Tras los pasos de los primeros misioneros jesuitas en Pekín

La capital china aún guarda vestigios del paso de los primeros misioneros jesuitas, entre los que destaca la figura del español Diego de Pantoja, hombre clave en la divulgación de la cultura china en Occidente.

En el año en el que se conmemora el cuarto centenario de la muerte de Pantoja y, pese al paso del tiempo y el rápido ritmo de modernización de Pekín, en algunos lugares de la ciudad todavía se pueden seguir los pasos de esos religiosos aventureros.

Pantoja, que llegó a Pekín en 1601, fue el primer español que entró en la Ciudad Prohibida -durante el mandato del emperador Wanli de la dinastía Ming- y fue un auténtico puente entre ambas culturas a través de sus cartas a España, sus trabajos de transcripción fonética del chino y las obras que escribió en chino para la corte.

Nacido en Valdemoro (Madrid) en 1571, Pantoja fue «un exponente de la política de adaptación» de los misioneros a los usos del país de acogida para integrarse mejor y promover la evangelización, dice a Efe la chilena Andrea Mella, colaboradora del Instituto Cervantes de Pekín en los eventos del Año de Pantoja.

Uno de los lugares que mantienen la huella de estos pioneros es la catedral vieja, construida en 1605 aunque reconstruida varias veces tras terremotos e incendios y situada en la zona de Xuanwumen, ahora muy cerca del centro, pero entonces casi en las afueras.

El templo, pequeño para una catedral y de líneas barrocas aunque de decoración menos recargada que sus coetáneos europeos, es la iglesia cristiana más antigua de China.

En su lado oeste se conserva el patio cuadrado rodeado de modestas viviendas, tradicional de Pekín, donde estaban los alojamientos de misioneros y empleados chinos.

Imágenes, estatuas o la tienda de objetos religiosos muestran una curiosa mezcla de iconografía católica con influencias orientales. El recuerdo de los primeros jesuitas de hace más de 400 años contrasta con un cartel colgado en el templo con dos códigos QR para unirse a las redes sociales de la iglesia.

Otro lugar importante en esta búsqueda es el antiguo observatorio astronómico, situado en uno de los pocos restos conservados de la antigua muralla construida por la dinastía Ming.

En la azotea se pueden admirar ocho enormes instrumentos de observación astronómica, como esferas armilares, un sextante o un cuadrante, fundidos en bronce bajo la supervisión de los misioneros.

Los jesuitas lograron abrirse paso en la corte imperial en buena parte gracias a la astronomía, pues con sus conocimientos científicos ayudaron a corregir el calendario chino y predijeron con éxito varios eclipses.

Fue una auténtica «diplomacia astronómica» pues a través de esa ciencia «pudieron entrar y darse a conocer en la corte imperial», explica Mella.

Destacaron el alemán Johann Adam Schall von Bell y el flamenco Ferdinand Verbiest, quienes alcanzaron altos cargos en el Ministerio de Ritos y Astronomía, incluso como directores del observatorio.

Pantoja también dirigió la construcción de relojes solares, llevó un clavicordio a la corte y escribió obras de geografía para explicar al emperador cómo era el resto del mundo.

El lugar final donde seguir las huellas de los misioneros es su última morada: el diminuto cementerio de Zhalan, construido expresamente para ellos.

Es un lugar difícil de visitar, pues está dentro del recinto de una escuela de gobierno de la administración local de Pekín y hace falta un permiso especial.

El italiano Mateo Ricci, artífice de la catedral, murió en 1610 y Pantoja solicitó al emperador un terreno para erigir un cementerio católico, autorización que llegó un año después.

Los sepulcros siguen la tradición china de largas estelas con inscripciones grabadas en latín y chino y coronadas por el escudo de la misión jesuita (con la inscripción «IHS») rodeado por el dragón chino, símbolo del emperador.

El cementerio tiene dos zonas, una de las cuales alberga las sepulturas de Ricci, Verbiest y Schall von Bell, los tres europeos de más renombre en la corte.

En la otra están las tumbas de 63 misioneros, la mayoría europeos (sobre todo portugueses, franceses, italianos o alemanes), aunque también hay algunos chinos.

Los restos de Pantoja no están aquí, pues los jesuitas fueron expulsados de Pekín temporalmente en 1616 y él falleció en Macao dos años después.

Tomado de www.religiondigital.com

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