Reyes Católicos: la dinastía que selló su destino con sangre para conquistar el mundo

«¿Dónde está ese judío hideputa que se nombra Rey de Castilla?», gritó Enrique de Trastámara aquella noche de marzo de 1369, justo antes de abalanzarse sobre su hermano Pedro en una de las tiendas de campaña apostadas en la ladera del Castillo de Montiel. El hijo bastardo y el legítimo, respectivamente, llevaban toda la vida enfrentados por hacerse con el trono castellano de su padre, Alfonso XI el Justiciero, fallecido a causa de la peste negra en 1350. Dos décadas de guerra sin cuartel para que, al final, todo se decidiera en un arrebato de odio que apenas duró un minuto.

«Corren el uno contra el otro para abrazarse en un choque que produce un ruido metálico. Los aceros destellan en la noche pálida. Los luchadores ruedan por el suelo con las dagas desenvainadas hasta que Pedro, Rey de Castilla, queda encima a punto de vencer, pero entonces el mercenario Bertrand du Guesclin toma partido por quien le llena los bolsillos de monedas. El francés pronuncia las palabras que, cual hechizo, habrían de poner fin a dieciocho años de guerra familiar, de llamas y barro en Castilla: ‘Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor’. Y Pedro cae al suelo tras la zancadilla del francés, al tiempo que Enrique le apuñala con insistencia», cuenta César Cervera (Candeleda, Ávila, 1988) al comienzo de ‘Los Reyes Católicos y sus locuras’ (La Esfera de los Libros).

Con este brusco ascenso al trono de Enrique II el Fratricida, el periodista de ABC y divulgador histórico inicia su viaje a través de la Casa Trastámara y de los detalles más curiosos y extravagantes que rodearon al imperio formado, un siglo después, tras la boda de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. «La llegada de los Trastámara al poder fue sangrienta y, dadas las muchas deudas y pleitos contraídos por la dinastía, mantuvo abierta una herida difícil de sellar. El mito dice que los Reyes Católicos terminaron con esa violencia, pero la realidad es que simplemente la canalizaron en su beneficio. La Castilla y Aragón de los Reyes Católicos siguió siendo una tierra muy peligrosa, como lo era esa época casi toda Europa, pero ellos tuvieron el acierto de usar esa fuerza para sus grandes empresas y para dar seguridad interna al país», explica el autor.

l 6 de enero de 1492, la multitud observó, entre el temor y la esperanza, cómo el estandarte real se elevaba sobre los muros de Granada

En ese momento floreció una dinastía, según apunta Cervera, «llamada a dominar durante dos siglos no solo Castilla, no solo España, no solo buena parte del Mediterráneo, ni siquiera los límites conocidos, sino el globo». Una de las dinastías más poderosas de la historia, en la que se mezclan personajes tan dispares como la Beltraneja, el Gran Capitán, Colón, Juan de Trastámara, el futuro Carlos I, Juana la Loca o la madre de Isabel la Católica, conocida como la ‘Loca de Arévalo’.

«Los Reyes Católicos y sus locuras»

«Cuando hablo de locuras, más allá de que Isabel era hija de una enferma mental y madre de otra –advierte el divulgador–, no lo digo porque fueran malos reyes o desquiciados, sino porque quiero poner el acento en sus extravagancias, como que el perfume favorito de la Reina se extraía del saco escrotal de un felino africano. También en sus contradicciones, como que los reyes más católicos de la historia cometieron infidelidades, falsificaron bulas, desviaron fondos de la Iglesia para sus propias empresas y, mientras prohibían usar tejidos lujosos a sus súbditos, ellos iban bordados de oro con incrustaciones de piedras preciosas. Tuvieron un reinado sin equivocaciones graves y muy beneficioso para los reinos españoles. En todo caso, tenían fantásticos cronistas, a los que aumentaron un 60% el salario respecto a sus predecesores, para que hoy recordemos únicamente los aciertos y rara vez los errores».

Tras abordar la historia de los Austrias y los Borbones en anteriores libros, con este Cervera pone el foco en los aspectos más desconocidos de Isabel y Fernando, «para sacarlos de las coordenadas tradicionales que suelen ocupar en el imaginario». Es decir, que «no se trata de una lectura negativa o positiva, sino diferente». Por eso profundiza en detalles tan curiosos, y menos tratados en los grandes manuales, como el llamativo acento portugués que tenía ella, que ambos combatieron al último reino musulmán de la península mientras vivían embriagados de las costumbres, vestimentas y gastronomía islámicas o en los desórdenes alimenticios que sufrieron todas las hijas del matrimonio.

Tomado de www.abc.es

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