Generación ‘anestesiada’: ¿Por qué se ha disparado la toma de psicofármacos entre adolescentes?
Que te deje el novio o suspender un examen no es motivo para ir al psiquiatra. Se llora, se habla con los amigos y se digiere», ‘receta’ Marina Díaz Marsá, presidenta de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental. Porque no hay tantos psiquiatras: nos toca a nueve por cada 100.000 habitantes, un ratio muy bajo comparado con la media europea (13) y más aún con los países nórdicos (23). Psicólogos faltan todavía más. «En España hay seis por cada 100.000 habitantes pero necesitaríamos otros doce para cubrir la creciente demanda», cifra la experta. Como los que hay no dan a basto, la lista de espera para el especialista en salud mental es «de tres a cuatro meses» en la sanidad pública. Un ‘impasse’ que, cada vez más, se afronta con «una ayuda». Una pastilla.
Eso explica, en gran parte, el llamativo aumento de toma de psicofármacos entre la población adolescente. El consumo de estos medicamentos que actúan sobre el estado nervioso central se ha multiplicado por doce en veinte años: un 4,9% de los chavales de entre 14 y 18 años consume a diario antidepresivos, ansiolíticos o hipnóticos, un porcentaje que en 2006 era residual (0,4%), según los datos de la Encuesta sobre uso de drogas en enseñanzas Secundarias en España del Ministerio de Sanidad correspondiente a 2023. Además, uno de cada cinco adolescentes (19,6%) confiesa haber tomado psicofármacos alguna vez en su vida, mientras que en 2006 eran un 15% y la mitad en 1996. La edad de inicio se sitúa en los 14,1 años.
¿Qué ha hecho de los adolescentes de hoy una suerte de generación ‘anestesiada’? En la base, coinciden los expertos consultados, está el aumento de los trastornos emocionales, especialmente ansiedad y depresión, pero también problemas de alimentación, de impulsividad… en definitiva, de control de las emociones. «Se ha incrementado en toda la población, pero en el caso de los jóvenes el pico llama la atención», reconoce Maite Campo, investigadora en el Grupo de Investigación en Determinantes Sociales de la Salud y Cambio Demográfico de la EHU.
Señala a la pandemia. No como desencadenante, «pero sí como catalizador». «El confinamiento fue una prueba de estrés para toda la población, pero los adolescentes, al estar en una edad de formación en la que necesitan más actividad social que otros colectivos, respondieron peor. Y eso aceleró el proceso», confirma Antonio Cano, catedrático de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid.
Consumo diario entre los jóvenes
Más trastornos que se traducen en más tratamientos con fármacos que regulan el estado de ánimo. Pero ¿tantos como para explicar el llamativo aumento en el consumo? «No. El problema es que hemos medicalizado el malestar del día a día, que la estrategia que hemos adoptado para gestionar ese desasosiego es tomar una pastilla», advierte Maite Campo. Coincide el catedrático de la Complutense: «Un chaval va al médico de cabecera, que tiene solo siete minutos para atenderle, y le dice que le cuesta dormir. ¿Y qué hace el doctor, que no es especialista en trastornos emocionales? Pues darle una pastilla para dormir. ‘Es que estoy nervioso’. Pues un tranquilizante. ‘Me encuentro bajo de ánimo’. Un antidepresivo». Y a muchos no les hace falta.
«Hay que distinguir el malestar cotidiano del trastorno mental. El malestar debe gestionarlo cada uno, no debe ser siquiera motivo para ir al médico, menos aún para medicarse. Ni siquiera deberían tomarse medicamentos en caso de ansiedad o depresión leve si puede resolverse con terapia. Solo en casos más graves o en trastornos mentales diagnosticados debe recurrirse a los fármacos», advierte la doctora Díaz Marsá.
No es una opinión, hay evidencia científica. «Estamos medicalizando mal. En un ensayo clínico con personas que referían ansiedad, depresión o somatizaciones les dividimos en dos grupos. Al primer grupo se les administró psicofármacos; el segundo acudió a charlas de hora y media en las que se les facilitaron herramientas de gestión emocional. En solo siete sesiones este último grupo experimentó una mejoría entre tres y cuatro veces más grande que el grupo medicado. ¿Supone eso gastar más en Sanidad? Pues sí, pero también se traducirá, a la larga, en una reducción de las bajas laborales», señala Antonio Cano. Y apunta un dato: «Reino Unido y Alemania están invirtiendo en atención especializada y y han visto descender la toma de fármacos, siete dosis por cada mil habitantes, frente a las cincuenta y siete de España».
«Que te deje la novia o suspendas un examen no es motivo para ir al médico ni medicarse»
Pero no solo está en el centro del debate la medicalización, sino el origen del malestar que ha disparado la demanda. «Hace años, los estudiantes, como mucho, se acercaban al finalizar la clase donde la profesora y le contaban que se encontraban mal, tristes, que no sabían lo que les pasaba… Hoy enseguida te dicen: ‘Tengo ansiedad’. Como diciendo: ‘Yo no lo puedo afrontar, no está en mi mano’. Los chavales entienden el malestar como una patología y no es así. Articulan ese ‘sufrimiento’ como si fuera un elemento más de identidad», explica Maite Campo.
En la base de esa ansiedad recurrente que refieren está –apunta la psiquiatra– «una sociedad con unas expectativas desmedidas y cada vez más intolerante a la frustración, más incapaz de posponer la gratificación. Para llegar a ser licenciado hay que estudiar y esperar, no basta con apuntarse a la Universidad». Pero los adolescentes lo quieren todo y lo quieren ya. Es el modelo que predican las redes sociales, que se han convertido en una especie de tótem generacional. «Un 5% de los chavales pasa más de ocho diarias pegado a una pantalla, ya sean videojuegos o redes sociales», define la dimensión del problema Antonio Cano.
Pero las redes, lejos de un mero entretenimiento, se han convertido para este colectivo en «la referencia». «Si una sociedad científica publica un documento sobre cómo actuar en caso de ataque de pánico pasan dos años y no tiene ni cuatrocientas visitas. Pero el influencer de turno cuenta que ha sufrido uno y, además, da pautas de cómo manejar las emociones pese a no tener ni idea y lo ven millones de chavales. Igual que los vídeos de los anti vacunas o de los que se posicionan contra los postulados de la Organización Mundial de la Salud. Eso tiene un riesgo, es como si le pidieras a alguien que no es arquitecto que construya un puente. Se caerá».
«El confinamiento fue una prueba de estrés y el catalizador de una crisis que se venía observando»
El mundo virtual, no se cansan de advertir los expertos, «está sustituyendo las relaciones personales» y ese es el modelo sobre el que construyen su identidad muchos adolescentes. «Los ‘me gusta’ se consiguen a costa de exagerar lo bueno. Es todo mentira», se muestra tajante el profesor Cano. «Hay una presión social tremenda, a los adolescentes les cuesta cada vez más encajar en el grupo. Sobre todo a las chicas, que siguen soportando una ‘imposición’ estética y luchan por tener un cuerpo y un estilo como el de las influencers».
Esa carga extra que soportan ellas tiene su reflejo también en los datos de consumo de psicofármacos. El 6,6% de las chicas de entre 14 y 18 años los toma a diario y son un 3,3% los chicos de su edad que lo hacen. «En las mujeres está más normalizado, pero en los hombres no está socialmente tan aceptado. Las propias herramientas de diagnóstico tienen un sesgo de género, ya que en la lista de criterios que ‘distinguen’ una depresión, por ejemplo, se encuentran el llanto, la expresividad, la rumiación… items más asociados a cómo se entiende culturalmente la feminidad», recuerda Maite Campo.
Más allá de esta presión social que sufren todos y ellas más, la competitividad y la baja tolerancia a la frustración, la doctora Díaz Marsá apunta otra causa: el consumo de cannabis. Aunque las cifras dibujan una evolución a la baja –un 1,3% de los chavales de 14 a 18 años consume cannabis a diario, la mitad que hace diez años, según la estadística ESTUDES 2023–, sigue suponiendo un porcentaje. «Hace un daño tremendo. No solo tiene que ver con la aparición de brotes psicóticos, sino que provoca apatía emocional. El chaval se queda en casa fumando y no hay nada que le saque». Si acaso acercarse a la farmacia con la receta de orfidal, de lorazepam, de diazepam…
«Los chavales han madurado en lo sexual, pero en el resto siguen dependiendo de los padres»
«Los adolescentes solo han madurado en el campo sexual. Los padres ya no vigilan si su hijo y la novia duermen en camas separadas. Pero para todo lo demás los chavales dependen de los adultos. Les hacen la comida, la habitación, les dan dinero porque hasta los 30 no empiezan a trabajar, toman decisiones de su día a día… Y todo eso contribuye a una infantilización de la juventud que tiene que ver también con ese malestar vital que refieren», plantea Antonio Cano, catedrático de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid. Advierte de que les estamos «sobreprotegiendo» y eso está ‘desarmando’ a los adolescentes, les está dejando sin herramientas para hacer frente a las adversidades cotidianas. Y a los retos, que cada vez son más. «El día sigue teniendo veinticuatro horas, pero las demandas han aumentado. Las nuevas tecnologías han hecho que, aunque tú tengas tu horario te trabajo, te puedan contactar a cualquier hora. En el caso de los jóvenes también han supuesto nuevas demandas. Porque, además de estudiar, tienen que sacar tiempo para subir contenido a las redes sociales. Pero, ¿cuánto tiempo para estudiar te queda si estás cuatro horas al día pegado a una pantalla? Muchos chavales van salvando los muebles en el colegio, pero fracasarán al llegar a la Universidad porque las notas de corte cada vez son más altas».
Lo que provocará, a su vez, «un choque con sus padres», que muchas veces han proyectado en el hijo lo que a ellos les quedó por hacer. «Queremos que nuestros hijos sean una versión mejorada de nosotros mismos. Por eso, les apuntamos desde niños a música, a inglés… Pero ser los mejores en un mundo académico y laboral cada vez más competitivo es muy difícil y llega un momento en el que los chavales, muchas veces, se ‘rompen’».
Tomado de www.elcorreo.com
