Así se sale de la anorexia: el testimonio en primera persona de Adriana
Adriana tiene 25 años, se dedica a recursos humanos e inserción laboral, y está explicando públicamente su periplo por una anorexia. Porque está convencida de que hablar más del tema ayudará a muchos a pedir ayuda antes, “sin esperar a que se te acumule el malestar”. Lo hace dentro de una campaña que ha puesto en marcha Obertament, una organización que lucha contra el estigma social de los problemas de salud mental.
“Otros lo buscan en el alcohol, o en trabajar 18 horas. Yo dejé de comer: controlar el peso y la comida, lo que yo sentía como tal, me tranquilizaba”.
“¿El inicio? Que no estás bien. Y buscas una manera para estarlo. Yo tenía 12 años, pubertad, un momento en el que todos estamos un poco perdidos, que si unos salen de fiesta, tú te ves mal, tienes muchas dudas, eres muy vulnerable. Como la mayoría en esa época”.
“En casa no se ve nada, porque coincide con el estirón. Sí que estás más susceptible, más triste. Pero el peso, no, no se ve. Te pasa esto por un cúmulo de cosas, en mi caso no había ningún hecho traumático para explicar mi trastorno mental. Me sentía infeliz y buscaba una salida para estar mejor”.
“Yo quería estar bien y veía que la gente feliz que se podía ver en la tele –hablo de antes de Instagram, pero allí se repite lo mismo– la gente de vida perfecta eran siempre chicas delgadas y altas, muy bien vestidas. Y les alababan por eso. Eso era lo que yo quería”.
“A mí controlar el peso y la comida me daba tranquilidad. Como el que trabaja 18 horas siente que de ese modo tiene poder y control. No lo asumimos como algo malo”.
“Empiezas por pequeñas cosas: me dejo esto o como esto, pero luego me voy a andar. Eres incapaz de salir porque tienes la sensación de que te miran porque eres horrible. Muy irracional. Tenía distorsión corporal dependiendo del momento, de lo que pasara alrededor o en la familia”.
“Pero llegó un momento que no podía controlar nada. Tenía hambre y no podía comer, me sentía fatal. Ya no sabía qué hacer con mi vida. Estaba muy perdida. Fue en primero de bachillerato, un momento de mucha presión, porque había que escoger a qué me quería dedicar. Todo me caía encima. Fue el principal ‘no puedo más’”.
“No sé cómo empezó esa toma de conciencia. Hablé con un amigo de clase. Me daba vergüenza explicar lo que hacía y cómo me sentía. Con las amigas se habla de otras cosas. Nada de lo íntimo. Y si alguna vez dejas caer algo de lo que sientes, todo el mundo minimiza, es la edad, no es nada, se te pasará. No dejamos espacio al otro”.
“A este amigo le conté: ‘creo que estoy mal, a veces no tengo ganas de comer, siento dolor en el corazón, como una gran ansiedad’. Y él me dijo ‘Esto no es muy normal’. Y entonces vi claro que necesitaba ayuda. ¿Aquel amigo? Hoy somos compañeros de piso”.
“Ya había mirado alguna vez en internet para saber lo que me pasaba, pero no me identificaba con esos cuerpos superdelgados ni con los desencadenantes que se citaban. Yo fui poco a poco. Pero sí entendí que tenía un problema. Y escribí al mail de una asociación. Me facilitaron un test de autodetección sobre cómo me sentía y me salió una puntuación muy alta. Y me citaron.”
La familia
“Mis padres al principio iban muy perdidos. No hablábamos de esto. Pero ¡estaban allí!”
“Superamables. Tenía que hablar con mis padres, me dijeron, porque era menor. Y yo no quería. No quería decepcionarles. Así que llamaron ellos, les explicaron que estaba mal y hablaron los tres, mis padres y la psicóloga”.
“Empecé tratamiento al salir cada día de clase. Iba al centro a comer y cada día había terapia o actividades. Al año ya fue menos intenso pero, entre una cosa y otra, han sido cinco años. El primero fue el más difícil, porque te tienes que desenganchar de esa asociación: estoy triste, no como”.
“Aprendes a entenderte. Creía que no podía salir a la calle porque todos me miraban. Salí a comprobar cuántos lo hacían. La verdad es que ¡no eran tantos! Crees que todo va contra ti”.
“Estoy bien, aunque tengo temporadas con la comida. Sigo acudiendo al psicólogo de vez en cuando, quizá un par de veces al año. ¡No voy a dejar que se me acumule el malestar! Prefiero ir antes y vaciarme. Y hablar sin juzgar, sin que nadie te diga ‘qué dices’ o ‘no es para tanto’”.
“Debemos cambiar la forma de hablar de las emociones con los amigos, sin juicios, sin etiquetas. Me siento así . O estoy triste ”.
“Con mis padres hemos mejorado mucho la relación. No explicaba nada. No sé si se asustaron. A mí lo que me funcionó es que estuvieran. Al principio iban muy perdidos. Igual no entendían por qué estaba de mala hostia. Su papel fue ese: acompañarme, darme de comer lo que decían, estar cerca para lo que necesites. ¡Ellos estaban allí!”
“¿Curada? Nos puede pasar una o 25 veces, y a todos. Pero ahora ya me preocupo de no acumular malestar. Si empieza, ya sé adónde ir. Mi punto fuerte son las emociones. Lloras un día a muerte, super mal, pero sé que se pasa. He aprendido mucho”.
“Se tiene que hablar más de esto. Una vez un profe habló del tema en unas colonias de inglés y sentí que hablaban de mí. Las redes hacen daño porque propagan un prototipo de belleza. Es terrible. Me pongo negra”.
“Aunque no puedas evitarlo, al menos, si te pasa, que puedas pedir ayuda. Y normalizar, que se sepa que le puede pasar a cualquiera. Cada uno con su propio perfil, no hay uno solo. Yo miraba la lista de condiciones que se publicaban y no me identificaba”.
“Hay que pedir ayuda cuando te encuentres mal. No esperar. Poder ir y decir ‘estoy mal’ y que alguien te oriente. Que no te digan en el CAP ‘te ha vuelto a pasar’, haciéndote responsable. ¿Estoy en tratamiento y recibo este comentario? Como si fuera tu culpa”.
“El tratamiento es muy invasivo, sí, pero yo sola no hubiera salido. Cuanto más consciente seas de que estás mal, más posibilidades de salir bien”.
El primer reconocimiento
“Le conté a un amigo: ‘estoy mal, siento dolor en el pecho’. Alguien por fin dijo ‘no es normal’”
“Estoy muy bien. Mi madre me dice que he hecho algo que se suele hacer a los 40, conocerte, saber qué te gusta, qué quiero y qué no, cómo te hace sentir, qué necesitas…”
Concluye: “Mira, esto no puedes evitar que te pase, pero igual, si hubiera pedido ayuda antes, un poco antes, no lo hubiera pasado tan mal”.
Tomado dewww.lavanguardia.com