Las señoras que gobernaron Bizkaia: una historia que merece ser novelada
Hace más de dos años comencé a escribir Olvidado Temor de Dios, una novela histórica en la que narro la vida de doña María Díaz I de Haro y los primeros años como señora de Bizkaia de su nieta: doña María Díaz II. Hubo varias razones que me empujaron a iniciar este proyecto, pero principalmente porque ya tenía escrita pero no publicada la novela El Mar de los Renegados, en la que hablo de los hechos inmediatamente posteriores al gobierno de doña María Díaz II, y pensé que sería extraordinario escribir los sucesos anteriores y también posteriores, creando la que he llamado La Trilogía del S. XIV.
Lo que me sorprendió a medida que me documentaba sobre estas señoras, es que ambas fueron víctimas de los conflictos heredados de sus antepasados. En el caso de doña María Díaz I, fue la ambición de su padre, don Lope Díaz III, la que la llevó a casarse con el infante don Juan de Castilla, hermano del rey don Sancho IV, al que no tengo reparos en denominar como uno de los personajes más pérfidos de su tiempo. Dos trágicos sucesos pronto la convirtieron en señora de Bizkaia, un cargo para el que no estaba destinada ni había sido preparada.
El primero, el asesinato de su padre, el cual fue muerto en Alfaro en 1288 al sentirse retenido por el rey don Sancho IV e intentar apuñalar al propio monarca al grito de: “¿Presos? ¿Cómo? ¡A la merda!”; El segundo, la muerte de su hermano mayor, don Diego López IV, el cual “era mancebo que todo el día andaba trabajando de muy malos juegos, en guisa que tomo tan gran afán con ellos, que fue ocasión de haber muy gran dolencia, de que murió”. Efectivamente, se ve que el tal don Diego era de los que preferían hacer el amor y no la guerra, pero al parecer no con las personas adecuadas.
Pero sus primeros años en el Señorío apenas fueron efectivos, pues tras el asesinato de su padre ella fue llevada a Navarra, territorio neutral en el que permaneció custodiada y al margen de las tramas y luchas entre su linaje y la Corona castellana. Toma entonces relevancia la figura de su tío, otro don Diego López, quien sería el quinto de su nombre en gobernar Bizkaia y reconocido principalmente por la fundación de la villa de Bilbao. Este ricohombre acudió a Aragón al tiempo en el que moría su sobrino y fue el encargado de emprender las hostilidades contra don Sancho, atacando y saqueando las comarcas y villas fronterizas con Aragón de la actual Castilla la Mancha, como Huete y Cuenca.
Estos sucesos y la enemistad con los principales linajes de su reino, incluyendo a su propio hermano, el infante don Juan, sin duda agravaron unas dolencias que Sancho IV arrastraba desde hacía años y por las que incluso había sido desamparado tiempo atrás por sus físicos, falleciendo en el año 1295. Su muerte dejaba un niño como heredero de los reinos y, por tanto, un escenario incierto en una Corte repleta de conjuras y carroñeros. Esa situación fue aprovechada principalmente por don Diego López, cuya buena relación, tanto con el rey de Aragón como con los descendientes de la poderosa familia de los Lara: Nuño Gonzales y Juan Núñez, que eran sus sobrinos, le otorgó una posición de fuerza con la que usurpó el señorío de Bizkaia a su propia sobrina.
El nuevo status de don Diego López V el Intruso le permitió incluso “chantajear” al nuevo rey castellano, el menor de edad don Fernando IV y a su madre, la reina doña María de Molina, exigiendo el pago de cien mil maravedís al contado y mil diarios para “no partirse de su servicio” o, lo que es lo mismo, no apoyar en el trono de Castilla a un antiguo aspirante, el nieto del rey don Alfonso X, don Fernando de la Cerda.
Doña María Díaz inició entonces un proceso judicial contra su tío, el denominado Pleito por Bizkaia por el que reclamó incansablemente su derecho a gobernar el Señorío. Un tortuoso camino en el que, por ser mujer, debió ser representada por su marido, al que ella misma, según exigía el Fuero de Castilla, tuvo que nombrar personalmente como su procurador en Cortes. En este pleito, al que dedico un capítulo de la novela, doña María contó con varias propuestas para que renunciara a gobernar Bizkaia. Una de ellas le llegó en el año 1305, cuando, según se dice en la página 149, capítulo XI, de la Crónica del rey don Fernando IV, recibió por boca y mediación de su esposo una oferta del rey castellano, que consistía en otorgarle los territorios de Gipuzkoa, San Sebastián, Hondarribia y Salvatierra en Álava “por cambio de Vizcaya, y que le entregase todos los otros lugares que le avia dado, según lo ha contado la historia; é Doña Maria Diaz le respondió que esto nunca lo faria, que como quier que le davan á Guipúzcoa que si le diesen diez tales como Guipúzcoa é demás quanto valiese Vizcaya encima, que non lo tomaria ni dexaria la demanda de Vizcaya en ninguna manera, que antes querría atender quanto Dios quisiese para demandar lo suyo, que no recibir por cambio de ella ninguna cosa que le diesen”. También se añade a continuación la valiosa y perturbadora información de que, el infante, su esposo “trabajó mucho con ella y la afincó más de cuanto debiera, pero nunca la pudo tirar de esta porfía en ninguna manera por cosa que le dijese ni le hiciera”.
¿Nos traslada esta crónica un posible maltrato físico y psicológico del infante don Juan a doña María, a pesar de su hidalguía, para que renunciara a Bizkaia en favor de otros territorios? Ese y muchos otros asuntos que, por controvertidos, no suelen tratar los libros de historia, artículos en publicaciones especializados ni enciclopedias, son los que yo muestro sin censura en esta novela. Es lo que yo denomino “la letra pequeña de la historia”; aquello que realmente nos muestra el alma de una época y unos personajes que no pueden ser descritos con cifras macro ni generalidades. Porque la historia de la humanidad es justamente eso: pasión, celos, odio, envidia, avaricia, fanatismo, crueldad, amor, compromiso…
in embargo, hoy en día parece grosero o poco profesional tratar estas motivaciones, sobre todo en el ámbito de la enseñanza reglada. Y es que, en el afán por poder cuantificar el conocimiento adquirido, el sistema educativo ha desvirtuado ese principio y arrinconado las emociones, convirtiendo la historia en una sarta de nombres, fechas y números totalmente estériles que deben hacer gala de una exquisita objetividad; una imparcialidad aséptica que no atente contra ninguna sensibilidad ni se pueda acusar al docente de revisionismo ni manipulación ideológica.
Regresando a nuestra protagonista, finalmente se llegó al acuerdo de que doña María gobernaría Bizkaia tras la muerte de su tío, sentencia que fue aprobada en Cortes y confirmada por los propios protagonistas en Juntas en Gernika ante los hijosdalgo y representantes de las aldeas y villas vizcainas. Ese luctuoso hecho acontecería a principios del año 1310, siendo a partir de esa fecha la segunda ocasión en la que doña María Díaz I alcanzó el gobierno del Señorío, iniciándose un periodo todo lo próspero y pacífico que pudiera esperarse de una tierra dividida en bandos y cuyas familias no desperdiciaban ocasión de cobrar venganza por afrentas o muertes del pasado.
Tras, aproximadamente, una década al frente de Bizkaia, doña María renunció al Señorío en favor de su hijo, don Juan el Tuerto, el cual había sido nombrado tutor del nuevo rey castellano don Alfonso XI junto con otros dos nobles, uno de ellos, el infante don Felipe, tío del monarca. Los sucesos ocurridos entre estos señores son profusos y merecen la lectura sosegada que solo puedo recomendar a través de mi novela, pero baste decir que provocaron la muerte del señor de Bizkaia en la villa de Toro en noviembre del año 1326, por orden del mismo rey don Alfonso.
Y fue este homicidio el que llevó a doña María Díaz I a regresar una vez más al gobierno del Señorío, mientras que su nieta, una huérfana de seis años llamada también doña María Díaz, y que sería la segunda de su nombre en gobernar Bizkaia, era exiliada y llevada a Bayona por su aya, doña Teresa de la Sierra, por miedo a posibles represalias.
Don Alfonso XI comenzó a llamarse entonces en sus escritos “señor de Vizcaya” aunque, como reconoce su propia Crónica ocho años después, en la página 263, capítulo CXXXVI: “Como quier quel Rey oviese enviado á Vizcaya sus omes et sus cartas, et se llamase Señor della; pero nunca avia entrado en esa tierra, nin la tenia apoderada, nin otrosi los de las villas non le recudian con ninguna cosa de las rentas et los castiellos estaban todos por Dona Maria mujer de Don Joan Nuñez”.
Lo que ocurrió a partir de entonces, en 1334, involucró tanto a doña María Díaz I, la cual ya había abdicado en favor de su nieta, como principalmente a la propia doña María Díaz II, siendo la culminación de un proceso enquistado durante generaciones que parecía condenado a resolverse únicamente por la fuerza de las armas. Fue una suerte de guerra civil con todas las miserias, pero también los sucesos esperanzadores que solo pueden darse en ese tipo de conflictos y que, como no podía ser de otro modo, son narrados en esta novela con todo lujo de detalles.
En esta obra llevo al lector a conocer los sucesos en su forma más cruda, sin ornatos que los camuflen ni adobos que los endulcen; con todas las licencias lógicas que se esperan del género de ficción, pero siendo fiel a las fuentes primarias y ofreciendo una información veraz combinada con un escenario y entorno en el que las pasiones y el romanticismo toman el control por encima de la razón. Porque hoy en día tenemos más cerca que nunca la información, pero, al mismo tiempo, estamos más alejados que nunca de la realidad. Solo el valor para conocer puede acercarnos mínimamente a algo que podamos llamar verdad. Humildemente, yo he intentado hacerlo con respecto a doña María Díaz I de Haro y su nieta doña María Díaz II, en la novela Olvidado Temor de Dios.