¿Por qué fusiló Franco a su inseparable primo hermano durante la Guerra Civil?
Según contaba Pilar Jaraiz, conocida como la «sobrina roja del general Franco», en su libro «Historia de una disidencia» (Planeta, 1981), Francisco Franco y Ricardo de la Puente Bahamonde «eran más hermanos que primos, pero de adultos se habían agudizado sus diferencias ideológicas. Franco lo había sustituido de su puesto durante la revolución de Asturias en octubre de 1934. Y en una de sus muchas discusiones, este le llegó a exclamar: “Un día voy a tener que fusilarte”». Y así ocurrió: el 4 de agosto de 1936, apenas dos semanas después del comienzo de la Guerra Civil, era ejecutado por su primo golpista.
La abogada y escritora nacida en Ferrol en 1916, y fallecida en Barcelona en 1996, había conocido la buena relación que mantuvieron el futuro dictador español y su primo hermano durante su infancia. Tan solo se llevaban tres años y compartieron muchas horas de juego en las calles de Ferrol a comienzos del siglo XX, mientras la madre del primero, María del Pilar Bahamonde, y su hermana Carmen vigilaban a sus dos hijos y otros ocho chiquillos más.
Antes de que Franco diera su conformidad para su ejecución el 4 de agosto de 1936, su inseparable primo también había entregado su vida a España y al Ejército. Nació también en Ferrol en 1895. Y al igual que Franco, cuyo progenitor fue capitán de la Armada e intendente general de la Marina, De la Puente Bahamonde recibió igualmente una fuerte influencia de su padre, marino de guerra. A los 16 años, de hecho, ya había ingresado en la Academia de Ingenieros de Guadalajara y, en 1915, ascendido a teniente. Ese año se fue a servir al Regimiento de Ferrocarriles hasta 1918.
Amor al Ejército
En 1920, en la misma época en la que su primo Francisco se convertía en el jefe de la Primera Bandera de la Legión y lugarteniente de Millán-Astray, Ricardo pasaba a la Comandancia de Ingenieros de Larache y era ascendido a capitán. Y al igual que este, en la vida militar de De la Puente Bahamonde también hubo un periodo de permanencia en las unidades indígenas, con los que realizó varias operaciones en la Guerra de Marruecos antes de regresar a la Península.
En febrero de 1924, el primo de Franco recibió un curso de observador de aeroplano. Desde ese momento, su carrera militar estará ligada a la aeronáutica, siendo destinado a las escuadrillas expedicionarias de Marruecos, mientras el futuro jefe de Estado continuaba con su exitoso ascenso. En esa época, De la Puente Bahamonde sufrió un aparatoso accidente cuando su avión se enganchara con un tendido telegráfico al aterrizar en el aeródromo de Nador. Estuvo en cama hasta enero de 1925 y no tardó en entrar en acción, al participar ese mismo año en el desembarco de Alhucemas. Y poco después, en las últimas intervenciones contra los rebeldes más resistentes.
La revolución de Asturias
En julio de 1934 fue ascendido de nuevo, esta vez a comandante, y se le otorgó el mando de la base aérea de León. En octubre estalló la revolución de Asturias y la carrera de De la Puente sufrió un revés tras negarse a bombardear a los mineros sublevados durante un vuelo con un trimotor Fokker. Fue castigado y se le retiró el mando de la base, siendo destinado al servicio de material en Madrid. Al parecer, fue el propio Franco quien, como asesor del ministro de la Guerra durante los incidentes, sugirió su relevo. La brecha que se abrió entre ellos en ese momento fue incurable.
Cuando fue ascendido de nuevo el 6 de abril de 1936, no supo que acababa de sellar su destino. Se le encomendó el mando de las Fuerzas Aéreas del Norte de África, con sede en el aeródromo de Sania Ramel, a 2,5 kilómetros de Tetuán. Allí se encontraba cuando, en la madrugada del 18 de julio, se produjo el golpe de Estado de su primo, estableciéndose este como el único enclave de relevancia que se opuso al levantamiento en el Protectorado de Marruecos.
Ricardo de la Puente Bahamonde decidió mantenerse fiel a la República y acuartelarse en la base aérea con sus hombres de confianza. No tenía dudas de que su aeródromo iba a ser atacado y de que su primo debía aterrizar allí a bordo del Dragón Rapide, procedente de Canarias. Por eso detuvo a varios oficiales afines a Franco y, con los 25 subordinados que aún le eran leales, comenzó a instalar ametralladoras sobre una torreta e iluminar la carretera por la cual debía venir el enemigo. También ordenó volcar varias camionetas en un puente cercano para cortar el acceso.
La resistencia
En medio de la confusión, el primo de Franco recibió una llamada esperanzadora en la que se le informaba de que, tras hablar con Santiago Casares Quiroga, en aquel momento presidente del Gobierno y ministro de la Guerra, le iban a enviar desde la capital aviones de refuerzo. Solo tenía que resistir en aquel enclave hasta la llegada de estos. Sin embargo, después de que el comandante Bahamonde hubiera iluminado la pista de aterrizaje con hogueras para facilitar la entrada de los refuerzos, el teléfono volvió a sonar.
Eran las dos de la madrugada y al otro lado del teléfono sonó la voz del enemigo. En concreto, la del jefe de la sublevación en Tetuán, el teniente coronel Sáenz de Buruaga, que le amenazaba con mandar a una columna de artillería y varias tropas de regulares si no deponía su actitud. Y los refuerzos de Madrid seguían sin aparecer en el cielo. «¡Tendrán que pasar por encima de los que defendemos al gobierno legal en este momento! ¿En qué concepto me ordena usted que me rinda? ¿Quién es usted para darme tales órdenes?», fue la respuesta del comandante republicano.
Si el presidente Quiroga hubiera enviado los aviones que prometió, y que Bahamonde estuvo esperando durante como agua de mayo buena parte de la madrugada del día 18 de julio, es probable que el curso de los acontecimientos habría sido muy distinto. De haber llegado, se habría podido cambiar la historia de la Guerra civil española, según defendía el historiador Francisco Sánchez Montoya en su su libro «Ceuta y el norte de África, 1931-1944» (Natívola, 2004), tras diez años de investigación.
Las investigaciones
Este episodio también fue recogido en febrero de este año por Pedro Corral en «Eso no estaba en mi libro de la Guerra Civil» (Editorial Almuzara, 2019). En esta obra, el investigador, periodista y político del PP reproduce por primera vez «el testamento militar del último oficial de alta graduación que se resistió al levantamiento en la zona española del protectorado de Marruecos», según describía a Ricardo de la Puente Bahamonde.
La investigación de Sánchez Montoya estaba basada en el estudio de centenares de consejos de guerra de la época en archivos militares y civiles. Esta reveló que, dos horas y media después de aquella llamada de Sáenz de Buruaga, el aeródromo ya estaba cercado. El asedio apenas tardó unos minutos, en una fácil maniobra en la que las fuerzas atacantes tuvieron cuidado de no dañar la pista de aterrizaje, ya que sabía que sería utilizada poco después por el avión que traía al general Franco. «El comandante Bahamonde no tardó en comprender que los aviones prometidos por Casares Quiroga no iban a llegar nunca, que resistir sólo serviría para contribuir al derramamiento de sangre y que su primo había ganado esta partida», comentaba este historiador a Efe en 2004.
A las 05.15 horas de la madrugada del 18 de julio, el comandante enarboló un pañuelo blanco y salió con sus hombres a la pista de aterrizaje para entregar su pistola al comandante sublevado Serrano Montaner. Inmediatamente después era trasladado a la fortaleza militar del Monte Hacho de Ceuta. En la mañana del 19 de julio, efectivamente, Franco aterrizaba en Sania Ramel con el «Dragon Rapide», donde fue rápidamente informado de la actitud de su primo y de que estaba detenido. Antes de entregarse, sin embargo, había ordenado a sus hombres que provocaran averías en varios aviones Breguet XIX, rompiendo sus depósitos de gasolina, radiadores y las ruedas del tren de aterrizaje para que no pudieran ser utilizados por los sublevados.
Consejo de guerra
Aunque el proceso sumarísimo contra el comandante Bahamonde había comenzado a tramitarse realmente el 19 de julio, no fue hasta el 2 de agosto cuando se celebró el consejo de guerra en Ceuta. Así contaba ese episodio el teniente general Francisco Franco Salgado-Araujo, primo también del dictador, en su biografía publicada en 1977 por la editorial Planeta: «Otra noticia de índole sentimental y desagradable esperaba a Franco a su llegada a Tetuán en 1936. Le dieron cuenta de que su primo hermano, que había defendido el aeródromo contra el ataque de los nacionales en la noche del 17 de julio, estaba pendiente de la sentencia de un consejo sumarísimo. Y que, casi seguro, sería condenado a muerte. De la Puente Bahamonde era un excelente jefe y persona honrada, seria y fiel a sus arraigados ideales. Había acatado la República sin reserva alguna y por ello debo creer que, si se fue leal con dicho régimen, fue por estar convencido de que así cumplía con su deber. Sus compañeros del bando contrario le invitaron a rendirse, pero él se negó a ello diciendo que “lo defendería hasta consumir el último cartucho”. Franco quería mucho a su primo Ricardo y eran excelentes amigos».
Fue condenado a muerte, aunque el fallo de la sentencia estaba firmado por el general Orgaz. En el lugar reservado para la firma de Franco, sin embargo, figuraba la expresión «PI». Lo que parece claro es que este no hizo ningún intento por frenar aquella ejecución. Cualquier debilidad hubiese podido dar lugar a enfrentamientos entre los mismos alzados e, incluso, amenazado su posición de líder. «Lo fusilaron a las cinco de la tarde, el 4 de agosto, en los muros exteriores a la fortaleza del Monte Hacho. Era una hora inusual para este tipo de acciones», explicó Sánchez Montoya, quien tras consultar cientos de procedimientos llevados a cabo en el Protectorado Español en Marruecos, añadió: «Durante la represión que duró hasta 1944 en Ceuta, no se hizo ninguna ejecución por la tarde, por lo que estaba claro que Franco quería dar por finalizado este consejo de guerra cuanto antes».
Tomado de www.abc.es