La peste negra

Conocemos con el nombre de Peste Negra, a la gran epidemia que desde 1347 a 1350 azotó a casi todo el continente europeo. A juzgar por la inflamación de los ganglios linfáticos que producí­a, se trató de una epidemia de Peste Bubónica. Para algunos tratadistas antiguos existieron desde el punto de vista médico otras variantes: La peste septicémica, que dejaba sentir sus efectos sobre la sangre, y la neumónica, que producí­a inflamación pulmonar. Si bien era posible que en algunas ocasiones el enfermo se recuperase de la primera, las otras resultaban casi siempre mortales.

La peste es causada por la bacteria Yersinia pestis que se contagia por las pulgas con la ayuda de la rata negra (Rattus rattus) – que podrí­amos llamar hoy la rata de cloaca.

Tipos de Peste

La peste pulmonar es una de varias formas de peste, que pueden ocurrir de manera separada o en combinación, dependiendo de las circunstancias:

La peste pulmonar ocurre cuando la Yersinia pestis infecta los pulmones. Este tipo de peste puede propagarse de persona a persona a través del aire. La peste pulmonar también puede propagarse al inhalar la Yersina pestis suspendida en las gotas minúsculas que se forman en las ví­as respiratorias de una persona (o animal) que sufre de peste pulmonar. Para infectarse de esta manera, por lo general se requiere que una persona esté en contacto directo y cercano con una persona o animal enfermo. La peste pulmonar también puede darse si una persona que sufre de peste bubónica o peste septicémica no recibe el tratamiento pertinente y la bacteria entra a los pulmones.

La peste bubónica es la peste más común. Esto ocurre cuando una pulga infectada pica a una persona o cuando ésta se infecta con materiales contaminados que entran por algún corte en la piel. A los pacientes se le hinchan y duelen los ganglios (llamados bubones), tienen fiebre, dolor de cabeza, escalofrí­os y se sienten débiles. La peste bubónica no se propaga de una persona a otra.

La peste septicémica ocurre cuando la bacteria de la peste se multiplica en la sangre por sí­ sola o a consecuencia de una complicación de la peste pulmonar o bubónica. Cuando ocurre pos sí­ sola, se da de la misma manera como se da la peste bubónica, pero, no se forman bubones. Los pacientes presentan fiebre, escalofrí­os, postración, shock y hemorragia en la piel o en otros órganos. La peste septicémica no se propaga de una persona a otra.

La Propagación de la Epidemia

No está enteramente claro dónde comenzó la mayor epidemia del siglo XIV, quizá en algún lugar por el norte de la India, pero más probablemente en las estepas de Asia central, desde donde fue llevada al oeste por los ejércitos mongoles. La peste fue traí­da a Europa por la ruta de Crimea, donde la colonia genovesa de Kaffa (Feodosiya) fue asediada por los mongoles. La Historia dice que los mongoles lanzaban con catapultas los cadáveres infectados dentro de la ciudad. Los refugiados de Kaffa llevaron después la peste a Messina, Génova y Venecia, alrededor de 1347/1348. Algunos barcos no llevaban a nadie vivo cuando alcanzaron puerto. Desde Italia la peste se extendió por Europa afectando a Francia, España, Inglaterra (en Junio de 1348) y Bretaña, Alemania, Escandinavia y finalmente el noroeste de Rusia alrededor de 1351.

Se pensaba entonces que los monjes mendicantes, los peregrinos, los soldados que regresaban a sus casas eran el vehí­culo para la introducción de las grandes epidemias de un paí­s a otro. Esto pudo ser en parte cierto, pero sin duda el comercio fue más peligroso ya que los barcos llegaban a puerto y descargaban junto con las mercancí­as las ratas infectadas procedentes de paí­ses donde la enfermedad era endémica. Este fue sin duda el medio mayor de difusión.

La información sobre mortalidad varí­a ampliamente entre las fuentes, pero se estima que alrededor de un tercio de la población de Europa murió desde el comienzo del brote a mitad del siglo XIV.

Aproximadamente 25 millones de muertes tuvieron lugar sólo en Europa junto a muchas otras en ífrica y Asia. Algunas localidades fueron totalmente despobladas con los pocos supervivientes huyendo y expandiendo a enfermedad aún más lejos. El descenso demográfico fue en algunas zonas realmente terrorí­fico. En China y en la India por ejemplo, la peste produjo entre los enfermos que la contrajeron una mortandad que iba del 60 al 90%, los í­ndices de la pulmonar fueron prácticamente del 100%, de ahí­ que los cronistas de la época nos hablen de que desapareció una cuarta parte, la mitad, o incluso nueve décimas partes de la población.

La gran pérdida de población trajo cambios económicos basados en el incremento de la movilidad social según la despoblación erosionaba las obligaciones de los campesinos (ya debilitadas) a permanecer en sus tierras tradicionales. La repentina escasez de mano de obra barata proporcionó un incentivo para la innovación que rompió el estancamiento de las épocas oscuras y, algunos argumentan, causó el Renacimiento, a pesar de que el Renacimiento ocurriera en algunas zonas (tales como Italia) antes que en otras. A causa de la despoblación, sin embargo, los europeos supervivientes llegaron a ser los mayores consumidores de carne para una civilización anterior a la agricultura industrial.

Otras Alternativas a la Enfermedad

Recientemente, los cientí­ficos Susan Scott y Christopher Duncan de la Universidad de Liverpool han propuesto la teorí­a de que la peste negra pudo haber sido causada por un virus similar al del í‰bola, y no una bacteria. Argumentan que esta plaga se extiendió mucho más deprisa y el periodo de incubación fue más largo que en el caso de las plagas causadas por Yersinia pestis. (Un periodo de incubación más largo permite que los portadores de la enfermedad puedan viajar más lejos e infectar a más personas que un periodo de incubación más corto.

Los estudios realizados a partir de los documentos en iglesias inglesas indican un largo periodo de incubación, de más de 30 dí­as, y que pudo haber contribuido a la rápida propagación de la enfermedad, de hasta 5 km al dí­a. La peste negra se propagó por zonas donde no hay ratas, como Islandia, fue transmitida entre personas (lo que ocurre raramente con Yersinia pestis) y algunos genes que determinan la inmunidad a virus parecidos al í‰bola están mucho más extendidos en Europa que en otras partes del mundo.

En una lí­nea similar de pensamiento, el historiador Norman F. Cantor, en su libro In the Wake of the Plague (En el despertar de la peste, 2001), sugiere que la Peste Negra pudo haber sido una combinación de pandemias entre las que se podrí­a encontrar una forma de ántrax.

Cita, entre otras cosas, informes sobre los sí­ntomas de la enfermedad que no concuerdan con los efectos conocidos de las pestes bubónica y neumónica; el descubrimiento de esporas de ántrax en un cementerio de ví­ctimas de la Peste Negra en Escocia y el hecho de que se sabe que se vendió carne de ganado infectado en muchas áreas rurales de Inglaterra poco antes del comienzo de la peste.

Más aún, lo que fue considerado previamente la evidencia definitiva a favor de la teorí­a de la Yersinia pestis, tejido de pulpa dental tomado de un cementerio en Montpellier de la epidemia del siglo XIV, que contení­a DNA de Y. pestis, nunca fue confirmado en ningún otro cementerio.

Hay, sin embargo, contra argumentos para esta teorí­a. Ejemplos históricos de pandemias de otras enfermedades en poblaciones no expuestas previamente, tales como viruela y tuberculosis entre Indios Americanos, muestran que debido a que no hay una adaptación heredada a la enfermedad, su curso en la primera epidemia es más rápido y mucho más virulento que posteriores epidemias entre los descendientes o supervivientes. El Oriente Medio y el Oriente lejano fueron afectados igualmente mal (como testifica la Rihla de Ibn Battuta), así­ que es curiosa la prevalencia de genes de inmunidad especí­ficamente en europeos. Además, la peste volvió repetidamente y fue considerada como la misma enfermedad a través de los sucesivos siglos hasta los tiempos modernos cuando fue identificada la bacteria Yersinia.

En Septiembre de 2003, un equipo de investigadores de la Universidad de Oxford reveló los sorprendentes resultados de pruebas hechas sobre 121 dientes de 66 esqueletos encontrados en fosas comunes del siglo XIV. Los restos no mostraron traza genética alguna de Yersinia pestis, y los investigadores sugieren que el estudio de Montpellier podrí­a haber sido defectuoso.

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