¡Agua va! o cómo era la (mala) higiene en las ciudades en la Edad Media

Las ciudades, desde hace siglos, tuvieron que resolver el problema derivado del uso de las aguas urbanas sobrantes. Estas molestias que provocaban las aguas de lluvia, residuales y fecales, suponían un asunto vital en el urbanismo, la higiene y salubridad de villas y ciudades. Este ha sido el tema de la sección semanal ‘Así dicen los documentos’ que Almudena Serrano, la directora del Archivo Histórico Provincial, comparte con los oyentes de ‘Hoy por Hoy Cuenca’.

Todos los historiadores y escritores que se han acercado y descrito el ambiente urbano de muchas ciudades europeas de la Edad Media y principios de la Edad Moderna encuentran datos más que sobrados de que había acumulaciones de basuras, aguas residuales discurriendo libremente por las calles, grandes barrizales cuando llovía mínimamente, polvo en verano, malos olores y focos de infección como consecuencia de todo ello.

En Cuenca y sus pueblos por supuesto concurrían todos esos factores, favorecidos con la inestimable ayuda del abigarramiento urbanístico de la ciudad medieval: calles estrechas (ni mucho menos como hoy las vemos), carencia de medios para solventar la evacuación de residuos que tenían como destino los espacios comunes de la ciudad, las calles, y los alrededores más cercanos, sobre todo, en los alrededores de la muralla. A todo ello hay que añadir el trasiego de los animales que contribuía a la acumulación de restos y basura.

¿Qué hacían los vecinos con las basuras?

Los hábitos y las rutinas de los vecinos añadían día a día más deterioro al ambiente en que vivían. Por ejemplo, las basuras se llevaban a las afueras de la ciudad, a las murallas y puertas o a las proximidades de los ríos Júcar y Huécar, con el peligro de contaminación de las aguas que esto suponía y la inmediata consecuencia, las enfermedades que entonces se propagaban con suma rapidez ante una notoria falta de higiene.

¿Cuál era la postura del ayuntamiento de Cuenca?

Las autoridades se limitaban a hacer prohibiciones pero no daban alternativas. Por ejemplo, estaba prohibido hacer hogueras en las calles para evitar malos olores. También se ordenó que no se echasen basuras ni escombros en las puertas de la muralla. El castigo por estas contravenciones era limpiar el tramo de cada casa, además de la multa económica, que en este y otros asuntos siempre era lo más efectivo, según se legisló ya en la plena Edad Media en el Fuero de Cuenca.

No hace falta abundar en el hecho de que las ciudades sufrían hacinamiento, carencia de higiene pública y privada y frecuentes enfermedades. Y que las calles estaban sin empedrar, con lo que podemos hacernos una idea de cómo podría ser el transcurrir por ellas.

¿Cuándo se empedraron las calles de Cuenca?

Según la documentación que se conserva en el Archivo municipal de Cuenca, en el año 1498 el Concejo de Cuenca, el ayuntamiento, se propuso empezar a empedrar las calles para evitar esas humedades y malos olores de los barrizales por toda la ciudad.

En algunos pueblos, como San Clemente, según consta también en los documentos de su Archivo municipal sabemos que hubo gastos de empedrado de las calles del año 1661 y posteriores.

La evacuación de las aguas y su regulación

Desde el Concejo de la ciudad se regulaba la evacuación de las aguas a través de Ordenanzas y autos de buen gobierno, no significando esto que siempre se obedeciera, lógicamente.

En unas ordenanzas municipales del siglo XV se prohibía arrojar aguas limpias por puertas y ventanas sin dar previamente los tres avisos del clásico ‘¡Agua va!’. Este se podía convertir en una alerta o grito fatídico para los distraídos y ensimismados transeúntes…

Y, lógicamente, las infracciones de este tipo se cometían y se perseguían por la justicia. Sin embargo, el resultado de la infracción no era el mismo si el perjudicado era un vecino común o una autoridad, digamos que la ley en este último caso era implacable.

El ejemplo de la criada

Vamos a contar una pequeña historia ocurrida durante el reinado de Felipe III, el día 22 de agosto del año 1611, en la ciudad de Cuenca, en la calle del Peso, junto a la plazuela de santo Domingo.

Sucedió que se inició un proceso judicial, de oficio de la justicia, contra una criada de Cosme de Molina, canónigo de la parroquia de san Gil. Y así dice el documento:

‘Su merçed, don Gerónimo de Aguayo y Manrique, corregidor y justicia mayor en Cuenca y su tierra, dixo que ará poco a, pasando su merçed por la calle que llaman del Peso, junto a la plazuela de santo Domingo de la dicha çiudad, donde vibe el benefiçiado Cosme de Molina, una criada suya derramó un caldero de agua por una ventana sin deçir ¡agua va! como es obligado, y en quebrantamiento de los pregones de buen gobierno y orden desta çiudad’.

Al instante, su merçed mandó se sacase de la dicha casa y se pusiese en la cárçel a la dicha criada. Y porque semejante atrevimiento y desacato no quede sin el castigo que merece mundanalmente, se haga cabeça de proçesso contra la dicha criada’.

El proceso judicial

Una vez que alguien era denunciado a petición de parte o de oficio de la justicia, se recababa toda la información necesaria mediante los interrogatorios a diversas personas, los testigos, siendo una de ellas Pedro de Gálvez, alguacil de la ciudad, que confirmó los términos de la denuncia:

‘Pasando el señor corregidor, y este testigo acompañándole con otros, por una calle que está junto a la plaçuela, una moça vertió un caldero de agua, y su merçed, por averla echado desde la ventana alta sin decir ¡agua va!, mandó que la llevasen a la cárçel’.

Además de apresar a la criada, se ordenó sacar inmediatamente de la casa una prenda, que en este caso fue un cántaro de cobre que fue depositado en casa de Miguel Tello, pastelero.

La criada no estuvo mucho tiempo en la cárcel porque intervino su amo, un canónigo de la catedral de Cuenca, párroco de la iglesia de san Gil, que, enterado de lo sucedido, salió inmediatamente al encuentro del corregidor para interceder por ella, ‘suplicándole perdonase que su criada avía andado malmurada y le pesava de que en su casa se diese disgusto, que fuese servido mandar se le volviese el cántaro’.

El corregidor que no estaba dispuesto a enfrentarse con un canónigo, dadas las relaciones personales y de gobierno que les unían, resolvió que ‘En el dicho día, veinte y dos de agosto del dicho año (…) que, pagando la criada del dicho beneficiado Cosme de Molina, limosna para seis misas, se le vuelva el cántaro que se sacó de prenda. Y así lo proveyó’.

La intercesión surtió efecto positivo para la criada y el buen nombre del canónigo. Estas normas estuvieron vigentes durante años hasta que, avanzados los siglos y con unas costumbres y necesidades diferentes, vemos cómo las tornas fueron cambiando justamente por lo insalubre de la convivencia. Hubo que tomar medidas.

Cuenca a mitad del siglo XIX

Así, en el año 1854, en un Informe de la Comisión Permanente de Salud Pública de Cuenca, se decía:

‘En muchas calles públicas existen sitios indecentes por la inmoral y asquerosa costumbre de poner en ellas las heces ventrales y de la orina (…) a la par que se ven salir de las casas orificios para las aguas sucias y el orín (…) y en cuanto a las más retiradas y callejuelas sólo puedo añadir que están intransitables a causa de su poco aseo. Los depósitos de estiércol no sólo no existen sino que hasta se almacenan en el interior de algunos edificios’.

Hubo que esperar a finales del siglo XIX para que algunas de las grandes ciudades españolas se tomaran en serio el problema de los vertidos y alcantarillado. Los problemas de salubridad y epidemias que padecían las ciudades en el siglo XIX llevaron a los ingenieros de caminos a preocuparse por encontrar soluciones a la evacuación de aguas residuales urbanas y otras relacionadas con el abastecimiento de agua potable a la población.

En la ciudad de Cuenca hubo que aguardar al año 1896 en que comenzó la concesión de agua potable a particulares e instituciones. Y, a partir de ahí, con el paso de los años, se fue generalizando el uso, la red de alcantarillado y otras medidas de higiene para la población como la obligación municipal de sostener un servicio de limpieza de calles y jardines.

Mientras tanto, aún hubo Ordenanzas municipales durante el siglo XX que determinaban que los vecinos debían limpiar sus puertas y calles, como así ocurrió en Jábaga, en que sus normas municipales, en el capítulo de la Limpieza de la vía pública, que antaño iba de cuenta de los vecinos y para impedir olvidos, enfrentamientos y otras causas afrentosas para la prestancia de las calles usadas por todos, se regularon así:

‘Todos los propietarios de casas o inquilinos harán barrer esmeradamente todos los días los espacios que dan frente a sus casas, patios, corrales, jardines y cualesquiera otro edificio debiendo retirar las basuras y nunca depositarlas delante de las casas de los otros vecinos.

La limpieza deberá estar terminada a las diez de la mañana y queda prohibido terminantemente quemar paja o basura en las calles ni en ningún punto de las vías públicas’.

En la actualidad, la limpieza de nuestras calles es una de las funciones que deben desempeñar los ayuntamientos. No obstante esto, es oportuno recordar que todos tenemos la obligación de procurar la mayor limpieza de nuestro entorno y el trato educado y respetuoso con la ciudad en la que vivimos.

Tomado de www.cadenaser.om

También te podría gustar...

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *