Un misterioso collar hallado en la tumba de una niña muerta hace 7.000 años podría reescribir la Edad de Piedra
Al pensar en la Edad de Piedra, muchos imaginan a nuestros antepasados comunicándose y relacionándose de forma tosca, viviendo casi como brutos animales. Sin embargo, el pueblo escondido de Ba’ja, fundado hace unos 9.000 años en la antigua Jordania, a medio camino entre el Mar Rojo y el Mar Muerto, podría cambiar muchas de estas ideas. Aquí se ha encontrado uno de los primeros asentamientos estables de la Humanidad: una ciudad que, pese a estar rodeada de montañas, se ha revelado como un enclave con un rico entramado social y cultural. En el centro de la historia, un refinado collar de nácar, conchas y ámbar hallado en una tumba infantil y reconstruido tras más de seis milenios. Los resultados acaban de publicarse en la revista ‘PLoS ONE‘.
En 2018, cuando el equipo de excavación de la Facultad de Arqueología y Antropología de la Universidad de Yarmouk (Jordania) estaba a punto de marcharse del yacimiento de Ba’ja, encontraron dentro de una de las edificaciones un llamativo suelo pintado con cal. Al levantarlo, hallaron una gran lápida que parecía señalar un rico enterramiento. Pero debajo solo había arena. Muchísima arena. Pero cuando la esperanza estaba casi perdida y todo parecía indicar que la pista del suelo no conducía nada, asomaron unas elegantes cuentas.
Y con cada cepillado, aparecían más y más. Tantas que se completó un tesoro de 2.500 piedras y conchas colocado alrededor de lo que parecía un niño de unos ocho años. Más bien una niña, según indicaban algunos signos en sus huesos, muy mal conservados en el tiempo. Jamila (tal y como la bautizó cariñosamente el equipo) resurgía ahora después de milenios para reescribir la historia de los pueblos del neolítico.
Unos huesos quebradizos
Sus restos no aportaron demasiada información: todos los huesos hallados hasta el momento en el yacimiento (alrededor de una docena, la mayoría enterrados bajo el suelo de las edificaciones) son quebradizos y acaban hechos añicos cuando se desentierran. Al datarlos, las pruebas revelaron que Jamila vivió allí hace entre 7.400 y 6.800 años, «pero no se pudo extraer información biológica, ni sobre su dieta o su salud», explican los autores en el estudio.
La niña, posiblemente perteneciente a un estatus parecido al de la nobleza (se han hallado otras tumbas sin ningún tipo de ajuar funerario, sobre todo de personas adultas), fue encontrada en posición fetal. Además, probablemente fue enterrada vestida, ya que sus restos tenían una especie de tinte rojo superficial.
Por el contrario, aquellas cuentas desperdigadas entre el cuello y el pecho de Jamila encerraban mucha más historia. Pronto, el equipo observó que no se trataba de piezas esparcidas sin más, sino de un complejo collar con varias filas. «Había tantas piezas que parecía imposible que pudiera ser reconstruido», admiten los autores. Sin embargo, tras un minucioso trabajo, lograron recrearlo en una réplica que se puede visitar en el Museo Arqueológico de Petra.
Abalorios que informan más que el ADN
Tras inspeccionar las cuentas sobre el terreno, el equipo liderado por Hala Alarashi, investigadora especializada en Arqueología de las Dinámicas Sociales que trabaja para la Institución Milà i Fontanals (IMF-CSIC), situada en Barcelona, y para la Université Côte d’Azur, en Niza (Francia), llevó a cabo un exhaustivo análisis de las piezas: desde su composición a cualquier muesca que pudiera dar una pista sobre su fabricación o su disposición.
«Los adornos corporales son símbolos poderosos que comunican valores culturales e identidades personales, por lo que son de gran valor en el estudio de las culturas antiguas», afirman los autores. Y este collar no era un adorno cualquiera: se trata de más de 2.500 cuentas de piedra y conchas, más dos piezas de ámbar excepcionales (las más antiguas conocidas hasta ahora en la cuenca del Levante mediterráneo en Oriente Próximo), un gran colgante de piedra y un aro central de nácar que sirvió para engarzar gran parte de las cadenas.
os investigadores, entre los que también se cuentan integrantes de la Universidad de Sevilla, rastrearon además la procedencia de los abalorios: a pesar de que Ba’ja era una ciudad más o menos aislada en el espacio, las turquesas utilizadas se importaron del Sinaí; por otro lado, las conchas procedían del Mar Rojo, lo que indica que este pueblo también salió fuera de sus dominios para recabar estos materiales. Además, expertas manos artesanas tuvieron que crear cada pieza, demostrando que la imagen de ‘salvajes’ que tenemos de nuestros antepasados del neolítico quizá está algo equivocada.
«El estudio de este collar revela dinámicas sociales complejas entre los miembros de la comunidad de Ba’ja, incluidos artesanos, comerciantes y autoridades de alto nivel que encargarían tales piezas y que, sin duda, merecen una mayor investigación», inciden.
El principio de muchos hallazgos
Bajo las arenas del yacimiento de Ba’ja aún hay varios misterios enterrados, afirman los autores. Desde que comenzaron las excavaciones en 2001 y las siguientes veinte temporadas posteriores se han hallado un total de 15 tumbas, algunas de ellas con niños; las fosas descubiertas varían de tamaño, desde una sola persona enterrada, como en el caso de Jamila, a nichos con varios cuerpos. Todas (excepto una) han sido descubiertas bajo los habitáculos destinados, según creen los arqueólogos, a almacenar sus enseres, ya que probablemente hicieron vida sobre los techos de las construcciones (de ahí que no se hayan encontrado restos de calles).
inguna de las tumbas cuenta, hasta el momento, con un ajuar funerario tan espectacular como el de Jamila, si bien durante una de las últimas excavaciones se halló el cadáver de otro infante con otro collar que el equipo de Alarashi también intentará reconstruir. Quién sabe cuántos secretos de hace milenios aún se esconden entre aquellas arenas.
Tomado de www.abc.es