DEBATE 34: ¿padres o hijos separados?

Marí­a lleva cuatro años sin ver a su hijo de 17 años. No sabe cómo le ha ido en la escuela, si tiene problemas con los amigos, si tiene novia, ni qué estudiará en septiembre, cuando acceda a la universidad. El adolescente no quiere verla por culpa de la separación de sus progenitores. Su padre lo ha manipulado durante años, obligándolo a tomar partido por él y el joven ha decidido castigarla, negándose a tener cualquier tipo de relación con ella, con la familia materna y con todo lo que le recuerde a la vida que tení­a antes de que sus padres decidieran separarse, hace ya nueve años.

El de este joven es uno de los 30.000 casos de maltrato psicológico detectados anualmente en el Estado entre menores afectados por procesos de divorcio. Su padre, haciéndolo partí­cipe de los problemas que forzaron la ruptura del matrimonio, lo ha llevado a su terreno, desautorizando constantemente a la madre, hasta lograr que el joven corte todo tipo de relación con la madre.

Desde el dí­a de la separación, el padre cuestionó y desautorizó cada una de las decisiones que tomaba la mujer: fue más flexible con los horarios, con los castigos y dobló la paga semanal que estableció la madre. Y todo ello provocó serias disputas entre la mujer y el niño, hasta el punto de que el joven comenzó a desconfiar de todo, se encerraba en su habitación, repetí­a las mismas palabras del padre e, incluso, citaba el código civil cuando se producí­an los enfrentamientos.

Esa situación se prolongó durante cuatro años, hasta que el niño cumplió los 13 y el padre solicitó la custodia del menor bajo amenazas como «si te vas con la ama, no me vuelves a ver». Marí­a cree que el joven accedió por «miedo a enfrentarse a su padre» porque hasta entonces, dice, «la relación entre ambos era fabulosa». En cambio, ahora, el adolescente vive con su padre y se niega a aceptar el régimen de visitas de su madre. De hecho, no responde al teléfono y, cuando el padre está delante, le habla con muchí­sima falta de respeto. «Le llamo y me insulta, me dice que para él estoy muerta. No entiendo cómo es posible que mi hijo pueda llegar a rechazarme de esta manera cuando antes me adoraba. ¿En qué monstruo se ha convertido?», se lamenta. «No reconozco a mi hijo, se está convirtiendo en un tirano, ahora que me he separado del padre, el que me maltrata es mi propio hijo», continúa.

Marí­a no solo se ha divorciado de su marido, sino también de su hijo. Entre abogados, procuradores y psicólogos, la mujer ha agotado sus recursos económicos y lamenta que su hijo es «huérfano de madre en vida» mientras el juzgado sigue sin resolver su caso.

La protagonista de esta historia no se llama realmente Marí­a, pero ha preferido utilizar una identidad falsa para relatar su experiencia y no aportar más datos de su procedencia ni lugar de residencia. La situación que sufre es tan delicada, que teme que su exmarido pueda utilizar la noticia para ir en su contra en los juzgados. Cualquier excusa serí­a buena para que la situación se complique aún más. Y eso, precisamente, serí­a lo que menos desearí­a en esta vida. Porque lleva años intentando recuperar a su hijo y no pierde la esperanza de poder hacerlo algún dí­a para volver a tener la relación «fenomenal» que tuvieron en el pasado.

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1 respuesta

  1. Elizabeth Salinas dice:

    A decir verdad, la historia relatada en el artí­culo no es más que uno de los muchos ejemplos que nos podemos encontrar durante la separación de un matrimonio.

    En este caso, como en tantos otros muchos, me parece de un desmesurado egoí­smo e irracionalidad la actitud del padre, ya que antepone la satisfacción de vengarse de su pareja antes que la felicidad de su propio hijo. Y es que, para que un niño crezca en armoní­a no puede tener nunca como referente una figura (su padre) cuyo único fin es herir al resto.

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