El fin de Mussolini: vejado, humillado y fusilado como “un perro rabioso”
En 1945, ya era evidente la derrota de las naciones del eje. Benito Mussolini, Il Duce, no sabía hacia dónde, pero tenía claro que debía huir. Por su cabeza se pasaron algunos planes desesperados, como atrincherarse en Milán con algunos fieles fascistas y convertir la ciudad, donde se encontraba, en un fortín. También había una opción más cobarde y segura: huir a la neutral Suiza, a pocos kilómetros al norte. Partió hacia la fronteriza Como, sin destino concreto, disfrazado de solado a bordo de un conyoy alemán mientras las fuerzas de Hitler zozobraban en el frente. Era el 25 de abril de 1945 y el dictador fascista vivía sus últimas horas.
En Como se quedaron su esposa Rachele y sus cinco hijos pequeños. Mussolini reemprendió la marcha llevando consigo a su amante, Clara Petacci y a su hermano Marcello, que pretendían hacerse pasar por el cónsul español y esposa. También formaban parte de la columna otros líderes fascistas, como Alessandro Pavolini y Nicola Bombacci. Sin embargo, en su trayecto fueron interceptados por un grupo de partisanos comunistas de la Brigada Garibaldi dirigidos por Urbano Lazzaro. Comenzó un intercambio de disparos y pronto los alemanes se vieron sobrepasados. Los partisanos conocían el terreno y recibían refuerzos. Negociaron una rendición a cambio de entregar a los integrantes italianos del convoy. Cerca de las siete de la tarde del día 27 de abril, cuando los partisanos revisaban la documentación de los miembros de la columna, uno de ellos reconoció a Mussolini y se lo comunicó a Lazzaro.
Esa misma noche, la noticia de la detención de Mussolini llegó a Milán y la hizo pública por radio Sandro Pertini, futuro presidente de la República y entonces dirigente del Comité de Liberación Nacional (CLN). Sus órdenes a los captores eran claras: debía ser fusilado “como un perro rabioso”. La mañana del día 28 de abril, Mussolini y Clara Petacci fueron llevados a una casa de campo de Dongo con el objetivo de cumplir las órdenes de ejecución. El partisano Walter Audisio les condujo a la aldea de Giulino di Mezzegra donde, fueron fusilados a la cuatro de la tarde.
Los cadáveres fueron trasladados en la tarde del 28 de abril en un camión a Milán. En el trayecto no se permitió que nadie se acercara a los cuerpos, hasta que llegaron el día 29 a la Plaza Loreto de esa ciudad. Allí fueron sometidos a toda clase de ultrajes por la muchedumbre. El servicio de policía, compuesto por partisanos y bomberos, colgó luego los cadáveres cabeza abajo en una gasolinera de la plaza, de una forma similar al trato que los fascistas daban a sus enemigos: en ese mismo lugar se se habían colgado meses atrás los cadáveres de quince partisanos antifascistas. Así estaban devolviendo las humillaciones.
El cadáver de Mussolini fue desfigurado a golpes a tal extremo que su rostro resultó casi irreconocible; algo menos ocurrió con Petacci. Aun muertos fueron objeto de burlas e incluso fueron colocados uno al lado del otro para ser fotografiados en la morgue. Horas más tarde los líderes locales del CLN decidieron cesar la exhibición y retirar los cuerpos, que fueron colocados en cajones de madera con paja en su interior y retirados para sepultarse en tumbas anónimo.
Tomado de www.larazon.es