El declive de la Educación: «Hay chavales que llegan a la Universidad sin haber escuchado nunca un no»

«Hay chavales que llegan a la Universidad sin haber escuchado nunca un no».

Esta frase la pronunciaba el catedrático Marino Pérez durante su ponencia en el Congreso sobre la Ley Trans donde ponía también de manifiesto «el declive del debate en la Universidad» donde «el desacuerdo ya no existe porque ha quedado sustituido por el sentirse ofendido».

Los sentimientos por encima del conocimiento. Este es el pilar, de las últimas leyes educativas que están haciendo mella en la madurez del alumnado. Para el catedrático, Daniel Arias Aranda, en su clase, el infantilismo académico es la tónica desde hace más o menos una década. Sin embargo, empezó a notarse aún más durante la pandemia cuando daba clase frente a decenas de pantallas en negro porque «los alumnos no encendían la cámara».

Una falta de respeto que se trasladó a las aulas en cuanto volvió la presencialidad. Hace tiempo que no admite trabajos escritos porque rara es la vez que son originales. «Priorizo la exposición oral y ese año por primera vez cuando un grupo terminaba de exponer, se marchaba. De tal manera que llegaba un momento en el que yo me quedaba sólo con el último grupo que exponía», cuenta Daniel.

Esa fue la gota que colmó el vaso y que le llevó a escribir una carta abierta en Linkedin que no tardó en hacerse viral navegando entre el apoyo de la comunidad educativa y las críticas enfervorecidas de alumnos y padres. El encabezado era demoledor para un profesor. Rezaba así: «Querido alumno universitario de grado: Te estamos engañando».

Los padres helicóptero

En el texto desgrana todas las situaciones que los docentes universitarios y de postgrado viven en su día a día. «Se han presentado madres y padres en mi despacho y en el de varios compañeros a las revisiones de notas de sus hijos. Empieza a ser un problema esto de los padres helicóptero. Cuando ya cumplen 18 años, el helicóptero debes aterrizarlo», sentencia.

De esto precisamente hablaba también Marino Pérez en la misma ponencia en el Congreso: «Ahora son los padres los que tienen miedo de los niños, no vayan a rechazarlos o no vayan a traumatizarse. Entonces ahí tienes a los padres: Adulando y diciendo que sí a todo», lo que interfiere directamente en la tolerancia a la frustración del individuo.

Daniel rememora cuando empezó a dar clase en Dirección Estratégica de la Empresa allá por el 97: «No recuerdo haber estudiado más que entonces. Tenía 524 alumnos y el nivel de las preguntas era altísimo». Hoy sigue impartiendo la misma asignatura pero tiene suerte si la asistencia llega al 30%.

Él forma a los futuros directivos. Pero en su aula ha tenido que separa a gente en clase por hablar, recriminar el uso del móvil, e incluso lidiar con la excusa más manida para no entregar a tiempo los trabajos: «Te mandan un email y te dicen que se han peleado con los compañeros del grupo y que no va hacer el trabajo. Cuando tú sales al mercado del trabajo no eliges con quién trabajas y te toca gestionar el conflicto»

Una situación que se traslada también a los estudios de postgrado y doctorado como los que imparte el profesor Sergio Trigos. «Ya han terminado la Universidad y no están acostumbrados a respetar las fechas de entrega. Se pasan los plazos no por días, si no por semanas. Te dicen que han tenido problemas en casa o en el trabajo y que le solventes tú la situación»

La Ley penaliza al profesor

Esto ocurre incluso en carreras como magisterio; entre los que serán los profesores del mañana. Todos los expertos consultados ven un problema en la sobre titulación de hoy en día: Los alumnos acuden a la universidad, en muchos casos, «por hacer algo».

Proliferan los dobles grados en los que sobran los nombres de carreras rimbombantes pero falta conocimiento. Por no mencionar un sistema rígido que dificulta compatibilizar los estudios con un trabajo y ante el que no hay lugar a la equivocación. Daniel propone una pasarela educativa «en la que puedas cambiar fácilmente de titulación o incluso acceder a la FP»

En su carta cuenta cómo los exámenes parciales se han convertido en un arma de supervivencia de la Universidad; sencillamente porque las nuevas leyes educativas penalizan al profesor y no al alumno. «Si yo volviera a la rigurosidad de cuando empecé a dar clase, suspendería el 90% de mis alumnos. Y entonces la Universidad me mandaría un estadillo en el que me diría que estoy muy por debajo de la media en relación al éxito escolar». Una evaluación de la que depende también la financiación del departamento.

Al final, un sistema, que acaba contagiando a los docentes la poca motivación de los alumnos.

En leggings al trabajo

La vestimenta es tema aparte. Algunos se presentan a sus prácticas laborales o a entrevistas de trabajo en chándal o leggings, con la soberbia además de rebelarse si alguien aconseja utilizar una vestimenta profesional. Daniel ha osado alguna vez: «En la empresa hay un código de conducta y tú lo sabes. Entonces no me digas «yo visto como me da la gana». Pues viste como te dé la gana, yo miraré para otro lado y te diré: «Lo estás haciendo muy bien, chaval»».

«No enseñamos, engañamos», asegura Arias en esa carta mientras ve cómo el ambiente de instituto en la Universidad, se traslada a los entornos laborales. Primero, en las prácticas. Después lo hará en los despachos de los directivos a los que sustituirán en el futuro los alumnos de Daniel. Y con ellos, quizá también las madres, a colocar los cuellos de las camisas que les han planchado en casa o a hacerles el nudo en la corbata.

Tomado de www.libertaddigital.com

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