«Hay que pedir 800 veces a los hijos que ayuden en casa para conseguir que un día lo hagan»

Metidos de lleno en la rutina del nuevo curso escolar, nada hace indicar que los niños y adolescentes no puedan, además, asumir buenos hábitos para colaborar en las tareas de casa. El hecho de que vayan a clase o a extraescolares no les exime de aprender y asimilar pequeñas acciones adecuadas siempre a su edad, para que sepan que en casa hay que colaborar.

Así lo apunta a ABC Alberto Solada, cofundador del Colegio Ingenio, al asegurar que los menores de 10 años están por lo general «encantados» de hacer labores domésticas porque les supone un reto, un juego que les hace sentirse mayores e importantes. «Para ello, es importante presentarles el objetivo a conseguir de forma lúdica; por ejemplo, meter los diferentes cubiertos en su espacio correspondiente en un cajón, o limpiar una mesa que parece muy sucia. Para ellos es una misión divertida».

Reconoce, no obstante, que aunque nunca es tarde para inculcar estas labores en los adolescentes «para ellos es más difícil encontrar algún tipo de atractivo en colaborar en casa. Pero no hay que desesperar —señala—. Los primeros meses de colegio son meses por excelencia de renovaciones en casa, de buscar un nuevo orden para las cosas del curso, de comprar escritorios, cambiar ropa del armario… Se les puede pedir que monten las mesas de estudio nuevas, que ayuden a pintar una pared, a decorar la habitación… Es una forma, además, de sacarles del aburrimiento en el que muchos jóvenes se encuentran a estas edades».

También resulta muy importante «concienciarles de que la familia es un equipo, y que ellos deben trabajar para integrarse en él y, para ello, ayudarse mutuamente es fundamental. La familia es el agente de socialización más importante, la responsable de transmitir valores, normas y conductas. Que los hijos asuman responsabilidades en las labores domésticas significa enseñarles a colaborar por un bien común y a aprender el autocuidado y el cuidado de los demás. Y, en el caso de los adolescentes, hay que hacerles saber que el día de mañana ellos tendrán que hacerlo en su casa porque cuando empiecen a trabajar no todo el mundo tiene la suerte de tener dinero para pagar a alguien se ocupe de estas labores domésticas».

Lo que nunca debe faltar por parte de los padres que estén en esta misión es la paciencia. Mucha paciencia. «Hay que decir 800 veces que ayuden en casa para que lo hagan, no es cosa de un día —matiza Alberto Solada— por lo que hay que armarse de grande dosis de paciencia y, sobre todo, no esperar que el primer día lo hagan todo a la perfección. Hay que darles tiempo para que aprendan a dejar las cosas limpias y ordenadas como nosotros creemos que deben hacerlo. Para ello es recomendable empezar a su lado una tarea, que vean cómo la hacemos y luego que prosigan y la finalicen ellos. Todo lleva su proceso. Si lo hacen mal, no les riñas y ofréceles ayuda, de lo contrario pueden frustrarse y abandonar la labor. Es recomendable, además, ir incorporando los quehaceres de forma gradual».

En cualquier caso, desde el Colegio Ingenio explican que hay que tener en cuenta el grado de madurez de cada niño. «No podemos pedirles tareas que no puedan realizar porque, seguramente, aunque pongan todo su empeño, desde una perspectiva adulta las harán mal. Observa cómo es cada hijo: si es un niño hábil y ordenado se le puede pedir recoger, ordenar y colocar sus pertenencias. Y, si no es el caso, hay que comenzar reduciendo el número de tareas, empezando por las más sencillas y dándole más tiempo. De esta forma, potenciamos la confianza en sí mismos.

Hay padres que, para evitar discusiones, prefieren hacer todo ellos mismos y no insistir en la participación de los hijos. Ayudar en las tareas de la casa es una labor necesaria y todos deben cooperar. Además, resulta muy formativa, pues desarrolla habilidades manuales, motoras e intelectuales imprescindibles, permite captar el sentido interno de los procesos secuenciales y su causalidad, mejora intensamente la atención y prepara para la vida. Aunque es más fácil e interesante comenzar en la infancia, nunca es tarde y el adolescente también puede aprender. Hay que enseñarles de forma directa y establecer tiempos límite para cada ocupación.

Es fundamental que los hijos no hagan estas tareas sintiendo que son un castigo y que cuando la finalicen obtengan un refuerzo positivo y el reconocimiento de su esfuerzo y participación. Se potenciará así el sentimiento de satisfacción personal por el trabajo bien hecho. y, en el caso de ser varios hijos y discutan sobre qué debe hacer cada uno, la solución es negociar una tabla de labores que todos se comprometan a respetar. «El aprendizaje y el cambio es posible, pero exige perseverancia, paciencia y constancia».

Lo que no hay duda, según estos expertos es que «cuanto mayor es la implicación de cada miembro en las tareas domésticas, mejores son las relaciones interfamiliares. Al aumentar la participación, se contribuye a la harmonía del hogar».

Tomado de www.abc.es

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