Soy la prueba viviente del poder transformador de la educación
Mi familia fue asesinada antes de que yo aprendiera a atarme los zapatos. Cuando era un niño pequeño en Sierra Leona, pasé los años de mi infancia luchando en una guerra que no me pertenecía cuando deberían haber sido divertidos y libres de preocupaciones. Para mí, esa etapa fue una pesadilla; escapar de ella parecía algo eternamente imposible. Sin embargo, cuando la guerra terminó oficialmente, en 2002, comencé a encontrar formas de recuperarme. Una de las más importantes fue una oportunidad que no podría haber imaginado en mi calidad de enojado y analfabeto soldado de nueve años: la escuela.
Soy la prueba viviente del poder transformador de la educación. Gracias al trabajo arduo y a la buena suerte, logré graduarme de la escuela secundaria y luego de la universidad. Ahora, en solo unos meses, comenzaré mis clases de posgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Fordham, un destino inimaginable para la mayoría de los ex niños soldados de mi país.
Y, sin embargo, a lo largo de mi breve trayectoria educativa, siempre me ha causado inquietud una pregunta: ¿Por qué la suerte desempeñó un papel tan crucial? Al fin y al cabo, se supone que la educación es un derecho humano universal. Si solo fuera así de simple…
Hoy en día, más de 260 millones de niños no asisten al colegio y más de 500 millones que sí van, no reciben una educación de calidad, según los hallazgos de la Comisión Internacional para el Financiamiento de Oportunidades Educativas Globales. Hasta el año 2030, más de la mitad de los menores en edad escolar del mundo —unos 800 millones— carecerán de las habilidades básicas necesarias para prosperar o conseguir un puesto en el mercado laboral del futuro.
Abordar esto requiere dinero. Pero, si bien la educación puede ser la mejor inversión que un Gobierno puede hacer para garantizar un futuro mejor para su población, la financiación de la educación en todo el mundo es demasiado baja. De hecho, la educación representa solo el 10% de la ayuda internacional al desarrollo, frente al 13% de hace una década. Para poner esto en perspectiva, los países en desarrollo reciben anualmente solo 10 dólares por niño en la forma de apoyo a la educación global, apenas lo suficiente para cubrir el coste de un libro de texto. En una era en la que existen autos sin conductor y refrigeradores inteligentes, esta escasez de financiación es simplemente inaceptable.
Durante el transcurso de los últimos años, he realizado trabajos de cabildeo en representación de tres iniciativas globales de educación: la Comisión Internacional para el Financiamiento de Oportunidades Educativas Globales (Comisión de Educación), la Alianza Global para la Educación (GPE), y el Fondo la educación no puede esperar (ECW). Lo he hecho con empeño porque estas organizaciones están trabajando colectivamente con el mismo objetivo: recaudar fondos para lograr que una educación de calidad para cada niño en todas partes sea más que únicamente una cuestión de suerte.
Una de las mejores maneras de hacerlo es respaldando el Fondo Internacional de Finanzas para la Educación, una iniciativa liderada por la Comisión de Educación que podría desbloquear la mayor inversión global en formación jamás antes registrada. Los jóvenes de todo el mundo entienden lo que está en juego. El programa Jóvenes embajadores globales presentó recientemente una petición, firmada por más de 1,5 millones de niños de unos 80 países, al Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, en la que ellos solicitaban que la ONU respaldara este mecanismo de financiación.
Mediante el apalancamiento de aproximadamente 2.000 millones de dólares en garantías de los donantes, el mecanismo de financiación tiene como objetivo hacer que 10.000 millones de dólares en nuevos fondos estén disponibles para los países que más los necesitan. Si se adopta ampliamente, el programa podría hacer posible que los países en desarrollo brinden educación de calidad a millones de niños más, incluidos entre ellos los refugiados, las niñas y los ex niños soldado como yo.
Los políticos a menudo dicen que los jóvenes son los líderes del mañana. Es verdad; lo somos. Pero, los discursos que no están respaldados por el apoyo financiero no tienen sentido. En pocas palabras, el mundo debe unirse para financiar una educación de calidad para todos. El Fondo Internacional de Finanzas para la Educación —que ya cuenta con el respaldo del Banco Mundial, de los bancos de desarrollo regionales, de la GPE, el ECW y de numerosas agencias de la ONU— es uno de los mejores caminos para lograrlo.
Hace 20 años, la facultad de derecho era un sueño imposible de alcanzar para mí. Hoy, gracias al trabajo arduo, al apoyo global y a la buena suerte, mi futuro luce más brillante que nunca. Pero mi historia no debería ser una excepción. Para garantizar que otros puedan obtener una educación de calidad y seguir el camino que se ha abierto para mí, debemos eliminar la suerte de la ecuación.
Tomado de www.elpais.com