Noé y los héroes del Antiguo Testamento: por qué la Biblia es la mayor obra de literatura
La Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, es el libro más traducido de la historia. Mucho más que un libro de fe –que lo es para la devoción de millones de personas en todo el planeta–, la Biblia es una de las obras cumbre de la literatura universal. El libro más leído, más versionado, más rico, más polémico, más interpretado de todos los tiempos esconde tesoros inagotables. Desde su origen griego y hebreo, en un contexto histórico, religioso y cultural clave para la era axial, desde el 600 a.C. al 100 d.C.,,los textos que conforman la Biblia (el “libro”, del griego “biblion”, por excelencia) no ha dejado de ejercer una imparable fascinación: desde la Torá como núcleo judío, rico en mitos de los orígenes, leyendas y figuras heroicas acrecidas al calor de la destrucción del Templo en 586 a.C., hasta los dichos y hechos de Cristo y sus apóstoles, que permiten releer la tradición anterior en una nueva síntesis; la Biblia es el cuento de los cuentos, la historia de las historias. Las contiene a mares, de heroísmo, guerra, amor, de épicas inolvidables de viajes fabulosos, de ancianos legendarios, jóvenes sin par, mujeres poderosas y aventuras sin fin.
Así es en la Biblia hebrea, con el Génesis y toda su cosmogonía, luego con la historia de Moisés y la epopeya del pueblo judío en pos de la tierra prometida. Los reyes, profetas, sueños y batallas que se recogen son inmarcesibles. Y también la Biblia griega, los Evangelios, que sin duda conforman el mejor relato jamás escrito, con todos los argumentos básicos de la humanidad, entre mito, folclore, novela y fe. La Biblia es el género de los géneros, con épica, lírica, drama, tensión novelesca, relatos oníricos, visiones de todo tipo y apariciones de lo sobrenatural. Es historia, fe, mito, literatura y arte a partes iguales: no hay que dejar nunca de lado a sus héroes y su riquísimo imaginario. No hay que olvidar que muy pronto, pese al carácter anicónico de la religión judía, la nueva y exitosa secta que se constituyó, a partir de ella, en religión universal de lengua griega y política romana desde comienzos de nuestra era, puso un énfasis especial, heredado del mundo grecolatino, en el cultivo del relato a través de las imágenes.
La Biblia es, también, imagen de las imágenes. Su historia es la del arte que ha retratado a sus héroes y sus magníficos episodios. Desde Adán hasta José, el Génesis, gran relato fundacional cosmogónico como la “Teogonía” griega o el “Enuma Ellish” babilonio marca el comienzo de la peripecias de la humanidad con relatos hondamente realizados en el folklore como los hermanos Caín y Abel. La historia del diluvio, con Noé como protagonista, es repetida en innumerables latitudes, desde el Perú de Viracocha a la China del Río Amarillo o el poema de Gilgamesh. Se inserta en uno de los grandes motivos míticos universales, muy actual, por cierto: el del fin de los días, el apocalipsis o catástrofe cósmica que un día ha de asolar a la humanidad. El diluvio se asocia al exterminio de las pasadas edades o razas humanas. Tres de las primordiales, entre los indoeuropeos, las de oro, plata y bronce, que van siendo exterminadas en sucesión descendente hasta la humanidad actual, que es la edad del hierro, en “Trabajos y días” del griego Hesíodo, que introduce en el mito un ligero rayo de esperanza con la cuarta edad, la de los héroes. En el mundo hinduista de tiempo cíclico, nuestro hierro es la Kali-Yuga, mientras que en los mitos celtas hay que recordar las diversas razas que pueblan la isla hasta llegar a los milesianos, actual raza que puebla Irlanda, tras confinar a los inefables Tuatha de Danann a un submundo feérico como semidioses o démones hesiódicos. También hay cinco humanidades exterminadas en sucesión en el mito azteca de los cinco soles….
Y sin embargo Noé tiene una marcada personalidad en un ciclo propio, que ha sido retratado en recreaciones artísticas de todo tipo.. Ahora se publica un sugerente libro de José Joaquín Parra Bañón titulado precisamente “Noé en imágenes” (Atalanta), con una prolija selección de las mejores representaciones del arte antiguo, medieval y renacentista de la peripecia de este superviviente de la catástrofe. Además, Parra Bañón esboza un atractivo y personal comentario del imaginario mítico en torno a Noe, analizando sus diversas escenas míticas, los mitemas que componen su mito y que comparte, algunos, con otros mitos: desde el aviso y el proyecto del arca, de la que se ríen los circunstantes, hasta los diversos episodios del embarque, los animales, la familia de Noé, la navegación, el cuervo y la paloma, el desembarco y, finalmente, la creación de la nueva humanidad, con su curiosa conclusión en la embriaguez y la desnudez del patriarca antes de su muerte. También se examinan los diversos escenarios y, al fin, se ponen en contraste, como epílogo paradójico, con la historia de Jonás y la ballena. Pero el mayor mérito es, sin duda, reunir las casi doscientas imágenes de su rico mito, las arquitecturas a veces oníricas de la catástrofe de un Noé que flota en un arca inverosímil. Se diría un barco edificio, un gran crucero o transatlántico “avant la lettre”, perfilado fantásticamente en las iluminaciones de manuscritos, en los lienzos de la gran pintura europea o en los grabados que recoge este magnífico libro ilustrado. Se van deshojando los mitemas a la par que sus bellas ilustraciones, pues el mito es imagen también, lo que permite recorrer la iconografía de Noé a lo largo de las edades.
“Los héroes de la Biblia son guerreros, como Saúl o Josué, o inteligentes, como Noé o José”
Se podría hacer lo mismo con los demás héroes de la Biblia: habría que animar a otros autores a emprender la apasionante propuesta de Parra Bañón de historiar el Antiguo Testamento en imágenes. Piensen en la historia de Abraham, el gran patriarca, cuya generación (su sobrino Lot) también enlaza con la cíclica destrucción de la humanidad, esta vez con fuego después del agua, en Sodoma y Gomorra. O su hijo Isaac, sus nietos gemelos malavenidos, Esaú y Jacob, otra historia de rivalidad fraterna como la del Génesis, que engendra por fin la historia de Israel cuando Jacob, después de sus muchas peripecias astutas y oníricas y combativas, luche con el ángel y reciba el cambio profético-onomástico.
Los héroes de la Biblia son muy variados y responden a diversos arquetipos, los hay más guerreros, como Saúl o Josué, inteligentes y técnicos, como Noé o José, que llega a lo más alto gracias a su técnica de onirocrítica, y los hay fundadores de patrias como Moisés, que se parece mucho a Eneas, en pos de la tierra de promisión. La tipología es tan amplia que incluye al justo Salomón, al renuente Jonás, al forzudo Sansón o al poético David. Y eso por no hablar de los héroes sapienciales por excelencia, los profetas como Daniel y sus estelares interpretaciones de sueños y prodigios ante Nabucodonosor –como hiciera José ante el Faraón–, Elías y su combate arquetípico contra los profetas de Baal y su ascensión al cielo en un carro de Fuego, héroes invulnerables como Sidrac Misac y Abdenago en el horno…. Todos con una curiosa tipología que resiste a veces una clasificación clara. Son diversos momentos también del viaje heroico –como el rechazo a la llamada o la tentación a la que muchas veces sucumben–, famosos en el caso de Jonás, David y sus amores prohibidos. Si se estudia desde el punto de vista del ciclo del héroe o desde la tipología del folklore y su variedad narrativa, los héroes de la Biblia dan para muchas novelas: también están las variedades de argumentos como las dos o tres hermanas, los gemelos, el conflicto padre-hijo, como en el caso de David y Absalón, y otras muchas historias que darían para recreaciones sin fin, en novelas, arte y audiovisuales. Y de hecho, como es sabido, existe una gran serie de ficciones sobre el Antiguo Testamento, tanto en la literatura como en el cine o las series, que no podríamos abarcar aquí por entero. Si no, recuerden a Thomas Mann con “José y sus hermanos”, William Faulkner con “¡Absalón, Absalón!”, Joseph Roth y “Job” o José Saramago y “Caín”. Se podría pensar en su rica iconografía alusiva, que es inabarcable, y en sus versiones musicales y fílmicas. Pero, como apuntábamos, quizá la historia perfecta, la más conmovedora y el ciclo más completo, que cierra el círculo narrativo a la perfección con lo anterior, está en el Nuevo Testamento –que también tiene sus inagotables imágenes en la historia del arte y la literatura –una magnífica recreación literaria actual es “Yo soy Jesús” de Giosuè Calaciura (Periférica)–, por no hablar de la música de todas las épocas y el cine. Pero esa es otra historia, y otro artículo.
Tomado de www.larazon.es
Lo mejor es no verse en la tesitura de tener que ser un heroe o no. a nadie se le puede exigir ser un heroe.
Si hay que lanzarse al mar para salvar a alguien que se está ahogando, si hay que intervenir para detener una agresión o una violación o un robo…socialmente se «exije» que sea el hombre el que intervenga y no la mujer. Hay muchos más casos. Supongo que será consecuencia de la sociedad patriarcal, también.
La verdad es que estos comentarios míos pintan muy poco, o nada aquí. No se porqué los escribí.