La ermita con columnas romanas y llena de tumbas de los siglos IV al XII
Ubicada sobre un pequeño montículo, en medio de la nada, entre campos de cultivo, a las afueras de la riojana localidad de Tricio -a dos kilómetros de Nájera, a treinta kilómetros de Logroño-, lejos de lo que pudiera parecer por su sencillez desde el exterior, Santa María de los Arcos no es una ermita más.
Sus orígenes se pierden en el tiempo y están rodeados de misterio. Las excavaciones arqueológicas realizadas han generado varias interpretaciones e hipótesis entre los especialistas. Según unos, fue originariamente un mausoleo romano perteneciente a un personaje aristócrata o adinerado de la antigua Tritium Magallum, situado junto a la calzada Vía Galiana, sobre el que se edificó el templo. Según otros, se trataría de un ‘martyrium’, el lugar donde se martirizó y enterró a varios mártires.
Sea como fuere, de lo que no hay duda es que fue un enclave de veneración y peregrinación desde el siglo III, en tiempos visigodos, musulmanes y cristianos. Fue consagrada en el siglo XII por Rodrigo de Cascante -obispo de Calahorra-, y apareció referenciada en el siglo XVI como dependiente del Real Monasterio de Santa María la Real de Nájera, lo que convierte el santuario en uno de los más antiguos de La Rioja y de España.
Nada más cruzar el portón de madera el viajero emprenderá un viaje en el tiempo. Paso a paso, caminará por una pasarela metálica que recorre la nave central de la ermita -de planta basilical y tres naves- hasta el ábside. Lo hará por encima, y rodeado, de decenas de tumbas y sepulcros antropomorfos de piedra, de diferentes formas y tamaños, todos ellos de época romana, visigoda y cristiana, de los siglos IV al XII. Algunos tienen singulares marcas de cantero talladas por cada una de las culturas que eligieron este lugar como descanso eterno.
A mitad de camino sobrecoge el bosque de gruesas columnas romanas ubicadas en dos filas, de piedras arenisca, que conservan las bases y fuste, acanaladas, así como los capiteles corintios. Estas columnas pertenecían al antiguo Foro romano de la ciudad de Tricio, de forma que fueron reutilizadas en este lugar. Sobre las mismas aparecen toscos arcos formeros de piedra de toba, unidos por una arquería, de donde deriva el nombre de la ermita, construidos por los visigodos en el siglo V. Arcos y arquería sobre los que, en el siglo XVII, se ubicaron grandes yeserías blancas en las que aparece el escudo de la Virgen de la Jarra o de las Azucenas -que de las dos formas se conoce y llama- de Nájera.
Las sorpresas no acaban aquí. Al llegar al ábside, donde se encuentra el altar mayor y una copia de la Virgen Negra de los Arcos de Tricio, en la columna derecha, se halla una lápida paleocristiana, la única que se conserva en tierras riojanas, de mármol de Carrara, del siglo III, donde aparece grabado un crismón y un nombre, ‘Tateca’. Y en el interior del mismo, bajo el altar, tres huecos, las posibles tumbas de los mártires a los que se dio culto y veneró, cubiertas por un musivario, un mosaico romano de figuras geométricas formado por decenas de teselas azules, rojas, marrones o blancos, uno de los pocos que se conservan en España, junto con el del mausoleo de la Catedral de Santiago de Compostela.
Los muros del ábside están parcialmente decorados con pinturas románicas, de estilo tosco y sencillo, del siglo XIII. Según algunos especialistas, repintadas sobre otras del siglo V; según otros, originales y relacionadas con las del llamado ‘Maestro de Pedret’ de la barcelonesa Iglesia de San Quirce de Pedret (Serchs). Lo cierto es que fueron descubiertas en 1979 al quitar el retablo que se ubicó en el siglo XVIII. Pinturas medievales únicas en La Rioja, que muestran una decoración geométrica en la parte inferior, y en la superior, escenas de la vida de Jesús como la entrada a Jerusalén, el Lavatorio, la Ultima Cena, el Prendimiento, la Flagelación y la Crucifixión. Falta el de la Resurrección.
El recorrido prosigue rodeando el ábside, y el presunto mausoleo romano vertical sobre el que se edificó la ermita, donde aparecen numerosas tumbas antropomorfas y estelas romanas utilizadas por los primeros cristianos y medievales en sus enterramientos, halladas durante las excavaciones.
La Ermita de Santa María de los Arcos no deja indiferente a nadie. Así que, amigo viajero, apunte entre sus destinos cuando viaje a La Rioja la localidad de Tricio, el que fuera asentamiento de los berones desde el siglo II a.C., después romano, que alcanzó esplendor con la producción y comercio de la arcilla y cerámica más exclusiva del Impero, la Terra Sigilata, y fue eje del Camino de Santiago. Allí encontrará uno de esos lugares, olvidados y desconocidos, a pesar de estar declarado Monumento Nacional desde 1978. Una humilde y sencilla ermita.
Tomado de www.abc.es