Las atrocidades de las legiones romanas de Escipión en Hispania.

Publio Cornelio Escipión, el posterior ‘Africano’, arribó a Hispania en el 210 a.C. al frente de dos legiones. Lo hizo en un momento crítico; su padre y su tío, Publio y Cneo, se habían dejado la vida un año antes mientras intentaban poner coto a los cartagineses afincados en la península. Ahora le tocaba a él recoger el testigo. Sobre sus 28.000 infantes y 3.000 jinetes recayó la responsabilidad de combatir a los ejércitos enemigos que se hallaban en Iberia: dos en Lusitania a los mandos de Magón y Giscón, y uno en Carpetania, liderado por Asdrúbal. Eran palabras mayores, pero aquella tierra, la nuestra, era el corazón de los desvelos de la República.

El general romano fue paso a paso; lento pero sin pausa. Tras dirigir a sus legionarios hacia los cuarteles de invierno de Tarraco (Tarragona), hizo un diagnóstico casi perfecto de la situación que se presentaba ante sus narices. Los enemigos contaban con muchos más hombres, cierto, pero estos estaban separados también en tres ejércitos muy alejados entre sí. Además, los púnicos habían cometido el error de apartarse demasiado de la que era su joya en la Península Ibérica: Carthago Nova. Aquella urbe de altos muros que el historiador clásico Tito Livio definió en sus escritos como el centro del mundo cataginés; la grandiosa «capital de Hispania».

Cual francotirador paciente, Publio Cornelio Escipión escogió presa: Carthago Nova. La lógica no era mala. Si llevaba a cabo una suerte de primigenia ‘blitzkrieg‘ –guerra relámpago– contra el mismo corazón cartaginés, obtendría un premio triple: la conquista de la ciudad, la decapitación de la hidra púnica –ya sin madriguera en la que esconderse– y, con un toque de favor de la diosa Fortuna, el abandono de las armas de los pueblos hispanos aliados de los africanos. Ambicioso, pero no por ello imposible. El historiador clásico Polibio (nacido en el 200 a.C.) describió de esta guisa sus planes en el que fue su ensayo magno, ‘Historias’:

Según Plutarco y Dion Casio, si las vestales mantenían relaciones sexuales eran introducidas en una celda bajo tierra junto a un candil y una hogaza de pan en espera de la muerte

«Se instruyó muy minuciosamente desde el cuartel de invierno por los prisioneros de todo lo concerniente a Cartagena. Supo que era la única plaza casi de Hispania que tenía un puerto capaz para una escuadra y una armada naval; que se hallaba cómodamente situada, tanto para venir de África, como para pasar del otro lado; que era el almacén del dinero y equipajes de todos los ejércitos, y que allí se guardaban los rehenes de toda Hispania. Y lo que era más importante, que sólo defendían la ciudadela mil hombres de armas, por no haber ni la más leve sospecha de que, dueños los cartagineses casi de toda Hispania, se le pasase siquiera a alguno por la imaginación ponerle sitio».

Primeras locuras

El golpe de mano se perpetró en el 209 a.C., un año después de su llegada. Escipión lideró el ataque acompañado de tres soldados que, con sus broqueles, le cubrieron de los continuos disparos del enemigo. El ataque se llevó a cabo desde el mar y, a golpe de altas escalas, desde tierra. La tenaz resistencia de los cartagineses se vio superada por la experiencia de las legiones romanas y por la ingente cantidad de efectivos que el general había traído consigo. El golpe definitivo lo dieron los soldados que fueron enviados por el este, a través de un pantano. La urbe cayó en una jornada. El problema fue que, después, comenzó la barbarie. Así la describió Polibio:

«Escipión, cuando ya le pareció que habían entrado los suficientes, destacó la mayor parte contra los vecinos según costumbre, con orden de matar a cuantos encontrasen, sin dar cartel a ninguno ni distraerse con el saqueo, antes que se diese la señal. En mi opinión, obran así por infundir terror. Por eso se ha visto muchas veces que los romanos en la toma de las ciudades, no sólo quitan la vida a los hombres, sino que abren en canal los perros, y hacen trozos los demás animales; costumbre que en especialidad observaron entonces, por el gran número que habían capturado. Tomada la ciudadela, se dio la señal para que cesase la carnicería y se entregaron al saqueo».

A cambio, el historiador Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña sostiene en ‘Imperios de crueldad, La Antigüedad clásica y la inhumanidad‘ que ‘el Africano’ supo ganarse el cariño de los supervivientes en las jornadas siguientes. Mientras los tribunos repartían entre los legionarios los despojos que habían obtenido del saqueo, el general reunió a los supervivientes –algunos de ellos, íberos– y les ofreció la libertad a cambio de su adhesión a Roma. A la par, hizo llamar a tres centenares de niños que habían sido tomados como rehenes y les colmó de regalos: joyas para las chicas, puñales para los chicos. «Este episodio y otros similares son parte de una cuidadosa estrategia que combinaba el horror de la masacre con la clemencia para ganarse a los ciudadanos de Iberia», añade el experto.

Legiones romanas el Iliturgis

Escipión, lejos de amilanarse, replicó esta barbarie en sucesivas actuaciones a lo largo de toda la península. Siempre en palabras de Rodríguez, fue especialmente cruel con las urbes que rechazaban su alianza con la República romana y se declaraban leales a Cartago. El caso más sangrante, y nunca mejor dicho, fue el de Iliturgis. Tito Livio narra que el general no tuvo piedad. Tras conocer que sus habitantes habían traicionado a la ‘urbs’ y habían llevado a la muerte a muchos soldados de Roma, sometió a la plaza a un duro asedio que culminó con una matanza masiva de hombres –armados y desarmados–, mujeres y niños.

Tras acabar con toda la población, prendió fuego a las viviendas. Su objetivo no era otro que borrar la urbe de la faz de la tierra y acabar con su memoria. Y lo habría conseguido de no ser por el ensayo del historiador romano. Según recogió Tito Livio, aquella barbarie no fue casual; la matanza fue premeditada por un Escipión que perdió la poca paciencia que le quedaba cuando observó que los hispanos habían cerrado las puertas de Iliturgis y se habían aprestado para la defensa. El discurso que dio a sus legionarios romanos no deja ni un ápice de duda:

«Los hispanos, al cerrar sus puertas, han demostrado cuánto merecen el castigo que temen. Debemos tratarlos con mayor severidad de la que usamos con los cartagineses; con estos últimos luchamos por la gloria y el dominio, con apenas algún sentimiento de ira; pero a los primeros hemos de exigir la pena correspondiente a su crueldad, su traición y por asesinato. Ha llegado el momento de que venguéis la atroz masacre de vuestros camaradas de armas y la traición tramada contra vosotros mismos, si os hubiese llevado allí la huida. Dejaréis claro para siempre, con este horrible ejemplo, que nunca nadie deberá considerar maltratar a un soldado o a un ciudadano romano, independientemente de cuál fuera su situación».

Apiano también deja constancia de la matanza perpetrada por Escipión, aunque él la denomina Ilurgia: «A causa de su traición, Escipión la destruyó llevado por la cólera en cuatro horas». Este historiador explicó que la furia del romano era tal que, a pesar de que fue herido en el cuello, no quiso retirarse a descansar hasta que consiguió la victoria y todos los hispanos fueron asesinados. «Y el ejército, por su causa, sin que nadie se lo ordenara, dejando de lado el saqueo, dio muerte por igual a mujeres y niños hasta que redujeron la ciudad a sus cimientos», escribió. Hasta tal punto fue así, que en la actualidad todavía no se ha logrado hallar su ubicación exacta.

Astapa

La barbarie fue eficaz desde el punto de vista práctico. Y es que, la vecina ciudad de Cástulo se rindió sin presentar batalla después de recibir las tristes noticias arribadas desde Iliturgis. En favor de Escipión habría que señalar que se mostró magnánimo con parte de sus ciudadanos y prisioneros. Y que hizo lo propio con la tribu de los ilergetes a pesar de que se habían cambiado de bando. Rodríguez es partidario de que no hubo proporcionalidad, sino que el general actuó cual ‘imperator’, de forma absolutamente subjetiva y sin órdenes concretas del Senado.

Con todo, y como bien recogió Tito Livio, también generó otro tipo de reacciones más escalofriantes en plazas como Astapa, asediada por su lugarteniente Marcio. Después de que su ejército fuese derrotado por las legiones romanas, los ciudadanos se suicidaron. La sola idea de caer en los tentáculos de Escipión y sus generales y, por descontado, las tácticas terroristas de la República, les empujaron a ello:

«Una carnicería horrible tuvo lugar en la ciudad, donde una multitud débil e indefensa de mujeres y niños fue masacrada por su propio pueblo; sus cuerpos fueron arrojados, aún convulsos, a la pira encendida, que casi llegó a extinguirse por los ríos de sangre. Y por último de todo, los propios hombres, agotados por la penosa masacre de sus seres queridos, se arrojaron sobre las armas con todo en medio de las llamas. Todos habían perecido para el momento en que los romanos llegaron a la escena. En un primer momento se quedaron horrorizados ante tan espantosa visión; pero al ver el oro y la plata fundida que fluía entre el resto de cosas que componían la pila, la codicia propia de la naturaleza humana los impulsó a tratar de arrebatar lo que pudieran sacar del fuego».

Tomado de www.abc.es

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