Egeria: la primera mujer que dejó por escrito su peregrinaje a Tierra Santa

Hace mil seiscientos años, una asceta proveniente de Galicia –así lo creen los investigadores– llamada Egeria viajó hasta Jerusalén dejando sus impresiones por escrito en «Peregrinación a Tierra Santa» (Itinerarium Egeriae), un diario conservado hasta nuestros días. En su viaje pasa por Egipto, Mesopotamia, Asia Menor –actual Anatolia– y, por supuesto, Jerusalén, en donde reside tres años. Además, su libro no solo narra el trayecto, si no que describe con vivacidad la liturgia de los Santos Lugares, destacando, por ejemplo, los oficios de Semana Santa.

Poco se sabe de su vida: se le atribuye un origen gallego o leonés, ambos territorios de la antigua provincia romana de Gallaecia. Las primeras fuentes que hablan de ella son del siglo VI, por mano de san Valerio, un monje de Bierzo (León), quien afirma que Egeria proviene de “las más remotas orillas del océano occidental”, denominándola como beatissima Egeria. Otras indicaciones de la propia peregrina apuntan a este origen del norte de España. Además, es remarcable que al pasar por Edesa –actual Turquía–, el obispo la elogia por haber llegado “desde el otro extremo del mundo”.

Centrándose en lo humano, apuntando detalles y anotando sus impresiones, ella misma se describe como “un poco curiosa”. Se cree que debía formar parte de alguna comunidad religiosa pues su diario está dedicado a sus venerabiles sorores (‘venerables hermanas’), la “luz de mi vida” y/o “señoras mías”. Respecto a su identidad, algunos historiadores enlazan su figura con las familias nobles más importantes de la zona. A pesar de que ninguna de estas hipótesis se pueda confirmar, hay que tener en cuenta que tan sólo una persona de alta formación podría haber sido capaz de realizar tal viaje.

El camino

La parte conservada del Itinerarium comienza en el Sinaí a finales de 383. De ahí se dirige a Jerusalén siguiendo el camino que recorrieron los israelitas en el Éxodo. Desde Jerusalén visita el monte Nebo y la tierra al otro lado del Jordán, donde se encontraba la tumba de Job. Después de la Pascua comienza el viaje de retorno, vía Constantinopla, la “Nueva Roma”. Primero se dirige a Antioquía y desde allí se desvía para conocer Edesa y Harrán. De vuelta en Antioquía continúa su viaje hacia Seleucia, donde visita el martyrium de santa Tecla. Finalmente llega a Constantinopla hacia mayo o junio de 384. También se sabe que tuvo intención de visitar Éfeso.

La Peregrinación está plagada de datos topográficos y geográficos. Así, Egeria recoge noticias sobre las ciudades que visitó, los montes, los valles, las mansiones por donde pasó, los monasterios, las iglesias, las tumbas y las ruinas. Además, las descripciones de Jerusalén son admirables, ciudad en la que destaca la celebración de las fiestas religiosas y, en general, la comunidad de cristianos. Gracias al carácter de Egeria, el valor de su diario no recae solamente en su importancia histórica sino también en su propio relato por el que se capta la viveza de la Ciudad Santa.

Dentro de su libro, Egeria elige resaltar la figura de los catecúmenos, los cuales debían atender a las catequesis que impartía el obispo durante siete semanas, tres horas al día, acompañado de su padrino y madrina. Por fin, el catecúmeno recitaba el Credo ante el obispo el domingo de ramos, se bautizaba el Sábado Santo y recibía la primera comunión el Domingo de Resurrección.

En los oficios del Viernes Santo –por ejemplo–, Egeria va descubriendo cómo todos los fieles y los catecúmenos se unían, “sin faltar uno solo: mayores y menores, ricos y pobres, todos están allí presentes”. Así, se pasan la noche entonando salmos, rezando, leyendo el evangelio… estando en vela, hasta que ya por la mañana, volviendo desde Getsemaní a Jerusalén “todo el pueblo prorrumpe en tales sollozos, gemidos y lloros, que tal vez se oyen en la ciudad estos gemidos de todo el pueblo” y según les dice el obispo, finalmente pueden “ir a sus casitas y descansar un poco”, concluyendo la tarde del Viernes Santo en la que: “Es de admirar el sentimiento y llanto de todo el pueblo a continuación de cada lectura y oración. Nadie, ni grande ni chico, deja de llorar lo indecible durante estas tres horas en aquel día por lo mucho que el Señor sufrió por nosotros”.

Aunque parezca sorprendente, Egeria no era la única peregrina que llegaban desde tan lejos hasta Jerusalén: actualmente se conservan otros escritos, incluso de otras mujeres como Melania –también hispana–, que se atrevieron a hacer este viaje, no dejando de ser menos impresionante por ello.

Tomado de www.larazon.es

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