LECTURA: Real Sociedad Bascongada de Amigos del Paí­s

El siglo XVIII, el nacimiento

Corrí­an los años medios del siglo XVIII. La Real Sociedad Bascongada de los Amigos del Paí­s nace primero como una idea, devanada y considerada en todos sus aspectos, en las reuniones y tertulias que el Conde de Peñaflorida celebraba en su residencia de Insausti en Azkoitia, a las que asistí­an puntualmente el Marqués de Narros y Altuna. Se trataba en todos los casos de personas que por su situación social y económica habí­an viajado por Europa, conocí­an el nivel industrial y cultural de otros paí­ses, y se sentí­an desolados ante el panorama que presentaba el Paí­s Vasco al que se sentí­an unidos. Cristalizaron estos anhelos de modificar las estructuras que les rodeaban en una asociación que posteriormente pudo transformarse en la Sociedad Bascongada de los Amigos del Paí­s, y sus primitivos Socios o Amigos llegaron a ser conocidos como «los Caballeritos de Azkoitia».

En 1763 se presentó el plan de creación, el año siguiente se fundó de hecho en Vergara y en 1765 fue aprobado en Junta General, seguida de una segunda en Azkoitia. Las terceras, a mediados del año siguiente tuvieron lugar en Vitoria, en el 67 en Marquina y a fines de octubre del 68 de nuevo en Vergara. Con lo más importante de estas Juntas Generales se formó un «Ensayo» en el que, después de un Discurso Preliminar del Conde de Peñaflorida, se estudiaban con detenimiento las cuatro secciones (agricultura, ciencias y artes útiles, industria y comercio y polí­tica y buenas letras) en que habí­an dividido las actividades de la Sociedad. Esta distribución muestra a las claras cuáles eran los intereses de los Amigos, verdaderos ilustrados y europeos. Entre los Socios figuraron, tanto en este siglo como en el futuro, algunos de los más importantes reformistas de la época (Foronda, Villahermosa, Olavide, Azara, Meléndez Valdés, Samaniego…

La Bascongada tuvo desde el primer momento una ardiente preocupación por la educación de los jóvenes, entendiendo que de su buena formación y preparación cultural, cientí­fica y moral, dependí­a el futuro del Paí­s. En su deseo de contar con un buen Seminario o Colegio y aprovechando la expulsión de los jesuitas que dejaron libres muchos centros de enseñanza, pidió en primer lugar al Ministerio el Colegio del Monumento de Loyola que le fue denegado. Insistió la Sociedad nuevamente, y tras varias incidencias y con el apoyo de la villa de Vergara, y en 1769 lo consiguió del Real Consejo bajo el nombre de «Real Seminario» con orden de colocar sobre su puerta el escudo de las armas reales. Pero el verdadero espaldarazo a la recién creada institución llegó al convertirse en «Real Seminario Patriótico Bascongado». El propio Carlos III, comprendiendo la importancia de esta iniciativa, contribuyó con respetable suma para los Profesores de las cátedras de quí­mica y mineralogí­a y para sus respectivos laboratorios. Se convirtió así­ el Seminario en un centro cultural de primera importancia en Europa, en el que se contó con profesores extraordinarios procedentes algunos de toda Europa, entre los que merece citarse a Proust, Chavaneaux, Brisseau, así­ como otros cientí­ficos de primera fila como los hermanos Elhuyard,.Erro, Mas, Samaniego, Santibáñez, Foronda y otros muchos que contribuyeron a que los estudios de Vergara llegaran a conocerse y valorarse en toda Europa. Así­, en el Seminario se hizo por vez primera la fundición de la platina y se trabajaron los aceros y la mejora de las técnicas de ferrerí­as. . Uno de los éxitos obtenidos en este laboratorio fue el aislamiento del wolframio.

La Sociedad comprendió rápidamente que la mujer, como educadora y compañera, debí­a igualmente ser formada de una manera diferente a lo que se vení­a realizando en la sociedad del XVIII. En marzo de 1784 fue aprobado por el Rey el «Proyecto de fundación de un Seminario de Señoritas». Después de muchas gestiones en Vitoria, donde contaban ya con un edificio apropiado, el proyecto lamentablemente no llegó a realizarse. De la lectura de sus Estatutos se desprende que la puesta en práctica de sus directrices hubiera sido un importante paso en la formación de la mujer, que sin duda tendrí­a que haber repercutido en los años venideros.

El propio Conde de Peñaflorida, que por su formación en el extranjero tení­a el convencimiento de que era necesario conocer sistemas y adelantos para su adopción si se querí­a empujar al Paí­s en el camino de la modernidad, no dudó en enviar a su propio hijo a varios paí­ses del extranjero para adquirir conocimientos especiales y ponerlos a disposición de la Sociedad a su regreso; murió este hijo siendo aún muy joven, pero el Conde envió a su segundo hijo con la misma finalidad. La Bascongada tuvo un buen número de jóvenes pensionados en Madrid y en el extranjero, así­ como profesores expresamente enviados para estudio de diversas ciencias.

Tampoco puede olvidarse la creación de las Escuelas de Dibujo en Vitoria, Bilbao y Vergara en 1777, y poco más adelante en San Sebastián y Placencia. Concretamente la de Vitoria, que ahora celebra el 225 aniversario de su creación, sigue funcionando en la Ciudad convertida en Escuela de Artes y Oficios Artí­sticos, y con una importante actividad de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del Paí­s en su Junta Fundación.

Falleció Peñaflorida en 1785, y se convirtió el Marqués de Montehermoso, su primo, en el segundo Director de la Sociedad. Aún continuaba la marcha ascendente de la Sociedad, y en Vitoria se creó un «Gabinete Numismático» de importancia, sugerido por el nuevo Director que poseí­a una importante colección. La muerte de Carlos III, benefactor indudable de la Sociedad, marca también un descenso en la actividad de la Bascongada. Continúan recibiéndose grandes sumas enviadas por los Amigos de América, pero pronto también estas ayudas van a desaparecer y empiezan incluso a faltar los pagos de pensiones de algunos alumnos americanos, hecho motivado sin duda por el comienzo de las convulsiones polí­ticas en las Colonias. Cierto es que el número de Socios continuaba siendo alto (1.216 se contabilizan en el año 1793). Sin embargo, en las Juntas de 1792 celebradas en Vitoria, se presenta una interesante «Guí­a de Forasteros en Vitoria, por lo respectivo a las tres bellas artes, Pintura, Escultura y Agricultura, con otras noticias curiosas que nacen de ellas». En este documento se hace una hermosa descripción de la «casa que el presente ocupa la Real Sociedad Bascongada , lo que da idea de que en Vitoria la Sociedad continúa su vida de forma bastante satisfactoria.

Llegan, pues, malas épocas para la Bascongada. A las guerras americanas se une la revolución francesa, que desde 1793 incidí­a de forma directí­sima en las actividades europeas. Finalmente, a fines de agosto de 1794 las tropas francesas llegan a Vergara saqueando la villa y destrozando completamente el Seminario. También las villas de Eibar, Ermua y Ondarroa fueron incendiadas y saqueadas. La situación de la Sociedad se hace insostenible y ya habí­an dejado de funcionar las cuatro comisiones.

El siglo XIX, luces y sombras

Entroncan los primeros años de este siglo con los finales del XVIII y la decadencia de la Sociedad entra en una caí­da vertiginosa, pese a los esfuerzos de los Amigos por evitarlo. La subida al trono de Carlos IV, despreocupado en cuanto a la marcha de las Sociedades Económicas, puso su mandato a las órdenes de Godoy, cuya antipatí­a hacia el Paí­s Bascongado era conocida y notoria. En 1804 el Gobierno de la Nación se hizo cargo del Real Seminario Patriótico Bascongado cambiando su nombre por el de Real Seminario de Nobles, concediendo en ese momento algunos recursos que, unidos al buen nombre reconocido de la institución, consiguió mantener los estudios y ampliar de nuevo el número de alumnos.

Habiendo fallecido Montehermoso en 1798, le sucedió en la Dirección el Marqués de Narros, quien habí­a sido hasta entonces Secretario perpetuo. Ese mismo año terminaron de conseguir recuperar el Seminario, pero la economí­a de la Sociedad era muy precaria.

En 1803, año en que desaparece también Narros y Montehermoso (hijo) desiste de su cargo de Secretario, son elegidos para sustituirles Iñigo Ortés de Velasco, como Director, y José Marí­a de Murga como Secretario. Ambos prepararon un plan para el resurgimiento de la Bascongada, pero tropezaron con Godoy – que irónicamente era socio protector – y sus esfuerzos fueron baldí­os. En 1804 se le aparta a la Bascongada de la Dirección del Seminario de Vergara, a pesar de que el número de alumnos habí­a ascendido hasta setenta. Esto fue un golpe definitivo a la existencia de la Sociedad.

En 1810, el Gobierno de José Bonaparte mostró interés por la reactivación de la Sociedad y algunos de los socios vieron en ello una oportunidad para recuperar el mando del Seminario de Vergara, pero los avatares polí­ticos lo impidieron.

El Real Decreto de 9 de Junio de 1815 por el que solo se permití­an las Sociedades establecidas en Capitales de Provincia, quiso ser el último golpe de gracia, pero la voluntad de los socios que quedaban no lo permitió así­ a pesar de la muerte del Director Ortés de Velasco y del Vicesecretario y Archivero Trinidad Porcel, ocurridas en 1816, y de la de Lorenzo Prestamero, quien habí­a sido durante muchos años subsecretario y hombre de gran actividad y celo al servicio de la Sociedad, al siguiente año.

En 1819, con motivo de una visita de Fernando VII a Vitoria, se encuentran varios socios de las tres provincias y acuerdan revitalizar la Sociedad, nombrando al año siguiente a Murga como Director interino, produciéndose un cierto resurgimiento durante le trienio liberal (1820 – 1823), que se vio de nuevo abortado por la vuelta al absolutismo.

Otro tanto sucedió con el nuevo intento promovido por el Conde de Monterron en 1830 contando con cuatro Amigos que aún pertenecí­an a la Sociedad, y decidiendo formar una junta con otros ocho más que deberí­an nombrarse, y llegaron a plantear otra análoga con el fin de fomentar las artes en Guipúzcoa.

Por iniciativa del Gobierno más adelante (1840 y 1841), las tres Provincias se ocuparon de restablecer la Sociedad, según consta en los Registros de Actas de las Juntas forales de Guipúzcoa. Se repitió el intento durante 1862, 1863 y 1864, esta vez por iniciativa de don Ramón Ortiz de Zárate, Diputado foral de ílava y enérgico defensor de los Fueros.

Fueron tristes fechas, que solamente pudieron atestiguar el derrumbamiento de aquella hermosa idea que, sin embargo, tan positivos avances supuso en todos los campos (industrial, agrí­cola, cientí­fico, cultural) para el Paí­s Vasco que indudablemente tendrí­a sobre estas bases un florecimiento económico superior a los pueblos limí­trofes.

El siglo XX, la restauración

Pasados los años terribles de la guerra civil iniciada en España en julio de 1936, transcurrido ya algún tiempo de su terminación, en un ambiente opresivo sobre todo en relación con Vizcaya y Guipúzcoa, declaradas «provincias traidoras», comenzaron a percibirse algunos movimientos de revitalización de la cultura vasca. Renace así­ la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del Paí­s, con unas caracterí­sticas especialmente adaptadas a la situación, de la mano de unos Amigos reunidos en tertulias, cuya alma fue en todo momento don Julio de Urquijo, apoyado especialmente por José Marí­a de Areilza que, integrado en la situación polí­tica del momento, consiguió presentar el proyecto con un nuevo aspecto eminentemente cultural invitando incluso al Gobernador Civil de Guipúzcoa a las primeras reuniones.

Se redactaron nuevos Estatutos, y el propio Areilza pronunció una conferencia que exponí­a las intenciones de la Sociedad, con frases que el Gobierno Central no considerase heterodoxas. Así­ afirmaba «… Nuestro amor a España se completa y perfecciona con un profundo cariño y respeto al Paí­s vascongado y lo de estrechar más los lazos de unión de las tres provincias, tal como figura en los Estatutos de 1765 como objetivo social, puede servirnos de motivación en la hora presente.»

Los nuevos Estatutos se presentaron para su aprobación al Gobernador Civil de Guipúzcoa, pero el recelo no permitió su aprobación. Al fin se halló una fórmula confiriendo a la «Real Sociedad Vascongada de los Amigos del Paí­s» la condición de «delegada» del Consejo Superior de Investigaciones Cientí­ficas en Guipúzcoa. Fue determinante la sustitución de la «B» original del nombre de la Sociedad por la «V» que evitaba un punto de vasquismo peligroso a los ojos del Gobierno. El primer acto académico de la Sociedad en esta nueva época tuvo lugar el 23 de junio de 1943 en Azcoitia, en el Salón Peñaflorida del balneario de los Valle Lersundi, grandes impulsores de las actividades. Desde este momento comenzaron a funcionar las tres Comisiones y Delegación en Corte a las que se unió desde 1993 una Delegación en Méjico que se rige igualmente por los Estatutos vigentes.

Fueron muchas las actividades culturales, sociales y sobre todo de formación ética que la Sociedad emprendió y llevó a efecto. Pueden destacarse en esta época las gestiones realizadas ante la Administración Central hasta conseguir la inscripción de la Sociedad en el registro de asociaciones sin alterar el fondo de los Estatutos, la restauración de edificios históricos como el inicio de obras de la Catedral de Santa Marí­a de Vitoria y del Casco Viejo de la Ciudad, las restauraciones de las Torres de Quejana y Mendoza, las actividades de la Escuela de Artes y Oficios (antigua Escuela de Dibujo creada por la Bascongada), los Seminarios de Historia de la Bascongada, el estudio de las especialidades forales del Paí­s, el Proyecto Loyola como estudio de la Universidad dirigido a la juventud, y el ciclo de conferencias sobre «Euskadi ante Europa» que estudió la situación europea de los aspectos «Tercera Edad» , «Transportes terrestres», «La energí­a», «La competitividad y los recursos humanos», «Los servicios jurí­dicos», «El deporte», «La investigación y el desarrollo», «La industria vasca de automoción», «La sanidad» y «La comercialización y distribución de productos agroalimentarios en el Mercado Europeo».

http://www.bascongada.org/historia.htm

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