también quedaba sujeta al homenaje vasallático papal.
Si bien con la conquista de Sicilia la Cristiandad meridional podía sentirse más segura, la isla se convertirá en un elemento de preocupación para el Papado, dada la pugna que mantenía con los titulares del Sacro Imperio Romano Germánico. Es por ello que, cuando el emperador Enrique VI (1190 – 1197) se convierta en rey de Sicilia – a través del matrimonio con Constanza, hija del sículo-normando Roger II – estallará el conflicto entre ambos supremos poderes. De hecho, aprovechando que el emperador Federico II, sucesor de Enrique VI, se encontraba en Oriente en el contexto de la Cuarta Cruzada, el papa Gregorio IX le desposeerá del título, alegando que el Emperador era vasallo del Papa por dicha posesión. Urbano IV, de origen francés, entregará la corona de Sicilia a Carlos de Anjou – hermano de Luis VII de Francia -, y el también galo Clemente IV, coronará solemnemente a Carlos de Anjou y Beatriz de Provenza como reyes de Sicilia.
Manfredo, hijo del emperador Federico II y sucesor de éste al frente del trono siciliano, y Conradino, sobrino de Manfredo, combatirán por sus derechos y contra los angevinos – por los Anjou – en las batallas de Benevento (febrero de 1266) y Tagliacozzo (agosto de 1268), con dramático resultado en ambos casos para los imperiales. La derrota y muerte de los Staufen, implicará la consolidación de los franceses en la isla, que procederán a ocupar tierras y cargos, en detrimento de los sicilianos, muchos de los cuales se verán obligados a huir, como es el caso de Roger de Lauria, luego brillante almirante al servicio de Aragón. El carácter despótico y abusivo de la ocupación francesa, contribuiría a encender el ánimo de los sicilianos; acantonados centenares de soldados franceses en la isla con motivo de la campaña que pretendía emprender el rey de Francia contra Bizancio, se multiplicaron los desórdenes, desmanes y abusos contra la población civil que exasperada, estalló en cólera dando lugar a una sangrienta rebelión conocida como Vísperas Sicilianas (marzo de 1268). Aunque los sicilianos acudieron al Papa relatándole el horror de la ocupación francesa, el obispo de Roma, ligado los intereses galos, cerró filas en torno al Anjou, preparándose para recuperar el control de la isla. Es entonces cuando los sicilianos acuden a Pedro III de Aragón.
Aragón entra en escena
Pedro III, llamado el Grande, tenía sin duda, diversos motivos para intervenir: Francia comenzaba a revelarse como el gran adversario, tanto en los Pirineos, como en las rutas comerciales, y era necesario refrenar sus ímpetus.
Por su parte, los catalanes querían seguir los pasos de genoveses y venecianos en cuanto a la actividad comercial se refiere y, por último, el monarca aragonés se sentía legitimado a intervenir en el contencioso, en tanto en cuanto, su esposa Constanza es hija de Manfredo, que fuera rey de Sicilia, y cuyos derechos, en consecuencia, pasaban a su hermana. Así, el 30 de agosto de 1282, Pedro III desembarca en Trápani para, desde allí, dirigirse a liberar Palermo y Messina del cerco francés. Francia, a fin de defender los derechos angevinos, intervendría a su vez, intentando conquistar Aragón, empresa en la que fracasarían. Ya en este momento tenemos constancia de la actividad guerrera de los almogávares.
Por las paces de Oloron (1287) y Canfranc (1288), Francia desistía de conquistar Aragón, pero Jaime II renunciaba a Sicilia. En virtud al Tratado de Anagni (12 de junio de 1295), Jaime II entregaba Sicilia al Papa Bonifacio VIII lo que, para los sicilianos, no era otra cosa que entregarla a los franceses. Resistiéndose a lo contemplado en este tratado, los isleños ofrecieron la corona a Federico, hermano de Jaime II y lugarteniente del mismo en la isla, el cual acabó aceptándola, pasando a convertirse en Federico o Fadrique II de Sicilia (marzo de 1296).
Los almogávares contra Jaime II
En virtud al Tratado de Anagni, a Jaime II se le permitía conquistar Córcega y Cerdeña, lo cual, aparte de compensarle de la pérdida de Sicilia, podía hacer de Aragón una potencia mediterránea. Pero la rebeldía siciliana, podía poner en peligro este trueque y los acuerdos relativos a la boda de Jaime II y Blanca de Anjou – por la que el aragonés recibiría una dote de cien mil marcos -. Es por ello que el catalano-aragonés enviará sendas expediciones contra su hermano Fadrique, a fin de hacer cumplir el Tratado, campañas en las que destacaría el almirante Roger de Lauria. En el campo siciliano otro consumado marino, Roger de Flor, comenzaba a tomar protagonismo, junto con otro guerrero, Berenguer de Entenza, líder de los almogávares, que habían decidido quedarse en Sicilia junto a Federico de Aragón. La presencia de estos al lado de Fadrique, resultaría esencial para mantener la resistencia siciliana, tan eficaz que sus adversarios se vieron obligados a revisar Anagni: En agosto de 1302, se firmaba la Paz de Caltabellota, por la cual, Fadrique II podría mantenerse en el trono.
Sin embargo, la paz en Sicilia dejaba a los almogávares sin ocupación; la presencia de esta poderosa y agitada hueste de guerreros podía resultar desestabilizadora, no sólo para la propia Sicilia, sino para el sensible Mediterráneo Central, por lo que, se les empujaría a trasladarse al Oriente.
Los almogávares en Oriente: el inicio de la leyenda
Tras recuperar Constantinopla de manos de los cruzados, Miguel VIII Paleólogo, inició una política dirigida a congraciarse con las potencias occidentales, para lo cual, resultaba necesario recabar el apoyo del Papado.
Con este fin, promueve la unión de la Iglesia de Oriente con la de Occidente (Unión de Lyon, 1274). Sin embargo, su hijo y sucesor Andrónico II (1282 – 1328) rompería con este proyecto, defendiendo la fe ortodoxa. Con esta actitud no podía esperar demasiada ayuda de los grandes príncipes de Occidente, mientras que la generalización de la pronoia – concesión de tierras y hombres a un magnate territorial- restaba capacidad al emperador para conseguir recursos y reclutar hombres con los que mantener un poderoso ejército imperial. Y todo esto ocurría cuando los turcos osmanlíes u otomanos se mostraban sumamente activos. Es por ello que Andrónico, renunciando a tener flota y ejército propios, se vería obligado a recurrir a la flota genovesa y a la contratación de mercenarios.
Precisamente, los tan ociosos como peligrosos almogávares, parecían responder a la perfección, a las necesidades del bizantino, de manera que, el mismo año en el que se firma Caltebellota (1302), veremos a los almogávares llegar a Constantinopla. Es posible que la contratación de los almogávares respondiera también al interés bizantino por diversificar las redes comerciales con Occidente, demasiado dependientes de los genoveses: Así, la presencia de los almogávares implicaría además, el asentamiento de comerciantes barceloneses en el Imperio. La matanza de genoveses perpetrada por los almogávares el mismo año de su llegada, quizás no resultara, en este sentido, tan accidental.
Sea como fuere, la hueste almogávar se encontraba liderada en esos momentos por Roger de Flor, el cual, exigió a Andrónico II ser nombrado megaduque y entroncar con la familia imperial, a través de María, hija de Irene – hermana, a su vez, del emperador – y el khan de los búlgaros. A lo largo de 1304, los almogávares arremeterían contra los turcos inflingiéndoles dolorosas derrotas, éxitos que atraerían a otros líderes almogávares como Bernat de Rocafort.
En agosto de 1304, los turcos serían severamente derrotados en las Puertas de Hierro, lo que conjuraría su amenaza durante mucho tiempo. Alejada la inmediata amenaza turca, la actitud del emperador para con los almogávares comenzó a cambiar: el bizantino ya no les necesitaba, pero tampoco parecía estar muy dispuesto a saldar las deudas contraídas con ellos. Los griegos, por su parte, podían alegar desconfianza dada la ocupación de Gallípoli – en el sensible estrecho de los Dardanelos – y exigir la reparación de los estragos causados por los mercenarios catalano-aragoneses en sus marchas por Anatolia.
La llegada de otro importante líder almogávar con refuerzos, Berenguer de Enteza, no debió, precisamente, atenuar el recelo del emperador, sino, más bien, al contrario: Roger de Flor entregó las insignias de megaduque el recién llegado y exigió, a cambio, la dignidad de césar, título que compartiría con, nada menos, que Miguel IX, el hijo y sucesor del emperador. í‰ste comenzó a recelar de las intenciones de los almogávares, máxime teniendo en cuenta la vinculación que su líder tenía con la familia imperial, a través de su esposa María y con los poderosos búlgaros, a través de su suegro, que fuera khan de los mismos. El recuerdo del Imperio Latino de Oriente debió también pesar en el ánimo de los griegos.
Con el fin de alejar al líder almogávar de Constantinopla o porque el propio Roger de Flor era consciente de que el emperador no tenía mucho más dinero que ofrecer, o quizás por ambos motivos, lo cierto es que el catalán decidirá retirarse al feudo que el emperador le había otorgado. Los distintos líderes almogávares se separarán en este momento – Berenguer de Enteza, Bernat de Rocafort o Ramón Muntaner se distribuirán entre Constantinopla y Gallípoli – y quizás se hubiera acabado por producir su asimilación a la sociedad bizantina, si no hubiera mediado lo que parece una desafortunada conspiración urdida contra los catalanes. Por mandato imperial o cumpliendo protocolos feudales occidentales, lo cierto es que Roger de Flor, antes de partir hacia su feudo, marchó a Adrianópolis donde le esperaba Miguel IX -. Después de ser agasajado por el heredero imperial, en abril de 1305, Roger de Flor y sus acompañantes eran asesinados a traición mientras celebraban un banquete.
A continuación, Gallípoli, defendida por el que será cronista de las hazañas almogávares, Ramón Muntaner, será atacada por un ejército bizantino formado por romeos – soldados bizantinos -, alanos y turcos. Los genoveses, por su parte, preocupados por lo que la presencia comercial catalana podía suponer para sus intereses, colaborarán con su flota capturando a Berenguer de Enteza. Sólo queda Bernat de Rocafort – nombrado senescal por el propio Roger de Flor antes de su partida a Andrinópolis – como líder preeminente de la también conocida como Compañía Catalana.
La agresión imperial será denunciada por los almogávares y aprovechada para romper formalmente el pacto de vasallaje que tenían establecido con Andrónico II. El éxito de los almogávares en la resistencia al cerco de Gallípoli y la victoria sobre un ejército mucho más poderoso en la batalla de Aprós, contribuirá a reforzar el contingente almogávar, al unirse a ellos, grupos de alanos, turcos e incluso bizantinos, que ven en los catalano-aragoneses una garantía de éxito y botín.
Los almogávares a la conquista de Grecia
A pesar de las brillantes victorias logradas por los almogávares, éstos apenas podían garantizar su propia seguridad caso de pretender establecerse en un lugar, y menos aún podían aspirar a hacerse con el control del Imperio Bizantino. Sólo poniéndose al servicio de un señor poderoso podían los almogávares sobrevivir en un entorno tan hostil.
Así, a finales del año 1307, los almogávares, liderados por Rocafort, se pondrían al servicio de Carlos de Valois: Casado con Caterina de Courtnay, heredera del depuesto emperador latino de Constantinopla, y perpetuando la ambición francesa sobre Bizancio – en 1224 Honorio III ya había denominado al Imperio franco-latino de Oriente como Nueva Francia -, el galo buscará aliados fuertes con los que intentar rehacer la formación política surgida de la Cuarta Cruzada: los venecianos, grandes beneficiarios de la misma y ahora desplazados por los genoveses, y los almogávares, necesitados de subsidios, se aliarán con el Valois. Los almogávares, se instalarán en la Península Calcídica para, desde allí, hostigar a los griegos, y después se instalarán en Tesalia para ayudar al franco Juan II. Sin embargo, el enviado de Carlos de Valois, Cepoy, que habría sustituido a Rocafort al frente de los almogávares, se dio cuenta de que éstos constituían más un estorbo que una ayuda a la hora de materializar el proyecto de recuperación franca del Imperio Oriental, por lo cual, acabará por abandonar la Compañía Catalana, dejando de percibir éstos, en consecuencia, subsidios y apoyos del poderoso francés.
Incertidumbre y declive
Los mercenarios se habían quedado, pues, sin patrón, de manera que procuraron buscar uno nuevo: Walter de Brienne, duque de Atenas, aparecía como el candidato ideal. Este príncipe franco temía ser desposeído por otros poderes vecinos que aspiraban a anexionarse dicho territorio, desde Ana de Arta al mismísimo emperador Andrónico. Así, en 1310, los almogávares llegaban a Atenas. Sin embargo, como en otras ocasiones, una vez los patrones conjuraban la amenaza que se cernía sobre ellos, éstos procuraban deshacerse de los incontrolables huéspedes. Walter de Brienne tenía, además, sobradas razones para empujar a los almogávares a marchar de su territorio, dado que Andrónico II había firmado con Venecia un acuerdo por el que, a cambio de establecer relaciones comerciales preferentes, se prohibía comerciar a la república italiana con aquellos principados donde hubiera catalanes, y dado que Atenas necesitaba insertarse en esos flujos, era necesario expulsarlos cuanto antes. Consciente de su debilidad, el de Atenas pedirá ayuda a otros principados latinos de Grecia, encontrándose los aliados con los almogávares en Cefis: Aparte de la práctica erradicación de lo que quedaba de los poderes latinos en Grecia, la victoria de los catalano-aragoneses en la batalla de Cefis (13 de marzo de 1311) será el punto de partida del ducado de Atenas y Neopatria, ciudad tesalia ésta última, que sería conquistada poco después.
A fin de consolidar su posición y recibir el respaldo de un poder fuerte, los almogávares procurarán vincularse a los soberanos pertenecientes a la Casa de Aragón: en Atenas y Neopatria se pondrán en vigor los usatges y tradiciones jurídicas y administrativas catalano-aragonesas, a la par que solicitan a Federico de Sicilia que elija a uno de sus hijos como soberano de los ducados, siendo Manfredo el elegido. En la práctica, la ayuda otorgada por los reyes de Sicilia y, después, de Aragón, no resulta apenas resultará decisiva, por lo cual, los almogávares se verán obligados a establecer pactos de ayuda mutua con los turcos, lo que les valdrá la repulsa del Pontificado y la animadversión de las potencias cristianas.
Sin embargo, no será este recelo el que sentencie la presencia almogávar en Grecia, sino Pedro IV y su política de anexión de territorios ligados a la Casa de Aragón, desde Mallorca a Sicilia. La intensa y obstinada actividad desplegada por Pedro IV – que pasa por el uso de artimañas jurídicas, enlaces matrimoniales o la mera fuerza – con el objetivo de unificar todos estos territorios, hizo ver a las potencias comerciales italianas que se estaba levantando un nuevo gigante que podía poner en cuestión su posición en el Mediterráneo: Génova padecería, de hecho, una guerra comercial. Venecia, cuyos intereses comerciales y semicoloniales estaban muy ligados a Oriente, resolvió entonces expulsar a los catalana-aragoneses del Mediterráneo Oriental, tarea para la cual contarían con la ayuda del Papado, la Orden de San Juan del Hospital y los Accaiajuoli, banqueros de origen florentino que dominaban Corinto. Serán, precisamente, estos últimos los que contraten a un grupo de guerreros muy similar al que una vez fueron los almogávares: La Compañía Navarra.
Luis de Evreux, hermano de Carlos II, el Malo de Navarra, se había casado con Doña Juana, duquesa de Durazzo, que en 1368 habría sido desposeída de su ducado por el albanés Carlos Topia. Aunque el país pudiera ser un hostil erial, la posición estratégica de Durazzo en el Mediterráneo, era razón suficiente para que Luis de Evreux interviniera con el objeto de luchar por los derechos de su mujer. Así, entre 1372 y 1376, se pusieron en marcha los preparativos para emprender la expedición, preparativos que incluían el enrolamiento de guerreros gascones y navarros, lo que daría lugar a la constitución de la conocida como Compañía Navarra. La muerte de Luis de Evreux, dejará a estos mercenarios aislados en Durazzo.
Pedro IV de Aragón, mantenía por aquellos momentos una dura pugna con sus familiares de Sicilia y, en consecuencia, con los ducados almogávares de Atenas y Neopatria, por lo que aprovechará la presencia de los rudos mercenarios navarros en Albania para enviarlos a ocupar en su nombre los territorios que aspiraba anexionar. A pesar de la necesidad que tenían los navarros por salir de su situación, éstos no llegarían a un acuerdo con el Ceremonioso – quizás por las exigencias planteadas por los navarros o quizás porque la oferta del aragonés no les convenciera -, pero no tardarían en encontrar un nuevo patrón: Neri Accaiajuoli.
Decidido a, no sólo asegurar su posición en Corinto, sino a incrementar su poder, el financiero florentino contratará a la Compañía Navarra para arremeter contra el ducado de Atenas y Neopatria. Los almogávares recurrirán entonces a Pedro IV, que en septiembre de 1380 firma los Capítulos de Atenas, por los cuales, los ducados eran admitidos como vasallos del rey de Aragón, situación que se dilatará hasta 1388.
Sin embargo, el territorio sobre el que se extendía dicha soberanía iba menguando día a día a causa de la implacable actividad de la Compañía Navarra y los Accaiajuoli: El 2 de mayo de 1388 el último reducto almogávar, Atenas – llamada por los catalanes Cetina – caía en poder de los navarro-florentinos. La presencia catalana en el Mediterráneo Oriental sufría, así un duro y decisivo golpe. Hasta la caída de Constantinopla, serán venecianos y genoveses los protagonistas del comercio con Oriente, apreciándose ya el deterioro de una Corona, la de Aragón, que pugnará con Francia por mantener su posición en el Mediterráneo Central, pugna que explica, en buena medida, el interés de los aragoneses por vincularse, ya en el S. XV, con la pujante potencia comercial que comenzaba a ser Castilla.
(Autor del artículo/colaborador de ARTEGUIAS: Jorge Martín Quintana)