LECTURA: El Movimiento Obrero

La economí­a capitalista e industrializada del siglo XIX, organizada en torno a los principios del liberalismo, consagraba la existencia de dos clases sociales: la trabajadora, desprovista de los medios de producción y forzada a vender su fuerza de trabajo, y la burguesa, dueña de esos medios e inclinada a incrementar sus beneficios a costa de las condiciones salariales y laborales de la primera. Cada vez más se extendió la percepción de que el capitalismo consagraba unas injustas desigualdades que habí­a que eliminar.

El movimiento obrero surgió de esas condiciones, pero alcanzó mayor o menor fuerza en función del grado de desarrollo industrial de los paí­ses. Los primeros movimientos de masas de carácter moderno se originaron en Inglaterra. Cristalizaron en episodios como la destrucción de máquinas (Ludismo) y la creación de las Trade Unions, primeras asociaciones de carácter sindical. El que el fenómeno se produjese en Inglaterra y no en otro paí­s se debió a su carácter de pionera de la industrialización. Más tarde, estructurados en torno a la ideologí­a marxista, surgieron partidos de extracción obrera que jugaron un importante papel en la acción polí­tica y social.

1)      El ludismo

El ludismo fue un movimiento social que se caracterizó por la oposición a la introducción de maquinaria moderna en el proceso productivo. Se desarrolló durante las primeras etapas del proceso de industrialización y dio lugar a violentas acciones de destrucción de máquinas. Su origen se remonta a la acción de «Ned Ludd», su mí­tico lí­der, un tejedor que en 1779 fue supuestamente pionero en este tipo de prácticas tras destruir el telar mecánico que manipulaba. Se desarrolló entre 1800 y 1830, fundamentalmente en Inglaterra y su intervención estuvo jalonada por una oleada de amenazas, tumultos y desórdenes que amedrentó a los patronos y provocó la intervención del gobierno.

La causa principal que desencadenó los disturbios fue la precaria situación laboral y social creada tras la introducción de moderna maquinaria en la producción de textiles, arrastrando a la ruina a los telares tradicionales, impotentes a la hora de competir con las fábricas de reciente creación. Los viejos artesanos perdieron sus negocios y cayeron en el desempleo.

La agitación que afectó inicialmente a la industria textil se extendió también al campo, donde el supuesto cabecilla «Capitan Swing» y sus seguidores dirigieron su ira contra las trilladoras incorporadas a las labores agrí­colas.

Las acciones contra las máquinas constituyeron el precedente de otras venideras, esta vez mejor organizadas, dirigidas, no contra las máquinas, sino contra sus propietarios. El ludismo reuní­a algunos rasgos caracterí­sticos de los motines del Antiguo Régimen, frecuentes en perí­odos de crisis de subsistencias. Coincidió con ellos en la espontaneidad y en la ausencia de una ideologí­a polí­tica definida que los vertebrase. Pero al tiempo, presentaba modernas peculiaridades propias de los movimientos obreros de la segunda mitad del siglo XIX.

El movimiento alcanzó su cénit coincidiendo con los altercados que se desarrollaron en Inglaterra durante los años 1811 y 1812, reprimidos con suma dureza por el gobierno, a raí­z de los cuales fueron detenidos y juzgados numerosos revoltosos, de los que unos treinta fueron condenados a la horca.

Otros paí­ses padecieron similares desórdenes: fue el caso de Francia (entre 1817 y 1823), Bélgica, Alemania o España (Alcoy en 1821 y Barcelona en 1835).

2)      El cartismo

Al igual que el ludismo el cartismo fue un movimiento propio de la primera etapa del movimiento obrero. Pero, a diferencia de aquel, tuvo una í­ndole esencialmente polí­tica. El término procede de la «Carta del Pueblo», documento enviado al Parlamento Británico en 1838, en el que se reivindicaba el sufragio universal masculino y la participación de los obreros en dicha institución. Los defensores del cartismo pensaban que cuando los trabajadores alcanzasen el poder polí­tico, podrí­an adecuar las leyes a sus intereses de clase. La duración de este movimiento abarcó una década, entre 1838 y 1848.

El cartismo supuso la toma de contacto de las masas obreras con la acción polí­tica. Hasta entonces habí­an concentrado su empeño en la conquista de mejoras de carácter laboral.
En la «Carta» demandaban el sufragio universal, la supresión del certificado de propiedad como requisito para formar parte del Parlamento, inmunidad parlamentaria, un sueldo para los diputados, etc; estas peticiones poseí­an un marcado carácter polí­tico y eran necesarias -según sus defensores- para conseguir una profunda transformación social.

El movimiento fracasó, entre otras causas, por las disensiones internas entre sus diversas tendencias, la moderada y la radical. La tendencia moderada la representaban Lovett y Owen, inclinados a demandas de tipo económico y laboral; la más radical la lideraron el irlandés O’Connor y O’Brien, ambos partidarios de acciones contundentes que incluí­an el empleo de la huelga general.

La represión del gobierno británico, que militarizó las zonas en donde la agitación se hizo más activa, abortó el movimiento. í‰ste quedó escindido de forma irreversible hasta su desaparición.

El fracaso de la revolución de 1848 asestó el golpe definitivo a las aspiraciones cartistas. En adelante la lucha de carácter polí­tico serí­a abandonada por los obreros ingleses quienes moderaron en gran medida sus reivindicaciones para concentrarse en la lucha de carácter sindical. La acción polí­tica se circunscribió al continente, de manera más significativa a Francia.

Aunque el cartismo se malogró, constituyó una importante experiencia para la clase obrera en su intento de mejora de las condiciones de vida; su acción forzó al gobierno británico a articular una legislación que en ocasiones contó con un elevado contenido social, siendo un ejemplo de ello la «Ley de las diez horas».

Tomado de www.claseshistoria.com

 

 

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