LECTURA: la huelga minera de 1890 en el Movimiento Obrero Vasco

El alza de los precios de las subsistencias de primera necesidad entre 1888-1890, los precios abusivos de las cantinas, explotadas por los capataces, en donde los mineros tení­an que comprar obligatoriamente los alimentos y la caí­da del salario real a lo largo de la delicada 1880 fueron factores que contribuyeron a desencadenar la huelga general del mayo de 1890, que se inició el 12 de Mayo y concluyo con el pacto de Lona; en el que se establecí­a la reducción del horario a f10 horas, distribuida del siguiente modo: 11 horas se trabajarí­an en los meses de mayo, junio, julio y agosto; 9 horas en los meses de noviembre, diciembre; enero y febrero y el resto de los meses, 10 horas. Se suprimí­a la obligatoriedad de adquirir los alimentos en las cantinas que explotaban los capataces, en donde los precios eran más elevados que en las tiendas. Sin embargo, las cantinas obligatorias siguieron existiendo, violándose el pacto de Loma, como lo demuestra el hecho de que 3 años después vuelve a estallar una huelga en Matamoros y la Reineta, entre otras causas, por la cuestión de albergues y cantinas obligatorias. Además también se concedió la libertad de habitación; ya que solí­an vivir en barracones o «cuarteles».

Por último tampoco debemos olvidarnos de la labor polí­tica y organizativa de los dirigentes del incipiente socialismo vizcaí­no, que probablemente aprovecharon el malestar entre los mineros para celebrar el primero de mayo el domingo dí­a 4 con sendos mí­tines en Bilbao y La Arboleda.

Los trabajos de J.P Fusi sobre el movimiento obrero en el Paí­s Vasco han permitido a los interesados por la cuestión vasca y a los historiadores, en general, contar con una obra de importancia sobre un tema tan olvidado y a la vez tan básico para la comprensión de la historia del Paí­s Vasco y de las diversas actividades polí­ticas surgidas como consecuencia del desarrollo de la sociedad capitalista y de la ascendencia de nuevas clases. Recordemos los datos esenciales; de un lado se va configurando una potente burguesí­a industrial y financiera que será la columna vertebral de la clase dominante del capitalismo español en el siglo XX cuyo peso económico e influencia polí­tica fue cada vez mayor en el conjunto del Estado; burguesí­a que terminara aliándose con la oligarquí­a agraria desde el arancel proteccionista de 1891, participando con ella en el control del aparato del Estado a través de una creciente división del trabajo y en la explotación del mercado interior a través de una rigurosa polí­tica proteccionista que conducirá a la economí­a española hacia posiciones cada vez mas «nacionalista » y anárquicas.

De otro lado, un numeroso proletariado industrial, que procedí­a en su mayor parte del campo y de fuerza de Euskadi, y que se concentró, más bien se hacino, en los nuevos núcleos urbano-industriales de la zona minera de la Rí­a, cuya vida, durante este periodo, resultó difí­cil y dura; y una pequeña y mediana burguesí­a alejada del poder y enfrentada polí­tica y económicamente (como en el caso de los pequeños y medianos empresarios cuya materia prima es el hierro y el acero) a la burguesí­a monopolista bilbaí­na, representada por los intereses siderúrgicos.

La huelga se inicia cuando aparece la crisis de 1890-1892, como lo refleja el hecho que la fase depresiva de los precios del mineral y del lingote de hierro en Bilbao comenzase

en el mes de abril.

La crisis económica, que ya se barruntaba estalla definitivamente en abril de 1890, como lo demuestra la baja de los precios del mineral rubio de 12,50 pts. La tonelada de principios de abril, a 10,25 pts. A mediados de mayo y de 100 a 90 pts. La tonelada de lingote de fundición de la misma época. Los pedidos de material y los siderúrgicos habí­an descendido, incrementándose los stocks. No es de extrañar, por lo tanto, la actividad intransigente de los empresarios ante las reivindicaciones de los huelguistas.

Ante el cariz que tomaba la huelga general, una de las primeras que conocí­a España, el Gobierno se vio obligado a intervenir, enviando al ejército al mando del general Loma, que después de tomar posiciones en la zona minera de emplazar los cañones en las partes más elevadas forzó a patronos y mineros a aceptar una serie de condiciones que supusieron mejoras sustanciosas para los mineros.

Para el gobierno de Madrid, el conflicto, así­ como los intereses del naciente y pujante capitalismo vizcaí­no quedaban lejos, no sólo en la distancia sino en su comprensión, ya que los dirigentes polí­ticos del poder central representaban más a los intereses de la oligarquí­a agraria que a los de la reciente burguesí­a industrial vasca.

De ahí­, su posición conciliadora en el huelga. Sin embargo, según entramos en la década, como fecha representativa tenemos el arancel proteccionista de 1891, podemos afirmar, como regla general, que los intereses del gran capitalismo vasco, vinculado al sector siderúrgico, quedan unidos definitivamente al poder central que será fiel defensor de sus intereses a través de todo tipo de medidas: arancelarias, polí­ticas, de orden público, etc.

En resumen, la recesión hemos de buscarla en el plano internacional, especialmente en la crisis británica, pues es la nación que consumí­a la mayor parte del mineral vizcaí­no. La causa de la crisis estuvo en la ruptura del equilibrio consumo-producción. Es una tí­pica crisis de sobreproducción del centro desarrollado que afectó a las regiones atrasadas y subdesarrolladas productoras de materia prima para el centro. Los precios cayeron como consecuencia de la contracción de la demanda, lo que se tradujo en acumulaciones crecientes de stocks de mineral debido al descenso de las exportaciones, como lo reflejan las cifras del año siguiente, que pasaron de 4.272.918 toneladas exportadas en 1890 a 3.356.882 toneladas en 1891. Sin embargo, la producción descendió pero levemente de 4.795.000 a 4.530.000 toneladas. Todo ello supuso una disminución de los beneficios, no extrañándonos que la actitud empresarial se orientase a disminuir los salarios, como único medio de reducir los costos, y a despedir obreros para ajustar la producción a la demanda, favoreciendo con ello el incremento del paro. Simultáneamente, se dejaban de explotar las minas menos rentables, lo que se tradujo en un aumento de la productividad media del minero.

En efecto, los salarios medios nominales que se pagaban en las obras del puerto de Bilbao distintas profesiones descendieron en su mayorí­a del año económico de 1890-1891 al 1891-1892. La empresa de Altos Hornos de Bilbao acordó rebajar el jornal en 1893 en uno de sus talleres.

La posición de la prensa, vinculada a los intereses patronales, no puede ser mas clarificadora sobre los conflictos, como lo demuestran las afirmaciones de la R.M.M.I. en los últimos meses de 1890: «El obrero español no tiene que apurar ahora a sus patrones sino apretar al gobierno del paí­s a que haga todo aquello que conduzca a la alimentación barata que equivale a aumento de jornada».

El bajo nivel de vida del proletario español respecto del europeo occidental queda ní­tidamente reflejado si comparamos los precios del pan y los salarios.

Así­, mientras en España el precio del pan era de los más altos de Europa, lo que debí­a por una parte, a la deficiente estructura productiva agrí­cola y, por otra, al sistema fiscal que recargaba en exceso los precios de los artí­culos de primera necesidad, los salarios, en cambio, eran de los más bajos.

Si comparamos el precio del trigo con el del pan, nos encontramos que mientras el hectolitro del primero, entre 1859-1860, descendí­a levemente (un 2%), el precio del segundo subí­a un 85%, incremento que se debió fundamentalmente al aumento de la participación de los impuestos de «consumos» en el precio de venta.

Las huelgas en las minas vizcaí­nas vuelven a aparecer en 1891, 1892 y 1893. El número de huelgas se elevó a 23 en estos 4 años, en una época de coyuntura desfavorable -de caí­da de los precios, de contracción de la producción e incremento de stocks al reducirse el mercado.

 

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