Así eran los corsarios vascos: comercio, tesoros, armas y abordajes
A lo largo de la historia los mares han sido escenario de muchas guerras en las que los corsarios, navegantes con licencia real para atacar naves enemigas, desempeñaron un papel crucial en la proyección del poder marítimo. En su libro ‘Reyes del Corso. Historia de los corsarios españoles’ (Desperta Ferro, 2025), la arqueóloga e historiadora Vera Moya Sordo reivindica la relevancia de los corsarios españoles. Un vistazo al índice onomástico del libro revela una presencia llamativa de nombres vascos en esta historia. No es algo casual. Los corsarios vascos destacaron por su destreza marinera, su audacia y su contribución esencial al dominio en los mares de la Monarquía Hispánica, desde el Mediterráneo hasta el Caribe.
El corso, como explica Moya, no era solo una forma de hacer la guerra en la mar, sino «una forma de vida» que combinaba riesgo, ambición y oportunidades económicas. A diferencia de los piratas, que operaban al margen de la ley, el corso -del latín cursus, «carrera»- estaba regulado por patentes reales que legitimaban los ataques a naves enemigas en tiempos de guerra. España fue pionera en institucionalizar esta práctica y la convirtió en una política de Estado, especialmente durante la Edad Moderna. Los corsarios españoles, a menudo comerciantes, armadores o contrabandistas, actuaban como escoltas de flotas, guardacostas y atacantes de naves rivales, sirviendo a los intereses de la Monarquía Hispánica en conflictos contra turcos, ingleses, franceses y holandeses.
Mientras Inglaterra y Francia adoptaron la práctica corsaria como complementaria, España la integró orgánicamente en su estrategia naval, especialmente en el siglo XVIII con ministros como José Patiño, Zenón de Somodevilla (marqués de Ensenada) y Julián de Arriaga. Esta institucionalización se reflejó en la creación de escuadras como la Armada de Flandes en Dunkerque y la Escuadra Real del Norte, liderada por guipuzcoanos.
Los corsarios vascos fueron pilares fundamentales de esta política. Desde la Edad Media, de puertos como Bilbao, Lekeitio, Portugalete, San Sebastián y Getaria salieron marinos que dominaban tanto la pesca como el comercio y la guerra naval. En el Golfo de Vizcaya, los corsarios vascos se enfrentaron a ingleses y franceses durante conflictos como la Guerra de los Cien Años (1337-1453) y la Guerra de los Ochenta Años (1568-1648). Moya destaca su versatilidad: construían y tripulaban galeras y navíos de alto bordo, participando en campañas mediterráneas, atlánticas e incluso americanas. Estos marinos no solo combatían, sino que, como observa la historiadora, actuaban como empresarios, gestionando redes de abastecimiento y movilizando recursos que sostenían las economías coloniales.
Estos son cinco de aquellos corsarios vascos.
Iñigo de Artieta
De Iñigo de Artieta (o Arteita) se sabe que pertenecía a una familia de comerciantes de Lekeitio y poco más en cuanto a su vida personal. Debió de nacer en la villa vizcaína a mediados del siglo XV y murió en algún momento entre 1503 y 1512. Sin embargo estuvo relacionado con hitos muy notables de la historia española. Así, fue nombrado el primer capitán general de la Armada de Bizkaia, cuya primera función fue escoltar la flota de Cristóbal Colón en su segundo viaje a su salida de Sanlúcar en 1493. Como esta misión fue cancelada, ese mismo año se encomendó a Artieta el traslado del último rey nazarí de Granada, Muley Bandeli (Boabdil), de Granada a Cazaza, en África. Parece que ceñirse a las normas no era su fuerte y realizó algunas salidas para corsear sin el permiso debido. Ese mismo año persiguió por su cuenta y abordó algunas carabelas portuguesas que habían capturado una nao vasca. «Sus aparentes faltas no hicieron menoscabo de su candidatura en el momento de su elección como capitán general de la Armada de Bizkaia», escribe Moya. «Tal vez fueron sus habilidades en el corso -haciendo frente y hasta venciendo a otros corsarios avezados- o su nao de gran tonelaje lo que convenció a los reyes de pasar por alto sus deslices».
Juan Cruz de Belefonte
Juan Pedro Cruz de Belefonte (1738-?) fue un armador y capitán nacido en San Sebastián, hijo de un irlandés afincado en la capital guipuzcoana. En 1762, durante la Guerra de los Siete Años, comandó la goleta La Gata, armada con dos cañones y doce pedreros, zarpando desde Pasaia con 60 hombres, mayormente guipuzcoanos. Su campaña en el Atlántico, entre abril y mayo, buscaba apresar naves enemigas británicas, pero no fue demasiado exitosa. Tras encontrar solo mercantes neutrales, navegó al Canal de San Jorge, cerca de Irlanda, donde capturó una balandra y un bergantín, además de realizar una razzia en Belicoton. A pesar de los riesgos, el botín fue escaso. Sin embargo, lo que hace memorables sus andanzas es su diario,descubierto en el Archivo General de Simancas, que destaca por sus ilustraciones. «Escrito a mano y preparado como si fuera un libro», es, sin duda, «un pequeño tesoro», dice Moya. «Su actividad corsaria no parece haber sido muy fructífera». Sin embargo, da la impresión de que enviara su diario como informe al ministro, con dedicatoria al rey, con el fin de conseguir su atención y, tal vez, un empleo en el real servicio.
Vicente Antonio de Icuza
Natural de Renteria, en Gipuzkoa, Vicente Antonio de Icuza y Arbaiza (1737–1785) fue un destacado corsario y marino que navegó al servicio de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas. Hijo de un médico, se enroló a los 20 años en un guardacostas caribeño. En 1762 «cayó preso de los ingleses cuando navegaba de regreso a España tras unas campañas de corso que había desplegado en Venezuela como capitán de la Compañía de Caracas. Se lo llevaron a Jamaica y allí lo retuvieron como prisionero durante un año, donde, al parecer, le dieron buen trato, hasta que, con la firma de la paz, pudo recuperar su libertad. Ningún otro inconveniente impidió que enseguida se reincorporara a sus deberes habituales». En 1765, obtuvo una patente de corso y comandó la balandra Nuestra Señora de Aránzazu, capturando más de 100 navíos, sobre todo contrabandistas ingleses y holandeses, entre 1767 y 1778.
En 1771, asumió el mando general de las embarcaciones corsarias de la Compañía, destacando por su habilidad táctica, como en 1772, cuando repelió un ataque combinado de piratas holandeses, ingleses y daneses en Puerto Rico. En 1782, ingresó en la Real Armada, sirviendo como teniente coronel en Caracas y comandante en Cartagena de Indias. Murió en 1785 en Santa Marta tras un ataque indígena.
Pedro de Garaicoechea
De padres vasco navarros y bilbaíno según Vera Moya, Pedro de Garaicoechea y Ursúa (muerto hacia 1766) fue un destacado corsario, marino y armador, activo durante la Guerra del Asiento, también conocida como la Guerra de la oreja de Jenkins (1739-1748). Proveniente de una familia con tradición marítima y militar, su tío Juan de Garaicoechea fue almirante del Galeón de Manila. Desde 1726 a Pedro de Garaicoechea «se le ubica navegando un aviso en conserva de la escuadra guardacostas de Clavijo, en persecución de embarcaciones neerlandesas en aguas panameñas». Durante la Guerra del Asiento operó en el Caribe como capitán de la fragata La Galga y el paquebote El Diligente, capturando dieciséis navíos ingleses y dos holandeses bajo patente de corso.
De sus capturas «obtuvo un tesoro de seiscientos esclavos negros, cien prisioneros, azúcar, algodón, pimienta, jengibre, sal, carne salada, aguardiente, ron, vinos, tablones de pino, ladrillos, armas diversas entre cañones, pedreros, escopetas, pistolas y sables, así como con miles de pesos en moneda y marfil». En 1748, participó en la batalla de La Habana con la Flota Real del Atlántico, enfrentándose al británico Charles Knowles. Tras su carrera corsaria, se estableció en Cádiz en 1765.
Tomado de www.elcorreo.com
