LECTURA: Casas viejas
Kairos – HISTORIA DE ESPAí‘A: La Segunda República
Diario de Azaña. Incidente en Casas Viejas
«Esta tarde ha habido un incidente entre Lerroux y sus edecanes Guerra del Río y Rey Mora. Guerra quería publicar en El Imparcial el acta ya famosa de los capitanes, y ya la había metido en un sobre para enviarla al periódico. AI enterarse Lerroux le hizo desistir, y Guerra, de muy mal humor, rompió el sobre con la copia del acta que llevaba dentro. Añadió Lerroux que no quería que se hablase más en las Cortes ni del acta ni de lo de Casas Viejas. Guerra y Rey Mora estaban furiosos.
En vista del giro que torna lo del acta y de las informaciones raras que me llegan, he resuelto llamar al capitán Rojas, que mandaba las fuerzas en Casas Viejas, e interrogarle personalmente. Este paso es peligroso, por el modo de ser de tales gentes y por la malicia general; cualquiera puede adivinar lo que son capaces de suponer acerca de esta entrevista si se divulgase. Rojas ha venido esta noche a las once. Le he recibido en mi despacho. No le había visto nunca. Su aspecto no predispone en favor suyo; la hechura de la cabeza no delata al hombre inteligente. Yo tengo la copia de la declaración, o más bien informe, dado por Rojas al director general sobre los hechos de Casas Viejas; en su escrito, Rojas niega que recibiese órdenes monstruosas y niega también que se fusilase a nadie. Tengo asimismo la información practicada por lo del acta, que me ha traído Menéndez, aunque no terminada, pero en la cual consta la declaración de Rojas, diciendo que supo lo del acta por referencias, y que estando acuartelado en Pontejos, no recibió ninguna orden especial. Si algo me llamaba la atención, dado cl papel que había desempeñado este hombre, era la extrema concisión de su testimonio.
Basado en tales antecedentes, le pregunté primero el origen del acta y su participación en ella. Me dijo: que él había prometido hacerse responsable de todo lo ocurrido en Casas Viejas, y dado su palabra de honor, y que cuando le piden un favor y lo promete, sacrifica hasta la cabeza, si es preciso. Que fue a Sevilla hace unos días, por encargo de Menéndez, para hablar con el teniente Artal, que estaba muy decaído; que en el tren, de regreso, un agente de policía le preguntó quien era y se cercioró de su identidad (probablemente, esto se debió a mi orden de hacer regresar inmediatamente a Rojas); que en la estación de Madrid le esperaba el secretario del director general, que le llevó a un café, y allí le exhortó a ser hombre y le insinuó la conveniencia de que hiciese un viaje y hasta le habló de dinero; que esta gestión del secretario de Menéndez le indignó mucho, y le hizo cambiar de actitud; que no sabe cómo sus compañeros, los capitanes de Madrid, se enteraron de que él estaba dispuesto a hacerse responsable de todo, y fueron a decirle que no lo consentían, que no hiciese el tonto, y que por favorecer a otros no debía manchar el honor del cuerpo; que él se negó al punto a secundarlos; le dijeron también que habían consultado el caso con Lerroux, y les había aconsejado que pusieran sus manifestaciones por escrito; que por esta razón los cinco capitanes suscribieron el documento en que declaran haber recibido de sus jefes la orden de no hacer heridos ni prisioneros; que suscrita el acta, siguió negándose a firmarla; pero que lo intentado por el secretario del director, y el haber pretendido en la dirección que contradijese terminantemente en la información practicada los asertos de los cinco capitanes, le han decidido a cambiar de conducta; que ha resuelto ««irse con los capitanes», es decir, declarar que, en efecto, hubo la orden de no hacer heridos ni prisioneros.
«‘Pero hubo esa orden?
«‘Sí, señor.
– Y usted, al prometer que se haría responsable de todo, ¿a qué se refería?
– A lo ocurrido en Casas Viejas, tomando para mí la culpa, si la hubo, y callándome esa orden.
– ¿Y qué ocurrió en Casas Viejas?
– Ya lo he contado.
– Yo tengo una copia de la relación de usted. ¿Tiene usted que añadir algo a lo allí se dice?
– No, señor. Si acaso, algún detalle.
– ¿No hubo fusilamientos?
– No. Fuimos duros, crueles si se quiere. AI que corría y no aIzaba los brazos a nuestra intimación le hicimos fuego, al que se asomaba a una ventana le hacíamos fuego; cuando nos tirotearon desde las chumberas respondimos con las ametralladoras. Pero eso fue todo.
– ¿Usted recibió estando en Casas Viejas, una orden telegráfica?
– Si, señor.
– ¿Qué decía?
– Que acabásemos rápidamente con lo de la casa de Seisdedos.
– ¿Conserva usted el telegrama?
– Se lo devolví a quien me lo entregó
-¿Y no es cierto que mandó usted razziar el pueblo?
– Es falso.
-Concretamente: ¿no registró usted las casas, no hizo prisioneros y los mandó fusilar en casa de Seisdedos?
-No, señor; es falso, es falso. Hicimos prisioneros, y los entregamos al juzgado.
– ¿Y por qué está decaído el teniente Artal?
– Ya lo estaba aquel día. Me lo encontré en disposición de meterse en la cama, y tuve que reprenderle dos veces.
Le repetí varias veces, y en distinta forma, la pregunta de los fusilamientos, y siempre contestó negando.
Después le he hablado en otro tono, más suave y menos directo. Se ha mantenido firme y tranquilo. Sólo un momento se ha emocionado: cuando afirmaba que habían sido duros, crueles.
No sé a cuándo aguarda el juez para llamar a este oficial e interrogarle a fondo, si, como dice el inspector de Tribunales, hay en el sumario declaraciones que hablan de fusilamientos».
Manuel Azaña. Diarios completos. Monarquía, República, Guerra civil. Barcelona, Critica, 2000, p. 737-738 (Extracto de día 1 de marzo de 1933)