La verdad sobre la Inquisición: «Los objetos de tortura que se muestran en los museos son fraudes»

Fray Tomás de Torquemada, inquisidor general de 1478 a 1498, representa todos los vicios que la Leyenda Negra atribuye a los españoles. Fanático, traidor, cruel, ignorante… Los adjetivos nunca son lo bastante elevados a la hora de calificar a un personaje que, como ha descubierto el investigador Iván Vélez en «Torquemada: El Gran Inquisidor» (La Esfera de los Libros), nadie se ha molestado en historiar. Ni sus partidarios, si es que los tuvo, ni sus enemigos, que los tiene a montones, se han entretenido en respaldar con datos y hechos sus juicios de valor sobre este dominico cuya biografía transita desde hace seis siglos más por la ficción que por la historia.

«Se dan cuenta en mi editorial de que este año se cumplen seis siglos del nacimiento del inquisidor. Un aniversario que, por supuesto, ha pasado inadvertido y por el que me piden que haga una biografía. Mi sorpresa llegó cuando descubrí que apenas había nada escrito con rigor sobre este personaje histórico del que todo el mundo habla, pero sin saber», considera Iván Vélez, cuyos libros sobre Leyenda Negra le han convertido en una referencia sobre este fenómeno en la última década. Este arquitecto conquense comprendió que la gran parte de lo que creemos saber del personaje procede de autores del siglo XIX interesados en dar una visión tenebrosa de la historia de España y de la Iglesia. «Digamos que los ropajes negrolegendarios se colocan a Torquemada ya en el siglo XIX, no en su propio periodo».

En contraste con la inquisición medieval, nacida en Francia en 1184 para luchar contra la herejía de los cátaros, la Santa Inquisición española fue estructurada desde su origen, a finales del siglo XV, como un tribunal subordinado directamente a la Corona y concebida como un instrumento para acabar con los núcleos de judaizantes de Castilla, que hasta entonces habían permanecido inmunes a otras campañas represiva. Los Reyes Católicos fueron ampliando su uso a las otras regiones bajo su control y en 1478 situaron a Tomás de Torquemada, confesor de Isabel La Católica, como arquitecto de esta «expansión» peninsular. Sería durante esta etapa cuando se produjo el momento álgido en cuanto a persecución de falsos conversos.

«Ya habían existido otros inquisidores generales anteriores a Torquemada. Lo que él hace novedoso es sistematizar e introducir orden en un tribunal que no es un proyecto suyo, no es una iniciativa personal, sino una petición que llevaban reclamando distintas instituciones cristianas desde el reinado de Enrique IV en Castilla. Su etapa al frente del Santo Oficio se inscribió así en el momento álgido de la persecución y de las conversiones forzosas. Hay más actuación en esos años que nunca», afirma en una entrevista con ABC Vélez, que huye de etiquetar al dominico como «fanático» o «villano de la historia».

«Sabemos muy poco de él como ser humano, lo único en lo que se insiste es en su frugalidad y austeridad»

«Decir tal cosa sería como dar a entender que la inquisición nació por capricho suyo, cuando estamos hablando de una persona que estaba dentro de una orden regular, que ya de por sí le establecía unas normas de vida a seguir, y que debió moverse por un reglamento existente. No inventa nada en cuanto a la persecución de la herejía, solo reformula normas pasadas en un tiempo en el que la tolerancia religiosa, tal y como se concibe hoy, no existía», considera Vélez.

Más allá de los arquetipos, en su mayoría negativos, que se le atribuyen a su orden y a su persona, resulta un rompecabezas formar una biografía solvente del inquisidor más famoso de la historia. «Sabemos muy poco de él como ser humano, lo único en lo que se insiste es en su frugalidad y austeridad, que son cualidades o defectos que coinciden con la imagen de prácticamente cualquier dominico».

Sobrino de Fray Juan de Torquemada, también dominico, uno de los pocos datos que se conocen del inquisidor general es que tenía sangre conversa en sus venas y que alcanzó el cargo de prior, dignidad que conservó al menos hasta octubre de 1474, en el convento dominicano de San Pablo de Valladolid. Según revelan sus propios textos teológicos, Torquemada lo que buscaba con la inquisición y la expulsión de los judíos era una unificación de la fe. No era una cuestión de un individuo o un interés de la Corona para expoliar a los judíos, que para esas fechas representaban «muy poco peso económico en la península», como apunta Vélez.

La otra inquisición

La presencia multitudinaria de la Inquisición española en novelas, películas y leyendas no corresponde con el número de condenados a muerte, el ratio de acción y los procedimientos (más garantistas que otros tribunales del periodo) del auténtico Santo Oficio. «Tenemos la imagen de unos torturadores sádicos y eso de ninguna manera es así. Era un tribunal muy garantista para el periodo en el que nació, con posibilidad de recusación, protección de testigos, tortura totalmente reglamentada y, eso es verdad, con secreto de sumario debido a que en la comunidad judía existía la “malsinería” (la posibilidad de tomar represalias contra alguien que atacara su fe)», recuerda el autor de «Torquemada: El Gran Inquisidor» (La Esfera de los Libros).

Como señala Vélez, buena parte de los objetos de tortura que se muestran en los llamados museos de la inquisición, que saltean la geografía española y también la de Hispanoamérica, son «fraudes, cosas apócrifas, que nunca se usaron». El Santo Oficio tenía un manual de procedimiento que, salvo raras excepciones, estipulaba solo tres tipos de tortura: «potro» (correas que se iban apretando), «toca» (paño empapado que se introducía en la boca y sobre la nariz para crear una sensación de asfixia) y «garrucha» (colgar al reo de las muñecas con las manos atadas arriba o incluso a la espalda). Al inquisidor que se excedía en sus métodos o pusiera en peligro la vida del reo se le destituía sin más.

«Falta contextualizar lo que fue la inquisición y quién fue Torquemada. Suena muy polémico, pero hay que recordar que aquí no hubo guerras de religión como las que asolaron Europa precisamente como consecuencia de la actuación reglada de estos tribunales religiosos que buscaban la homogeneización», señala Vélez, que incide en que en España hubo «expulsiones en vez de matanzas», lo cual no es poco si de evitar muertes se trata. «Hay una cantidad de prejuicios gigantes. Es uno de los temas más polémicos que he tratado», detalla.

 

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